DESDE LA RAYA
Cigüeñas y águedas
Las cigüeñas quizá ya no se van porque no hay bebés esperándolas en el paraíso de la infancia, donde las imaginábamos con pequeños fardos en el pico
No lo contéis
19 de enero

Febrero entra con prisa, breve, en el calendario. Con la luz de los días en el bolsillo y las cigüeñas que regresan por San Blas.
Ahora las cigüeñas ya no se marchan; se han instalado en torres y campanarios y son parte del paisaje emocional ... de cada día. En verano vuelan en bandadas con la última luz hacia la cúpula de la Catedral y se posan en la piedra como si fuese su destino final, erguidas, mirándonos desde lo alto.
Ya no vuelan a París ni traen la alegría de nuevos niños, que tanta falta hacen en esta España Vacía para llenarla de futuro y de vida y de risas; y si vienen, lo hacen desde tierras lejanas, otras culturas menos apegadas al acomodo de quienes no hemos querido preocupaciones, responsabilidades que atan como cadenas en plena explosión de libertades.
Los niños ya no vienen con un pan bajo el brazo; no tienen sitio en este tiempo de Inteligencia Artificial frente a corazones; y las cigüeñas quizá ya no se van porque no hay bebés esperándolas en el paraíso de la infancia, donde las imaginábamos con pequeños fardos en el pico.
Febrero de cigüeñas, día de Candelas y ofrendas en el templo, bollos maimones, hogueras, fiestas y mayordomías, el orgullo de las madres recién estrenadas. La mía daba a la luz en el día de la luz, dos de febrero, cuando vino la cigüeña con mi hermano pequeño en el pico. Por eso siempre creí a pies juntillas que las cigüeñas que regresaban nos traían el regalo impagable de los hermanos hasta la puerta de casa.
Este febrero breve de conocimiento y reconocimiento, si entre la niebla es imposible distinguirnos, si las nieblas del Duero son como un manto que todo lo distorsiona y lo tapa y lo empapa y lo borra ante nuestros ojos. Febrero loco de borrascas que ahora se llaman de otras formas pero siguen siendo las mismas, este frío de las madrugadas, el campo helado, las estrellas brillando arriba.
Febrero de águedas, mujeres, maestras, pioneras en la lucha de las libertades acaso sin saberlo, gobernantas en la casa, pilares de la familia. Mujeres valientes, niñas de posguerra, víctimas de la España oscura que trajeron en sus faltriqueras la luz que faltaba en las casas, la fiesta que faltaba en las calles, las voces que faltaban en las gargantas, y gritaron sus nombres por la ciudad enlazados a los nuestros. Abrir el camino cuando había que abrirlo: Romana, María, Isabel, la Pingo, Martina, Pilar, Nati, y luego Tere, y Feli, y Chona, y Eduarda y ahora Adelaida, y tantas allá arriba, luceros. Mis Águedas de San Lázaro, las que escuchaba Claudio con sus sonajas por las calles de febrero, por las calles de la vida. Vida aprendida por sus pasos.
Febrero de cigüeñas y águedas cantando la alegría de ser mujer, contando sus mil batallas, regalando vida.
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