Los empresarios franceses se revuelven contra el Gobierno de Macron y Bayrou

Bernard Arnault, presidente-director general de LVMH, líder mundial de las empresas del lujo, resume la crisis de este modo: «Cuando descubrimos que el gobierno se dispone a aumentar un 40% los impuestos que pesan sobre las empresas que fabrican en Francia nos parece increíble. Si quieren empujar a las empresas nacionales a que deslocalicen y se vayan a fabricar lejos de Francia, están tomando las medidas ideales«.

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Juan Pedro Quiñonero

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Florent Menegaux, director general de Michelin, fabricante histórico de neumáticos y empresa emblemática en la historia económica nacional, confirma esa tendencia colectiva: «Nuestras actividades de producción en Francia no son rentables, víctimas de una fiscalidad muy gravosa. Si el gobierno se obstina en penalizar fiscalmente a las empresas, ¿cómo conseguir ser competitivos? Francia es la campeona de Europa en materia de impuestos. Que nadie se extrañe que los industriales se marchen, para instalarse en un medio abierto a la competencia mundial«.

Más allá de cualquier «patriotismo» económico, fiscal, empresarial, se trata de un problema de fondo sobre el modelo económico y fiscal francés, cuya crisis afecta a toda la zona euro y a las empresas nacidas como arquetipos de la colaboración europea. Es el caso de Airbus, la gran empresa aeronáutica, cuya sede está en Francia, en Toulouse y en cuyo capital también están presentes Alemania y España. Su director general, Guillaume Faury insiste en el problema original: «La situación en Francia es muy difícil de soportar. Corremos el riesgo que muchas empresas se marchen a otros países, se larguen a hacer en otra parte lo que saben hacer en su país».

El problema del gran constructor de aviones es idéntico al problema de las grandes compañías aéreas, como Air France-KLM, que también denuncia la «deriva» política y gubernamental, de este modo: «Los mercados financieros comienzan a perder la confianza en nosotros, como consecuencia del tratamiento fiscal que nos imponen el gobierno y el Estado. Todos los analistas que siguen nuestra situación lo repiten cada día: no estamos bien tratados en nuestro propio país«.

En un terreno crucial, como el de la energía, esencial desde el punto de vista estratégico, Luc Rémont, director general de Électricité de France (EDF) denuncia el problema en estos términos: «Invertir en Francia es un infierno. Y la »cocinilla« parlamentaria, en curso, laberíntica, da miedo».

El problema fiscal, económico, empresarial, que plantean, por vez primera, al unísono, los dirigentes de grandes grupos nacionales, plantea, en definitiva, una cuestión de inmenso calado histórico.

Saliendo al paso la crisis, sin precedentes, y de las reacciones de los empresarios más influyentes, Alexis Karklins-Marchay, ensayista reputado, estima que Francia se encuentra en una encrucijada histórica, que resume con precisión: «Francia tiene pendiente una revolución cultural, para rehabilitar a sus empresas y su puesto en la sociedad, la producción de riqueza. Castigando a las empresas con más impuestos, el gobierno agrava todos los problemas de fondo. Francia se encuentra en una encrucijada: o cambios de rumbo o nos dirigimos hacia la decadencia«.