Las últimas horas de Alfonso XIII: la llamada «inventada» y el cambio en la corona de Franco
El monarca, tras recibir la Extremaunción, preguntó a su médico si el Príncipe Don Juan lloró y al saber que no, dijo: «Me alegro mucho, porque si hubiera llorado no serviría para Rey»

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«¿Lloraba el Príncipe?», preguntó Alfonso XIII a su médico cuando se quedó a solas con él tras recibir la Extremaunción. La Familia Real había entrado unos instantes a verle en su habitación, la número 32 del Gran Hotel de Roma, y el monarca debió de ver a su hijo, Don Juan, serio y pálido. «No, Señor», le respondió el doctor Frugoni y el monarca se mostró satisfecho: «Me alegro mucho, porque si hubiera llorado no serviría para Rey».

Julián Cortés-Cavanillas no estuvo presente cuando murió Alfonso XIII, pero se informó de todo cuanto sucedió en los últimos días y en las últimas horas del monarca. El periodista y escritor preguntó a los sacerdotes que le atendieron espiritualmente, los padres Ulpiano López y Ortiz de Urbina; así como a las religiosas españolas que le cuidaban, sor Inés y sor Teresa.
Habló también con Paco, el ayuda de cámara del Rey, y con el propio doctor Frugoni. Tras su minuciosa investigación, Cortés-Cavanillas pudo reconstruir fielmente cómo transcurrieron los momentos finales de Don Alfonso y en 1976 (unos meses después de la muerte de Franco), se los relató a Pilar Urbano en aquella célebre serie de entrevistas titulada « Mis últimas conversaciones con Alfonso XIII».
El periodista y escritor había visitado al monarca semanas atrás y recordaba que Doña Victoria Eugenia le había preguntado por cómo lo había encontrado, de aspecto físico y de estado de ánimo. «Señora -contó Cortés-Cavanillas que le respondió-, me ha parecido que el Rey está muy grueso y con una especie de hinchazón propia de enfermos cardíacos. Sinceramente, me ha dejado preocupado».
«Pues sí, Julián -le contestó la Reina-, el Rey está profundamente desmoralizado, porque se ha dado cuenta de que Franco no hará nada por él y teme que ya nunca volverá a España. Me preocupa tanto su situación que pienso que puede llegar su muerte, como la de su madre, de improviso. Y es que su peor mal no es el corazón, sino la nostalgia de España. Es como una obsesión».

El periodista le contó a Pilar Urbano que en sus últimos días el Rey pasaba con pasmosa naturalidad de un tema humano, divertido, castizo... a una actitud de profundo recogimiento y fervor religioso. «El mismo hombre que bromeaba con sor Teresa, navarrica ella, sobre las chuletas de 'la Nicolasa', y con sor Inés de las fresas del valle de Echauri y las 'cuesticas' de Roncesvalles o la jota que le gustaría cantar "aunque desafine", decía... el mismo hombre se preparaba con toda piedad para recibir la comunión y los santos óleos y pedía que rezaran a su lado o se emocionaba por tener cerca el manto de la Virgen del Pilar para acompañar su agonía».
Una conferencia telefónica «inventada»
Preguntaba el Rey cada día quiénes se interesaban por él desde España. Urbano escribió que le daban noticia de las llamadas, cartas y telegramas que iban llegando «pero él esperaba siempre uno que no llegó jamás: el de Franco. Como insistía, día a día, la Familia Real decidió 'inventar' una conferencia telefónica con Madrid. El Rey creyó que el Generalísimo, por fin, se había interesado personalmente por su salud».
Según refirió Cortés-Cavanillas, el cabildo aragonés envió a Roma dos mantos de la Virgen del Pilar que Alfonso XIII esperaba con impaciencia. «Cuando lo hubo besado dijo: "Que la Virgen haga de mí lo que quiera". Y al día siguiente, cuando entrada la mañana le acomete un nuevo ataque de dolor en el costado, de sudor frío y de convulsiones agónicas... busca el Rey con sus ojos el manto del Pilar.
-¿Quiere ver la hora, señor?- le preguntó la hermana.
-¡No! -apenas tiene un hilo de voz-. ¡Quiero ver el manto!
Sus últimas palabras serán a las once y veinte de la mañana del 28 de febrero: "¡Dios mío! ¡Dios mío!"». Falleció veinte minutos después. Tenía 55 años y los últimos diez los había pasado en el exilio.

Cortés-Cavanillas le explicó a Urbano que su cuerpo se envolvió en el manto de gran maestre de las Órdenes de Calatrava, Santiago, Alcántara y Montesa, según lo previsto. En el interior del féretro se le cubrió con el pendón de Castilla que ondeaba en el 'Príncipe Alfonso', el barco que le condujo al destierro.
El embajador de España ante la Santa Sede, Yanguas Messía, inició inmediatamente las gestiones para que sus restos mortales fueran expuestos en el salón del trono de la Embajada, con la solemnidad debida a su rango, «pero el permiso oficial de Madrid no llegó hasta transcurridos tres días; cuando se iba a proceder al entierro de Alfonso XIII».
Los Reyes de Italia dispusieron el traslado de su cadáver a la Basílica de Santa María de los Ángeles, donde se casaron Don Juan y Doña Mercedes. Allí le prestó la primera guardia el Cuerpo Diplomático hispanoamericano acreditado en Roma y después los coraceros reales de Italia.
El rey Víctor Manuel III presidió el funeral y el entierro en la iglesia española de Santiago y Montserrat, y con él el Príncipe Humberto y los demás príncipes de la Casa de Saboya, acompañando a la Familia Real española. También hubo representantes del Gobierno italiano y las tropas le rindieron honores.
Solo hubo un uniforme de general del Ejército español en las exequias del Rey, el de Gonzalo Queipo de Llano. Ramón de Rato Rodríguez San Pedro explicó posteriormente en una carta al director de ABC que esto se debió a que Franco «prohibió que se concedieran licencias a los cientos y cientos de españoles, tal vez miles, que quisimos ir a dar tierra a nuestro ilustre Rey. Más aún, desde Valencia había un barco fletado con 800 pasajes y se le prohibió la salida hasta tres días después de su muerte, cuando ya estaba enterrado».
Cambio en la dedicatoria
Cortés-Cavanillas relató, por su parte, que «el Generalísimo se hizo representar por su embajador y previamente había enviado una corona. Yanguas Messia, bajo su responsabilidad, cambió la cinta de la dedicatoria. Donde decía: "El Jefe del Estado español, a Don Alfonso de Borbón", se puso una cinta negra con la leyenda siguiente: "El Jefe del Estado Español, a Su Majestad el Rey Don Alfonso XIII"».

El protocolo impidió que hombros españoles trasladasen la caja de caoba hasta el nicho, en un muro de la iglesia de Montserrat, bajo las tumbas de los Papas españoles Calixto III y Alejandro VI. Allí permanecieron sus restos hasta que regresaron a España en 1980 y fueron depositados en el Monasterio de El Escorial.
El día anterior a su último traslado, Don Juan de Borbón mantuvo una conversación con el corresponsal de ABC en Roma, Joaquín Navarro-Valls, y recordó aquellas tristes horas. «En los últimos momentos dio prueba de una gran entereza. Rechazó el oxígeno diciéndonos que lo aplicasen a alguien a quien todavía podía hacer bien. Hablaba con las monjas que le atendieron en aquel tiempo. Y a mí me daba consejos...»
«Se pueden resumir en uno: servir a España. Estuvo consciente hasta unos tres minutos antes de su fallecimiento», añadió antes de recordar que «fue el Rey, antes de morir, quien me dijo que su deseo era el de ser enterrado algún día en El Escorial, en el tiempo oportuno. Y ahora ese tiempo ha llegado. Se cumple así su voluntad».
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