No fue en Bailén: la primera derrota de Napoleón en España que nadie te contó
El Ejército invasor francés no sucumbió por primera vez ante los españoles en la famosa batalla de julio de 1808, sino un mes antes en Cádiz, aunque no trascendiera en los libros de Historia
El héroe de la batalla de Bailén que sirvió 84 años al Ejército español y dejaron morir «pobre»

«Es extraño que no se le haya prestado la debida atención por parte de los historiadores y no sabría decirte la razón, la verdad, porque fue de alguna manera importante. Cuando se dice que la primera derrota de Napoleón en la Guerra de la ... Independencia fue en Bailén, en julio de 1808, no es del todo verdad. Fue un mes antes, cuando los franceses se rindieron ante los andaluces en Cádiz», contaba hace cinco años la historiadora Lourdes Márquez Carmona, autora de 'Recuerdos de un timonel: Michel Maffiote y la rendición de la escuadra de Rosily en la batalla de la Poza de Santa Isabel', un artículo publicado en 2008 por la revista 'Trocadero', editada por la Universidad de Cádiz.
Se trata de la batalla de la Poza de Santa Isabel, que tuvo lugar entre el 9 y el 14 de junio 1808, en un antiguo fondeadero de la bahía frente al arsenal de La Carraca, en Puerto Real. A la misma autora nunca nadie le había hablado en la universidad de este combate histórico y olvidado. Lo descubrió de casualidad, cuando el tataranieto de Michel Maffiotte, un marino francés que había participado como timonel del navío Indomptable en aquel enfrentamiento batalla junto al jefe de la escuadra francesa, el almirante Rosily. Tras la humillación sufrida por parte de los españoles, un mes antes de la famosa batalla de Bailén, el marino galo dejó escrito el relato de lo acontecido bajo el título 'Mal designio. Memorias de Michel Maffiotte'. Durante dos siglos estuvo inédito.
Fueron redactadas en francés y, después, traducidas al español. Ahora se conservan en la Biblioteca Pública de Santa Cruz de Tenerife, la ciudad en la que el autor se quedó a vivir tras ser liberado por España y donde crecieron sus descendientes. «Es un hecho muy desconocido. Es verdad que, en 1987, el almirante Enrique Barbudo Duarte publicó un pequeño libro sobre el episodio, pero los documentos que usó para sacar su información se habían quemado ya en el incendio del Archivo Naval de San Fernando en agosto de 1976», recordaba la historiadora gaditana.
La batalla se libró apenas un mes después de que se produjera el famoso levantamiento del 2 de mayo de 1808. Enfrentó a los restos de la maltrecha Armada Española y a la escuadra de Rosily, que se encontraron frente a la costa oeste de la Real Isla de León, entre Punta Cantera y la Casería de Ossio, en las conocidas como Pozas de Santa Isabel. Los gaditanos estaban hartos de las noticias que llegaban desde Madrid, donde ya había dado comienzo la Guerra de Independencia.
La primera lección
Es cierto que, un año antes, Napoleón había jurado a sus generales que la invasión de España sería «un juego de niños», pero en la Poza de Santa Isabel, el emperador francés recibió su primera lección, su primera advertencia. Aquella puede considerarse la victoria más notable de las pocas batallas que se libraron durante dicho período, un mes antes que la heroica victoria del general Castaños en Bailén. «Es verdad que lo de Bailén fue muy fuerte, pero en la bahía de Cádiz se capturaron cinco navíos de línea y una fragata que fueron anexionados a la Armada Española y se hicieron más de 3.500 prisioneros», subrayaba
Márquez Carmona, de hecho, profundizó en este último punto y rescató más tarde la desconocida historia de las cárceles flotantes que se establecieron en Cádiz en 1808, justo después de la batalla. Los miles de prisioneros franceses fueron hacinados ellas, según contó la historiadora en su ensayo 'Recordando un olvido. Pontones prisiones en la Bahía de Cádiz. 1808-1810' (Círculo Rojo, 2012).
El origen de este combate ignorado lo encontramos tres años antes, el 25 de octubre de 1805, cuatro días después de la famosa batalla de Trafalgar. Rosily llegaba a Cádiz por orden de Napoleón para sustituir al almirante Villeneuve al mando de la escuadra combinada hispano-francesa, aunque no llegó a tiempo. «Al parecer, se le rompió la rueda de su carruaje en Madrid», explicaba Márquez Carmona. Aquel contratiempo provocó que Villeneuve, sabiendo que iba a ser relevado, saliera del puerto a enfrentarse a Nelson con el objetivo de hacerse valer y ganarse un punto ante Napoleón.
Tres años
El plan le salió mal, porque sufrió una grave derrota. Tras la tragedia, en la bahía de Cádiz se quedaron aislados cinco navíos de línea y la fragata con bandera francesa. Esto es: el Herós (de 84 cañones), el Algeciras (86), el Plutón y el Argonaute (74), el Neptune (92) y la fragata Cornelia (42). La escuadra española, que también fue diezmada, se quedó al mando don Juan Ruiz de Apodaca. Allí permanecieron ambas dotaciones, juntas y tan amigas, durante tres años.
A su llegada a Cádiz en 1805, Rosily asumió el mando de una flota maltrecha, tanto por el estado material de los buques, como por el aspecto físico y moral de las tripulaciones. El desánimo reinaba en la mente de unos hombres que padecieron muchas calamidades desde que Villeneuve adoptó la equivocada decisión de atacar a Nelson, contraviniendo las órdenes de Napoleón y las sugerencias de los mandos españoles.
Los franceses –todavía aliados– no podían abandonar la bahía de Cádiz debido al bloqueo inglés del almirante Purvis y sus 12 navíos, que obligaron a la flota de Rosily a permanecer refugiados. «Durante esos tres años salían tranquilamente de los barcos y se juntaban con los gaditanos. Hasta se iban de fiesta a una zona de Puerto Real que hoy se llama el barrio de Jarana precisamente por eso. Los oficiales eran los que más bajaban a tierra, a Cádiz, San Fernando y Puerto de Santa María. Tenían muy buena relación con la importante colonia francesa de comerciantes que había en Cádiz. Rosily, incluso, fue al entierro del capitán general Gravina, uno de los héroes de la Real Armada Española en 1806, que se celebró en la Iglesia del Carmen de Cádiz», relataba la historiadora.
Guerra de Independencia
Al comenzar la Guerra de Independencia, sin embargo, franceses y españoles pasaron a ser enemigos de un día para otro. En cuanto llegaron las noticias del levantamiento de Madrid el 2 de mayo de 1808, los gaditanos empezaron a reclamar a las autoridades que detuvieran a los galos tras mientras en Cádiz aumentaba el descontento entre los vecinos. Hubo asesinatos y encontronazos entre ellos y los galos. Fue entonces cuando Rosily prohibió a sus hombres desembarcar y el gobernador de Cádiz, el Marqués de Solano, puso algunas pequeñas embarcaciones para vigilar a los buques franceses por si se les ocurría levantarse en armas a la llamada de Napoleón.
Pero para los vecinos de Cádiz aquella medida de Solano no fue suficiente. Es cierto que el gobernador no tenía apenas infraestructuras para atacarlos, pero sí estaba intentando organizar una táctica para que se rindieran. Aún así, fue tachado de afrancesado y asesinado por un grupo de exaltados como cuenta Maffiotte en su diario. «Es curioso, porque esos mismos habitantes tres años antes habían ayudado en las labores de auxilio de los supervivientes, españoles, franceses e ingleses, que llegaron a las costas del litoral de Huelva y Cádiz, tras el sangriento combate de Trafalgar y el fuerte temporal del suroeste que llevó a pique 15 navíos de línea de la escuadra combinada hispano-francesa», puede leerse en el artículo de Márquez Carmona.
Seguidamente, la Junta de Sevilla, sublevada al fin, nombró al capitán general Tomás de Morla como sustituto de Solano y le otorgaron los medios necesarios para que apresara o destruyera a la escuadra francesa. Tras una reunión con las autoridades el día 30 de mayo, se acordó separar los buques españoles de los franceses para el combate, aunque oficialmente aún no había hostilidad por ninguna de las partes. «Los ingleses no dispararon, simplemente estaban ahí bloqueando la bahía y, además, los españoles se negaron a recibir la ayuda que les ofrecieron, puesto que todavía no se fiaban de generar con su entrada en la bahía 'otro Gibraltar'», continúa.
Las fuerzas
Rosily contaba con un total de 3.676 hombres y las seis embarcaciones mencionadas, además de 398 cañones. Todos los navíos de línea tenían en común ser bastante nuevos. La dotación de la escuadra española era de 4.219 hombres y otras seis embarcaciones, de ellas cinco navíos de línea – Terrible , Montañés y San Justo (74 cañones) y San Fulgencio y San Leandro (64)– y el buque insignia de 112 cañones Príncipe de Asturias, además de la fragata Flora. Eso sumaba un total de 496 cañones bajo las órdenes del general Ruiz de Apodaca Apodaca. Sin embargo, los galos se hallaban perfectamente pertrechados de víveres y municiones y nosotros padecíamos todo tipo de carestías. Por eso, lo primero que hizo el gobernador Morla fue buscar la alianza con los ingleses para obtener prestados 400 kilos de pólvora y preparar el esperado plan de ataque.
La planificación quedó al mando del jefe del Arsenal de La Carraca, el teniente general José Joaquín Moreno; el comandante del Cuerpo de Brigadas del Departamento de Cádiz, Diego de Alvear y Ponce de León; el gobernador Morla y, por último, el general Apodaca. La operación consistió en, después de haberse separado de la escuadra francesa, impedir su salida de la bahía de Cádiz, obstaculizar su navegación y movilizar todas las fuerzas navales disponibles. Estas consistieron en tres divisiones de 15 lanchas cañoneras, cada una en primera línea, puesto que sus navíos estaban muy maltrechos y apenas podían navegar. A continuación las bombarderas y más atrás los botes auxiliares con tropas y pertrechos listos para abordar o sacar a remolque cualquier buque de la zona. Mientras, el Príncipe de Asturias y el Terrible dando apoyo al conjunto.
Morla exigió primero a Rosily que se rindiera, pero este hizo caso omiso. Entonces comenzó la ofensiva con las cañoneras. Estas proporcionaron un gran apoyo logístico y estratégico, ya que no sólo hicieron un gran daño en las escaramuzas, sino que permitían transportar material y personas por los caños. Como describió Maffiotte en su diario, su papel fue fundamental: «Las cañoneras españolas levaron sus anclas y se nos aproximaron a remo combatiendo constantemente, pero, habiendo abandonado las baterías del polvorín y del Trocadero, su fuego ha disminuido y nosotros hemos contado 16 cañoneras que han retrocedido y fondeado en su primera posición, desde donde nos han disparado bombas hasta la medianoche [...]. En esta jornada cayó una bomba en el castillo de proa que explotó en la batería de cañones del calibre 24, impactando también en el cascabel de un cañón y dejando 16 o 17 hombres fuera de combate».
Ganar tiempo
Rosily intentó ganar tiempo escribiendo varias cartas a Morla en las que pedía que dejasen salir a su escuadra bajo promesa de no ser atacados ni por los españoles ni por los británicos. Su único objetivo era ganar tiempo para que llegaran los refuerzos al mando de Dupont enviados por Napoleón. No se imagianaba que estos jamás harían acto de presencia, ya que, un mes después, serían arrasados por el general Castaños en la batalla de Bailén . El gobernador gaditano, por supuesto, se negó. El almirante francés propuso entonces desembarcar el armamento y arriar sus banderas, pero permitiéndoles permanecer a bordo. Era la misma treta, pero Morla le indicó que sólo aceptaría su rendición sin condiciones.
Según Márquez Carmona: «Lo importante de la ofensiva española fue la corona de fuego que estableció en tierra alrededor de la Poza de Santa Isabel, desde el Trocadero, en Puerto Real, al arsenal de la Carraca, en San Fernando. Y a ello se sumó las lanchas cañoneras, esas embarcaciones menores con cañones a bordo que estuvieron disparando sin parar. Con esto quiero decir que fue una especie de combate mixto y extraño, desde tierra y mar, para rendir al enemigo. Y lo cierto es que la posición de Rosily era muy complicada porque las tropas de Dupont no llegaron nunca. Él no tuvo ningún apoyo, estuvo solo en la bahía. Estaba rodeado por los ingleses con el bloqueo, por un lado, y los españoles, por otro. No podía hacer nada. Es imposible que ganara la partida… estaba acorralado».
El 14 de junio se volvió a ordenar la rendición sin condiciones a la escuadra francesa. Rosily era sabedor de que no podría resistir mucho más, de modo que, a lo largo de la mañana, aceptó. Los pabellones franceses fueron sustituidos por los españoles y se hicieron 3.776 prisioneros más un botín de cinco navíos de línea y una fragata, armados en total con nada menos que 456 cañones, numerosas armas individuales, gran cantidad de pólvora, municiones y cinco meses de provisiones. El balance de aquella primera victoria contra los hombres de Napoleón fue de 12 muertos y 51 heridos en el bando francés y de 5 muertos y 50 heridos en el lado español. Un pequeño hito olvidado.
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