DESDE LA RAYA
Feminismo del bueno
Raquel Martín, reivindicando sin consignas, sin lazos ni pancartas a todas esas mujeres que allanaron caminos y sufrieron prohibiciones para que las mujeres que sueñan, que sienten el toreo, pudiesen enfundarse en el traje de luces
Castilla y León en fiestas

A mediados de septiembre. Cuando los pueblos festejan a sus Cristos en el nombre de la Santa Cruz, los niños regresan a las aulas y los días viajan camino del otoño apuntalando besos de despedida.
Cuando los mediodías queman con sol rabioso y las noches ... se despeñan hacia el frío y el culo se queda helado sobre la piedra, la Plaza de Toros de Salamanca abre sus puertas. Es el reencuentro, las amistades, las ausencias; el abrazo, la caricia del viento, el poso de una afición que se forjó en sus tendidos, este veneno del que me alejo cuando me duele y al que regreso cuando necesito un buchito como un drogadicto en pleno monazo.
La Glorieta abría este viernes 13 y pisaba por vez primera su albero una joven mujer, Raquel Martín, reivindicando sin consignas, sin lazos ni pancartas a todas esas mujeres que allanaron caminos y sufrieron prohibiciones para que las mujeres que sueñan, que sienten el toreo, pudiesen enfundarse en el traje de luces y ser toreros del siglo XXI.
Con las zapatillas clavadas, cerca de las tablas, con un novillo que le pidió el carné. Firme como un roble en tierra de encinas, valiente, ofreciendo el pecho, honrando el camino de espinas que otras atravesaron con los pies descalzos para que no se clavasen nunca en sus manoletinas.
En el manual del feminaZismo de Montero y compañía no existen estas mujeres que rompieron moldes y dejaron memoria. Allí estaban todas cuando Raquel rindió a sus pies a una plaza, miles de almas. Hay que tener muchos huevos para estar ahí. Muchos ovarios.
María Escamilla La Pajuelera; la Reverte (que se hizo pasar por hombre para torear mucho antes de que quisiesen fabricar niños trans de serie); Conchita Cintrón, la diosa rubia del rejoneo; la valiente Ángela, mis queridas Mary Fortes y Sandra Moscoso; Cristina y Mari Paz; Carla, Patricia. La gran Juanita Cruz, pionera, republicana, que peleó en España en los tribunales sus derechos acogiéndose a la Constitución e hizo carrera exiliada en América. En su epitafio puede leerse: «A pesar del daño que me hicieron los responsables de la mediocridad del toreo en los años cuarenta-cincuenta, ¡brindo por España!».
Mujeres que hicieron de su voluntad su lema, de la libertad su consigna, que fueron acompañadas en su camino por hombres que entendieron, como ahora, que somos necesarios compañeros de viaje y vida, hombro con hombro, para una sociedad igualitaria y no el mamarracho antihombrista que nos meten con calzador.
El toreo, como el brandy Soberano, ya no es sólo cosa de hombres aunque haya que apretarse los machos. En el ruedo, la dehesa, los medios, las ganaderías; en su trastienda son ya legión, centenares de mujeres quienes lo sustentan.
Raquel, en La Glorieta, recitó sus nombres sin voz, habló sin palabras por todas ellas. Feminismo del bueno. Brava.
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