Qué ver en el Cabo de Gata: acantilados, miradores, fondos marinos... y la playa de Indiana Jones
El Parque Natural del Cabo de Gata, en Almería, fue el primer espacio marítimo-terrestre protegido de Andalucía y conserva todo el encanto salvaje del Mediterráneo virgen

Al principal macizo volcánico de la península Ibérica se llega cruzando un sorprendente mar de plástico: los invernaderos que han sido incluso fotografiados por la NASA para mostrar la huella del hombre sobre la superficie del planeta, una costra blanca vista desde el cielo, la huerta de Europa dicen los tópicos. Un puñado de kilómetros más al este hay otra rareza que destaca justo por lo contrario: un retazo de litoral casi virgen, intocado, reconocible por el Mediterráneo ancestral, tan confundido en otras partes por el hormigón, los chiringuitos y los bosques de sombrillas. Aquí las excavadoras pasaron de largo: apenas había agua, tan solo tierra árida, torres arruinadas, sal y gaviotas. Morros y bahías que escaparon al disparate urbanístico, o que vieron como se detenía a tiempo, como sucedió con el hotel El Algarrobico, cerca de Carboneras, que ha quedado como una construcción fantasma que simboliza lo que pudo ser y afortunadamente no fue este paraíso almeriense.
Situado en el extremo occidental del golfo de Almería, el Parque Natural del Cabo de Gata, primer espacio marítimo-terrestre protegido de Andalucía (se creó en 1987), alberga en sus más de 60 kilómetros de costa los acantilados y fondos marinos mejor conservados de España. Desde los imprescindibles miradores que ofrece la Torre de la Vela Blanca -construcción del siglo XV que servía para vigilar las incursiones de piratas berberiscos y que, mediante ahumadas, se comunicaba con otras atalayas- es fácil hacerse una idea de la belleza de este lugar, alejada de los cánones clásicos que tanto atraen al turismo masivo: impresionantes paredes de andesitas a cuyos pies el mar viene a precipitar sus espumas; caletas de ensueño; arrecifes como el de Las Sirenas, con sus cuchillos pétreos emergiendo de las aguas -se dice que las sirenas eran en realidad focas monje que poblaron estas aguas hasta mediados del pasado siglo-; el faro que te propone una espera: que caiga el sol a sus espaldas para ofrecerte la mejor fotografía del viaje; cortijos blancos rodeados de pequeñas huertas y de grupos de pitas que exhiben su vara al implacable sol.

Este paisaje desértico (al que se suma la cercana rambla de Tabernas, que aún conserva decorados y hasta una ruta para visitar el llamado mini Hollywood) sedujo a cineastas como Sergio Leone, que rodó aquí su mítica Trilogía del Dólar con el impertérrito Clint Eastwood como protagonista. La playa de Mónsul, con sus característicos perfiles de dunas y rocas volcánicas, como la fotogénica La Peineta, es el escenario de películas como 'Indiana Jones y la Última Cruzada' (cuando Sean Connery espanta gaviotas con su paraguas para que provoquen el derribo de la avioneta nazi) o 'La historia interminable'. Pero la aridez lleva a engaño y hay en estos parajes mucha más vida de lo que parece.
Biodiversidad
El parque es una valiosa reserva de biodiversidad donde habitan endemismos botánicos como el palmito (única palmera autóctona de Europa); además, lentiscos, acebuches (olivo silvestre), escobillas, tomillares y azufaitos (matorral espinoso de hojas caducas) tapizan el 'pobre' secarral. La fauna también es muy interesante, sobre todo para los aficionados a la ornitología. Flamencos, limícolas y anátidas en las salinas cercanas al cabo de Gata. Gaviotas, cormoranes y águilas perdiceras en los cantiles y en la sierra. Sisones, alcaravanes y la rara alondra de Dupont en zonas esteparias como Las Amoladeras, donde puede disfrutarse de un paseo circular que nos introduce en un ecosistema único. Sí, el Sahara en el mismo país donde están los Picos de Europa.
Pero el mayor tesoro está oculto en la plataforma continental, hábitat de una variada y rica flora y fauna submarinas. Las aguas transparentes invitan al baño incluso en invierno, cuando playas maravillosas como la de Los Genoveses tienen menos afluencia de público. Bajo el espejo azul cobalto hay una intrincada selva submarina: grandes manchas de laminarias, algas profusamente ramificadas que pueden superar los tres metros de altura. Allí también reposan abundantes restos arqueológicos que hablan del trasiego comercial y cultural de otro tiempo.

En la superficie, en los pueblecitos blancos adormecidos en las bahías, a salvo de rascacielos, el mar continúa proveyendo, aunque no se puede ocultar el peso de un turismo que busca alternativas menos masificadas, o la presencia de naturales del norte de Europa que fijaron aquí su residencia porque prefieren la vecindad de la luz y las temperaturas más agradables. San José es la lanzadera para muchas excursiones, un pueblo que ha crecido en los últimos años, con buena oferta de alojamientos, tiendas y restaurantes, pero que todavía no se ha salido de madre.
Pistas
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Información. En www.cabogataalmeria.com podemos encontrar buenos apuntes sobre pueblos, playas, alojamientos y actividades (caballos, kayak, submarinismo, excursiones en velero, etcétera).
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Senderismo. Hasta 15 propuestas, muy bien explicadas y con su correspondiente mapa se pueden descargar en www.cabogataalmeria.com/actividades-cabo-de-gata/rutas-senderismo
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Alrededores. Almería es una provincia llena de tentaciones, desde la propia capital al desierto de Tabernas, pasando por la Alpujarra o el Karst en Yesos de Sorbas. www.turismodealmeria.org
San José es el punto de partida -a través de pistas de tierra- para llegar a las playas de Los Genoveses y de Mónsul; y más allá: la subida a la Torre de la Vela Blanca que también mencionábamos, un esfuerzo que merece la pena -el empinado tramo final hay que hacerlo obligatoriamente andando-. También, hacia el noreste, para acceder a Las Negras, veinte kilómetros por una carretera que serpentea por el escarpado litoral y nos conduce a las localidades de El Pozo de los Frailes, Los Escullos (sus acantilados de extrañas formas esculpidas por el mar y por el viento son imperdibles), La Isleta (pequeño puerto donde esperar, tomando un refrigerio, la puesta de sol) y Rodalquilar (con sus antiguas minas de oro). Desde Las Negras se puede hacer una ruta colgados sobre el mar para llegar a la solitaria Cala de San Pedro, meca de 'hippies' y ermitaños, con su castillo en ruinas presidiendo la ensenada. Una sugerencia: a la ida, ir por la pista que va pegada a la costa y bordea el Cerro Negro; después, volver por el interior, por el Barranco de las Agüillas, para ver los cortijos con sus norias, pozos y aljibes en mitad de las estepas.
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