crítica de:
'La piedra blanda', de Rodrigo Cortés y Tomás Hijo: la paz de abrazar la nada
Narrativa
Sus autores pretenden dejarte a solas con una sensación, con un estado de ánimo y con una inquietud de 'thriller' no resuelto, eso es la vida
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Es la tercera vez que leo 'La piedra blanda' intentando averiguar de qué va. Y no hay manera. He intentado buscar una de esas conexiones que, 'a posteriori', todo el mundo encontrará evidente, pero aún no he visto ninguna otra reseña publicada, por lo ... que no puedo unirme al consenso para parecer más listo de lo que soy.
Es curioso con qué facilidad nos situamos en el centro de la campana de Gauss para protegernos y cuánto cuesta ir a pecho descubierto, con la verdad por delante y jugándose la femoral.
NOVELA
'La piedra blanda'

- Autores Rodrigo Cortés y Tomás Hijo
- Editorial Random House
- Año 2025
- Páginas 224
- Precio 20,90 euros
Pero no me queda otra, así que descartadas—creo— las obligadas conexiones con la 'Ilíada', con Gregorio Samsa y con Jesucristo, supuse que podíamos encontrarnos ante una metáfora, ante un juego a través del cual el autor quiere decirnos algo muy sesudo que solo algún crítico con 'Cahiers du Cinema' bajo el brazo y gafas para la presbicia habrá sabido descifrar y que, para el resto, resultará facilón e incluso manido. Pero tampoco.
Y, al final, creo que opto por abrazar la nada. 'La piedra blanda' no va de nada, no quiere decir nada y no esconde nada. No es una alegoría, no es una aventura y no tiene moraleja, aunque acabo de caer en la cuenta que 'moraleja' probablemente venga de 'moral', como 'moralina'.
Así que se agradece. Una vez leí que la pintura de Francis Bacon pretendía llegar al sistema nervioso sin pasar por el cortex, es decir, anular la razón para entrar directamente en el mundo de las sensaciones a través del nervio óptico. Creo que Rodrigo Cortés y Tomás Hijo pretenden eso, dejarte a solas con una sensación, con un estado de ánimo y con una inquietud de 'thriller' no resuelto —eso es la vida—.
Es un guion marca de la casa, con paradojas, ambivalencias y una sonrisa ante la tragedia. Los dibujos de Tomás Hijo ayudan
Es más, la historia quizá sea el 'storyboard' de un 'thriller', de un corto de animación expresionista para el que simplemente no se encontró presupuesto. Quizá —pienso— Cortés tiene una idea y elige el formato después: «Esto para una peli, esto para un libro, con esto me gano el 'Cavia' y esto, que no sé qué es, lo dejamos en novela gráfica». Primero la idea, después su forma.
En cualquier caso, no les voy a hacer 'spoiler'. Solo les diré que el libro cuenta la historia de Pedro de Poco, un personaje fantástico a mitad de camino entre el animal epopéyico, el superhéroe americano y Gollum. De hecho, la arena tiene algo de Tierra Media, de campesinos, curas y ladrones; de caminos polvorientos con personajes mitológicos como las sirenas o las mujeres entregadas al amor.
Al personaje le suceden muchas cosas, pero con algo en común: no tiene sentimientos, pero los genera. Quizá la historia sea esa, la constatación de que cualquier cosa puede generar incluso lo que no tiene, que no trasladamos lo que somos sino lo que el otro cree que somos. En este sentido, puede que el propio libro sea la piedra más blanda.
Es un guion marca de la casa, con paradojas, ambivalencias y una sonrisa ante la tragedia. Los dibujos de Tomás Hijo ayudan: el grabado, el blanco y negro, la crudeza extrema, el nulo espacio al artificio. Sin colores ni adjetivos, en eso concuerdan los autores: ambos huyen del sentimentalismo. Lo curioso es que lo hacen como vía para llegar al sentimiento.
Y, sin embargo, todo ello resulta de una belleza sobrecogedora, una belleza nada evidente que nace de la sensibilidad y de la calma, como un miércoles por la tarde. Es bello a cambio de nada. Lo que es peor: parece querer demostrar eso mismo, que la poesía está por encima de la Verdad; que, con cuatro palabras, una tinta y un personaje premeditadamente plano podemos lograr encontrar sensaciones en el cerebro sin necesidad de pasar por el ojo. Creo que lo estoy comprendiendo: si en una paleta hay colores, la memoria es una paleta de sentimientos.
Hay algunos que hace mucho que no usamos, pero están ahí. Quizá Cortés e Hijo —parece el nombre de un almacén de telas— solo vengan a recordarnos que, más allá de lo evidente, de la hiperglucemia y del coma diabético en el que se está convirtiendo toda manifestación artística, aún queda espacio para alcanzar la paz, no a través del objeto sino de lo que el objeto provoca, como uno de esos maestros zen que te obligan a mantener la mente en blanco. Por mi parte, que le den al maestro yogui: voy directo a por una cuarta lectura. Y con toda la intención de plantar un estampado negro en el mismísimo centro del folio en blanco.
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