EL NORTE DEL SUR
Qué andarán haciendo las monjas
La superiora de la comunidad de carmelitas de Lucena, ya extinguida, hablaba del Papa en su locutorio como quien habla de un amigo
Córdoba y el Papa Francisco: una relación marcada por la fe y el cariño
El voto de silencio ha de valer por dos si uno —o una— es argentina. Lo pensé en el locutorio del convento de San José de Lucena hará siete años, cuando la hermana superiora de la comunidad de carmelitas descalzas que se despidió de ... la localidad de la Subbéticael pasado octubre y puso rumbo a un cenobio de Castilla relataba al otro lado del doble cuerpo de rejas la relación que mantenía desde hacía años, más bien décadas, con el Papa Francisco. «Hablar poco o hablar de Santa Teresa es la ciencia que en esta casa se profesa», decía el letrero de la sala de recibo de la sede de la extinguida comunidad religiosa, junto al que lucía, enmarcada, una portada de este periódico: la del día siguiente al de comienzos de enero de 2014 en el que el Pontífice —que tiende puentes, no que levanta muros— las llamó para felicitarles el Año Nuevo. «Qué andarán haciendo las monjas», murmuró el jesuita al comprobar que nadie atendía el teléfono. Ése fue el mensaje que se quedó grabado en el contestador y que dio la vuelta al mundo.
«Él es muy jesuita, además de muy bromista, muy exigente y didáctico en nuestras pláticas. Cuando hablamos pongo el manos libres para que todas puedan escuchar las cosas que nos dice y los consejos que nos da. Tiene muy claro qué papel tenemos nosotras en la Iglesia, qué nos puede pedir, qué hemos de darle», señaló entonces, afable, la religiosa bonaerense con una entonación entre melodiosa y trascendente. Y siguió: «El reclamo que él nos hace siempre es que vayamos más allá de los límites de nuestro convento, que no nos quedemos en el mundo que hay a este lado de los muros, que en verdad son las fronteras de nuestra existencia. Y la pregunta que nosotras le hacemos al Papa Francisco es cómo vamos a trascender estas paredes si somos de clausura, como él bien sabe; pero ya le he comentado que es muy bromista».
«Él se ríe, y nos contagia el buen humor a través de aparato telefónico, y nos explica que nuestro deber es escuchar no solo a Dios, también a los hombres, y que las fronteras que tenemos que traspasar son las de la fe, no materiales ni físicas, y que donde está esa línea que hemos de alcanzar para cumplir nuestra misión divina es en el locutorio, también en el torno, por lo que nos apremia a que atendamos a todo aquel que llame a nuestras puertas, porque una nunca sabe qué busca ni qué palabra puede salvar al que llega», se extendía la carmelita nacida en el barrio de Recoleta y que ejerció como capellana del sucesor de Pedro.
«Quería deciros una palabra y la palabra era alegría. Siempre hay alegría donde están los consagrados», había escrito hacía ya años Francisco, de quien la superiora hablaba en el locutorio no con la distancia de la que se habla de un Papa. Sino con el cariño del que se habla de un amigo.
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