El primer microscopio, de juguete para miopes a ver un mundo de 'animálculos'
ciencia por serendipia
Este invento fue un accidente glorioso y una ventana a lo invisible
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En el vasto y a menudo caótico mundo de la ciencia pocos inventos han tenido un impacto tan profundo y duradero como el microscopio. Esta maravilla óptica, que nos permite asomarnos a los secretos del mundo imperceptible, nació de una serie de accidentes afortunados y ... mentes curiosas.
La historia del microscopio comienza en la pintoresca ciudad de Middelburg, en los Países Bajos, a finales del siglo XVI. Allí, un fabricante de gafas llamado Zacharias Janssen (1585-1632), junto con su padre Hans, se encontraban experimentando con lentes. Su objetivo inicial era, como cabría esperar de un fabricante de gafas, mejorar la visión humana. Sin embargo, sus experimentos tomaron un giro inesperado.
Y es que un día, mientras trabajaban en su taller, los Janssen descubrieron que, al colocar dos lentes en extremos opuestos de un tubo, podían obtener una imagen aumentada de objetos diminutos. ¡Eureka! Habían inventado el microscopio compuesto, un instrumento capaz de revelar un mundo invisible a simple vista.
El microscopio de los Janssen no fue un éxito inmediato. Al principio se utilizó principalmente como una curiosidad, un juguete para los ricos y ociosos. Sin embargo, su potencial científico no tardó en hacerse evidente.
En el siglo XVII, el científico inglés Robert Hooke (1635-1703) utilizó un microscopio compuesto para realizar observaciones pioneras del mundo microscópico. En su obra 'Micrographia', publicada en 1665, Hooke describió con detalle las células de corcho, a las que comparó con las celdas, pequeñas y ordenadas, de un monasterio. La palabra latina para referirse a una celda, cuarto o habitación pequeña era «cella», de donde derivó cellula (célula), un diminutivo que vendría a ser algo así como «celdita» o «habitación muy pequeña». Es importante destacar que Hooke no comprendió la verdadera naturaleza de las células, ya que, en su época, no se sabía que eran las unidades básicas de la vida.
Otro pionero de la microscopía fue el holandés Anton van Leeuwenhoek (1632-1723), un comerciante de telas que tenía una pasión desmedida por la ciencia. Leeuwenhoek construyó sus propios microscopios, mucho más potentes que los de su época, y los utilizó para descubrir un mundo de «animálculos» (microorganismos) que nadie había visto antes.
El microscopio y la teoría celular: un cambio de paradigma
En el siglo XIX dos científicos alemanes -Matthias Schleiden y Theodor Schwann-postularon la teoría celular a partir de las observaciones de Hooke y Leeuwenhoek. El primero, de profesión botánico, concluyó que todas las plantas están compuestas por células; por su parte, Schwann publicó un libro en el que señaló que todos los organismos vivos están compuestos por células y que es precisamente ella la unidad básica de estructura y función de los seres vivos.
Un tercer científico germano se uniría al polinomio, se llamaba Rudolf Virchow y postuló el tercer principio fundamental a la teoría celular: «Omnis cellula e cellula» (toda célula proviene de otra célula preexistente). Esta afirmación revolucionó la comprensión de la reproducción celular y desterró para siempre la idea de la generación espontánea propuesta muchos siglos atrás por Aristóteles.
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¿Quién le iba a decir a Jansen que su «juguete para miopes» se acabaría convirtiendo en el Santo Grial de la biología?
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