EL PLACER ES MÍO
Ganar la amistad
Ninguna victoria en la vida puede compararse a la de ganar la amistad
Con el cambio de hora comenzaba, para mí, hace unos años, la temporada de pádel. Fue, lo confieso, una etapa oscura de mi vida, en la que puse al menos ocho kilos haciendo más deporte que nunca. En justicia he de decir que probablemente eso ... ocurrió por las cinco cañas que caían tras cada partido. Pero en justicia he de añadir también que, si no me hubiera dado por la raqueta, tampoco me habría dado por la cerveza. Así que, cuando finalmente renuncié al pádel, lo hice, sobre todo, por no renunciar a mi salud. Las protestas de mi mujer cuando llegaba a casa meciéndome como un palio hicieron el resto.
Mi pareja habitual en la pista era Isidoro, hoy eminente catedrático y por entonces 'el profe' a secas, apelativo por el que le sigo llamando porque entre amigos de la infancia las formalidades se perdonan. Eventualmente, venían a competir contra nosotros Jesús y Manolo, dos estimados compañeros del sacrificado oficio del periodismo. Lo de 'competir', claro, es por decir algo. Y, en realidad, venían más bien poco. Pues siempre andaban pretextando sus intempestivos horarios para escaquearse. Todos sabíamos que lo que les pasaba es que estaban cagados del miedo. En su descargo, diré que sus aprensiones tenían fundamento. Pues, además de en las aulas, el profe ya sentaba cátedra en el cemento. Y yo, claro, lo mejoraba con mi portentosa sobredotación atlética.
Las palizas que les propinábamos hubieran sido gloriosas si nos hubieran requerido algún esfuerzo. Pero, como no lo exigían, eran simplemente rutinarias. Manolo sólo pudo resarcirse de ellas un día que Jesús se ausentó —seguramente por diarrea— y tiré de agenda para buscar un jugador de una categoría muy superior a la suya, e incluso a la nuestra. Vino, entonces, otro amigo, un as de la raqueta, quien, tras estrellar el primer saque sobre el trasero de su recién estrenada pareja, luego continuó dando un recital que nos dejó a los tres con la boca abierta… y a Manolo con el escroto apretado por si las moscas. Sólo con semejante exhibición ajena, pudo mi querido colega saborear por una noche las mieles de la victoria, además de las delicias que Juan nos traía a la mesa.
Mi caro Jesús nunca tuvo esa suerte y quizás por ello va propagando la especie de que quienes ganaban eran ellos. Me lo contó hace nada el profe, que se lo encontró en la Universidad, y no daba crédito al infundio. Contéstale tú, que a mí me da la risa, me escribió por wasap. Y eso hago o, por lo menos, lo intento. Aunque fracase en el intento de aguantarme la carcajada. Sólo me queda confiar ahora en la sagacidad del lector para distinguir, de la paja, la postverdad y, de la literalidad, el humor. Pues nada hay más saludable que reírse, sobre todo de uno mismo. Y ninguna victoria en la vida puede compararse a la de ganar la amistad.
Qué derrota más bochornosa, en cambio, la de aquellos que juegan al pádel, o a cualquier otra cosa, sólo por el resultado. Y por esa minucia estúpida y efímera, acaban perdiendo a gritos la dignidad.
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