CUENTAS SIN CUENTOS
También nuestro sistema eléctrico es vulnerable
El histórico apagón del pasado lunes deja claro que hay fallas y la ideología y el miedo a perder el relato no puede impedir que se tomen las medidas necesarias para evitar que esto se repita
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El histórico apagón que ha vivido España esta semana ha puesto de manifiesto, una vez más, nuestra vulnerabilidad. Aunque todavía seguimos sin saber exactamente las causas del apagón parece más que seguro que no ha sido un ciberataque, sino un fallo del sistema eléctrico, ... aunque todavía no sabemos muy bien en qué punto. Igual que cuando en las semanas previas a la pandemia presumíamos de nuestro sistema sanitario y creíamos que si ese virus que había estallado en China nos llegaba estaríamos preparados para asumirlo y no lo estuvimos, esta semana nos hemos dado otro baño de realidad en lo que al sistema eléctrico se refiere.
Hace unas pocas semanas en España nos reíamos cuando la Comisión Europea nos recomendaba tener un kit de emergencia en casa. O nos enfadábamos por el alarmismo. «Aquí estamos a salvo de apagones», oíamos a nuestros gobernantes. Incluso el miércoles, cuando después de dos días de apagón informativo la presidenta de Red Eléctrica, Beatriz Corredor, concedía un par de entrevistas a la Cadena SER y a TVE, insistía en la fortaleza y las bondades de nuestro sistema. Y no dudo de que sea bueno, y es cierto que la vuelta de la luz, aunque a algunos se les hiciera eterna, fue más rápida de lo que ha sido en otros países donde ha habido problemas similares, pero está claro que algo ha fallado. Y también está claro, por mucho que al Gobierno se le llene la boca de lo maravillosas que son las energías renovables, que el mix debería ser mucho más variado y que, mientras no haya soluciones de almacenamiento para esta energía tan inestable, seguimos necesitando la energía nuclear, por mucho que al presidente Sánchez, y hasta hace no tanto a Teresa Ribera, ahora vicepresidenta de la Comisión Europea, le salga sarpullido cuando se habla de la posibilidad de ampliar la vida útil de las centrales.
El presidente del Gobierno, en sus explicaciones, tardías y en mi opinión insuficientes, se dedicó a buscar culpables y más que a aclarar la situación, a generar confusión. Habló Sánchez de «una fuerte oscilación en el sistema eléctrico europeo», perdone, no fue en el sistema eléctrico europeo sino en el español. También hizo hincapié, imagino que para intentar dejar claro que esto no era responsabilidad del Gobierno, en que Red Eléctrica es un operador privado. Cosa que es verdad a medias. Es una empresa privada cuyo principal accionista es el Estado con una participación del 20% de la SEPI, donde ningún otro accionista puede tener más del 5%, y cuya presidenta y la mayoría de consejeros nombra el Gobierno y el propio PSOE, que ha echado por tierra la tradición no escrita de pactar los consejeros con el principal partido de la oposición. Y de hecho tiene de presidenta a una exministra socialista, Beatriz Corredor, y está a punto de incluir en el Consejo a otra ex ministra, a González Laya. De modo que aunque no sea una empresa totalmente pública, no es ajena al Gobierno ni muchísimo menos. Y ya, por último, Sánchez extendió las responsabilidades a otros 'operadores privados', cosa que es un poco complicado. Todos los técnicos con los que he hablado te explican que Red Eléctrica es como un director de orquesta, y que en el sistema no entra ni sale nada que no tenga su visto bueno... intentar esparcir las culpas, parece cuando poco bastante arriesgado.
Y ya, por último, esa obcecación en mantener el relato de las bondades de las renovables, despreciando otras energías, no parece lo más adecuado en este momento. No pasa nada por revisar el plan y mientras no se desarrolle el almacenamiento renovable, prorrogar la vida de las nucleares.
Un coste millonario
Un día sin luz se ha traducido en un coste de 800 millones, según el Gobierno, o de 1.600 millones, según la patronal CEOE. Aunque aparte de los costes económicos, hay otros costes que no tienen precio como las vidas perdidas, o el abandono que sufrieron muchos usuarios de trenes parados en mitad de ninguna parte
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