Tras los pasos de Thoreau, el filósofo libertario que predicó una vida sublime en el lago Walden
Visitamos lugares emblemáticos en Nueva Inglaterra para los apasionados de los autores del 'renacimiento americano' y de la historia de la Revolución de las Trece Colonias
Thoreau, una cabaña trascendental
A la caída del sol, el cementerio de Sleepy Hollow, en Concord, Massachusetts, es el escenario perfecto para apariciones espectrales (como el jinete sin cabeza del relato gótico de Washington Irving), pero a la luz del día, a la sombra de un frondoso ... bosque alfombrado de musgo y madreselva y habitado por ardillas, es fácil concluir que este es un buen lugar para pasear... y para pasar la eternidad. Así lo creyeron Ralph Waldo Emerson, Louisa May Alcott, Nathaniel Hawthorne y Henry David Thoreau, entre otros escritores del torrencial siglo XIX americano.
«El jardín de lo viviente», lo definió Emerson en el discurso inaugural del camposanto en 1855. «Cuando estas bellotas que caen a nuestros pies sean robles que den sombra a nuestros niños en un siglo remoto, este mudo montículo verde estará lleno de historia: lo bueno, lo sabio y lo grande habrán dejado sus nombres y virtudes en los árboles... habrán hecho al aire melodioso y elocuente».
Entre los túmulos de ese vecindario trascendentalista habitado por creadores que compartían amistad y talento llama la atención la pequeña lápida de Thoreau, rodeada de humildes ofrendas: un puñado de lápices (él mismo los fabricaba, de ahí el guiño) y alguna flor. «La muerte es bella cuando es vista como una ley y no como un accidente. Es tan común como la vida», escribió el filósofo, naturalista y disidente nacido y muerto (1817-1862) en este mismo pueblo de Nueva Inglaterra.
Un pensador que continúa agitando las conciencias de una legión de seguidores por todo el mundo. Defensores del medio ambiente, antimilitaristas, anticolonialistas, activistas por la antiglobalización y rebeldes de todo signo han encontrado en sus escritos armas contra las múltiples formas de opresión. «Thoreau dice que la mayoría de los hombres viven en desesperación silenciosa. No se resignen a ello. Libérense. No caminen por la orilla, miren a su alrededor», espeta a sus alumnos el profesor de Literatura John Keating, interpretado por Robin Williams, en 'El club de los poetas muertos'.
Caminos de rebeldía
Ese 'carpe diem' ya está en las odas de Horacio, pero es el subversivo autor de 'Walden' y 'Desobediencia civil' quien coge el tópico literario para provocar un 'big bang' de rebeldía contra el conformismo y el adocenamiento. Aprovechemos el momento porque la muerte viaja sobre nuestros hombros, porque tenemos los días contados. Hagamos que nuestras vidas sean extraordinarias.
Concord es hoy la meca de los lectores enganchados a los escritos de Thoreau (y Emerson, Hawthorne y demás autores del 'renacimiento americano'), que fantasean -en su decorado de villas coloniales con cuidados jardines, calles arboladas y edificios históricos que cuentan los hitos de la Revolución de las Trece Colonias (y en su entorno de bosques y lagos)- con una vida sublime donde se puedan cumplir los aforismos del escritor. Situado a 30 kilómetros al noroeste de Boston, la sensación de tiempo detenido es insuperable, aunque un cartel azul y amarillo con la leyenda «Concord for Ukraine» pidiendo donaciones para el país invadido nos recuerda que, en realidad, el mundo está loco.
El Concord Museum tiene las claves para comprender la historia del lugar y algunos objetos de culto, como el escritorio y otros muebles que usó Thoreau en su cabaña del lago Walden o una de las linternas colgadas en el campanario de la Old North Church de Boston que señalaban al patriota Paul Revere los movimientos de las tropas británicas. Corría la noche del 18 al 19 de abril de 1775 cuando Revere, orfebre de profesión, protagonizó la legendaria 'cabalgata de medianoche' para dar aviso a la milicia colonial de la llegada de los casacas rojas en los prolegómenos de las batallas de Lexington y Concord, los primeros enfrentamientos de la Guerra de Independencia estadounidense.

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Un kilómetro al norte de Monument Square se encuentra uno de los lugares emblemáticos de la revolución, el Old North Bridge, donde los patriotas Minutemen abrieron fuego por vez primera contra las tropas británicas obligándolas a retirarse. El término Minutemen tiene su origen en los tiempos de las Trece Colonias, cuando esos 'hombres al minuto' formaban una milicia de intervención rápida para defender las tierras ganadas a los nativos. Un obelisco y una escultura de un joven con un mosquete en la mano y el abrigo echado sobre su arado rinden homenaje a esas milicias.
Cerca del puente, la Old Manse, casona de madera construida en 1769 por el abuelo de Emerson, guarda recuerdos de Hawthorne y su esposa, Sophia, que vivieron aquí durante un tiempo. Se conserva también el huerto orgánico que Thoreau plantó como regalo de boda para el autor de 'La casa de los siete tejados' y 'La letra escarlata'.
Cabaña trascendental
Practicar la 'flânerie' por Concord ha de llevarnos a la Ralph Waldo Emerson Memorial House, la casa donde el filósofo vivió durante medio siglo y elaboró sus teorías trascendentalistas -una suerte de panteísmo que afirma que todas las cosas están relacionadas con Dios y que hay una confluencia entre el alma humana y todo lo que existe en el mundo-, recogidas en su ensayo 'Naturaleza'. Su pensamiento empapó a la pandilla de Concord e incluso a Nietzsche, que valoró conmovido cómo a Emerson «todas las cosas le son benditas, todos los acontecimientos provechosos, todos los días sagrados, todas las personas divinas».
Nuestros pasos nos conducirán también a Orchard House, donde Louisa May Alcott vivió y escribió 'Mujercitas', ambientada en Concord, y a la granja de la infancia de Thoreau. Allí empezó a amar la vida en los bosques, pero donde aprendió a que la casa más pequeña puede ser un hogar está en otro sitio. Cerca.



El lago Walden se encuentra a poco más de dos kilómetros de Concord. Abrazado por árboles de gran porte, tiene un estacionamiento con parquímetro, una zona de playa donde los turistas se refrescan en verano y una trocha para paseantes que lo rodea y que conduce a un rincón mítico. A última hora de la tarde todo es más tranquilo y fresco, los bañistas han desaparecido y los caminos están despejados.
El 4 de julio de 1845, Thoreau se mudó a una cabaña de madera de trece metros cuadrados que él mismo había construido con materiales reciclados a orillas de esta laguna de origen glaciar, en un terreno prestado por Emerson. Vivió allí dos años, dos meses y dos días de forma autosuficiente, frugal y casi eremítica -«a una milla de distancia de cualquier vecino»-, tiempo que dedicó a la observación del entorno («Mi profesión consiste en estar siempre alerta para encontrar lo divino de la naturaleza; conocer los lugares por los que acostumbra a merodear. Asistir como espectador a todos los oratorios, a todas las óperas salvajes») y de su propio paisaje interior en una especie de aprendizaje ético.
Estudia la fauna silvestre y la respiración del lago. Recibe a viajeros, campesinos, leñadores y esclavos fugitivos. Una cama, un escritorio y tres sillas -una para la soledad, otra para la amistad y una tercera para la sociedad- forman el mobiliario de esa casita, de la que hay una réplica junto al aparcamiento con una escultura de Thoreau en el exterior.
En el sitio original unas pequeñas pilastras marcan el perímetro de la cabaña y un cartel recuerda las intenciones del escritor: «Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida... para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido».
El resultado de aquella experiencia fue un libro, 'Walden', publicado en 1854, convertido en un clásico universal. En opinión de Michel Onfray (autor del prólogo de la edición de Errata Naturae), 'Walden' invita a rechazar la vida mezquina, ensuciada por los vicios de la sociedad de consumo, y propone la medicina de «regocijarse ante el esplendor de cada mañana; oponer una voluntad de goce al movimiento natural de la negatividad; desear la felicidad, que no nos es dada, sino que debe construirse; colocarse en el centro de uno mismo; transformar los inconvenientes en ventajas; querer hacer de la propia vida una fiesta».
La laguna Walden y esa cabaña trascendental quedan prendidas en la memoria del visitante como una arcadia perdida donde la vida tiene un amplio margen, sin alertas pitando en el móvil, sin prisas ni agobios ni interminables jornadas laborales. «Ser es la mejor forma de explicarse», dice Thoreau. Al regresar, cabe preguntarse: ¿realmente somos?
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