Historia de 13 años de amistad con Joaquín Sabina
Sintiéndolo mucho
Por Fernando León de Aranoa
En el Festival de San Sebastián se presenta la gran película sobre el músico canalla. El cineasta relata en este texto cómo todo comenzó «mucho antes de que supiera que iba a hacer películas»
Aquel juglar, esta ciudad: un paseo por el Madrid de Sabina que ya no existe

Esta película comienza a hacerse mucho antes de que yo sepa que voy a hacer películas, un verano de hace 36 veranos, cuando era más joven, los trenes de mi adolescencia iban siempre hacia el norte y la vida era dura, distinta y feliz. ... Esta película comienza, no podía ser de otro modo, con un desamor. Yo tenía diecisiete y Carolina acababa de decirme que no, a solo tres días de un viaje de fin de curso a Italia que iba a perder, en aquel preciso instante, su encanto y su razón de ser.
En un rapto de dignidad, reclamé los fondos que con tenacidad mensual había acumulado durante el año, cogí un autobús a la Gran Vía y me los gasté en Madrid Rock. Diez elepés, podría enumerarlos; entre ellos, el doble en directo de Joaquín Sabina y Viceversa, con aquel neón que brillaba sobre la cubierta azulada del álbum como una promesa.
Así, mientras mis compañeros visitaban la Capilla Sixtina, yo escuchaba en la soledad elegida de mi dormitorio aquellas veintiuna canciones que, comprendí al momento, me hablaban a mí. Escuchándolas vivía en calle Melancolía, trepaba por su recuerdo como una enredadera, la vida era un metro a punto de partir. Escuchándolas, se subía en mi caballo de cartón, era demasiado tarde, princesa, y las estrellas se olvidaban de salir. Dicho de otro modo, dicho como lo diría Joaquín, me pusieron un hombro donde llorar. Comprendí entonces que hay canciones de desamor y canciones de amor, que tarde o temprano terminan por ser también de desamor. Y que esas son las peores.
Escuchando aquel concierto, grabado en directo a mediados de los ochenta en un antiguo cine de Madrid, el Salamanca, fue como, sin saberlo yo, comencé a hacer esta película.
El lugar donde has sido feliz
Quizá por eso, 36 años después siento un cierto nerviosismo mientras aguardo en ese mismo espacio, hoy cerrado. Conserva la belleza de su estilo racionalista y su estructura de teatro, los anfiteatros y los palcos; pero una enorme escalera mecánica nace en el lugar donde una vez estuvo el escenario, revelando que ha servido como almacén de ropa los últimos años. Cuelgan aún de sus muros enormes anuncios descoloridos por el paso del tiempo y la humedad, colecciones de temporada para la mujer, novedades que hace ya mucho dejaron de serlo.
Han pasado más de tres décadas y yo he hecho ya algunas películas y documentales; hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte. Y aguardo a Joaquín Sabina en el lugar donde dio aquel concierto.

Mientras el cineasta que hace ya tiempo soy organiza la disposición de las cámaras para recibirle, aparentando seguridad y experiencia, el adolescente que nunca dejas de ser se emociona secretamente, pensando en los regalos que me ha hecho este oficio, el de hacer películas.
No estoy solo en la espera. Me acompaña Viceversa, su banda de entonces. El reencuentro se produce ante la puerta del antiguo teatro, entre risas y abrazos; ha pasado mucha vida por ellos, por todos nosotros. Baja Sabina de la furgoneta con una chaqueta de cuero negro, sombrero panameño y gafas de sol, con la funda de su Gibson empuñada y el aura de estrella del rock que comenzó a forjarse en ese mismo lugar; resulta fácil imaginarle entonces, algunos años menos, quizá algunos nervios más, la misma actitud.
En estos años he visto emoción en cada gesto de Joaquín, en cada reflexión, en cada instante
Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, advierten los poetas. Entran los músicos en el gran espacio vacío reconociéndolo, recordando la excitación de aquel momento irrepetible: aquí estabas tú en el escenario, Manolo se puso a mi derecha, y al otro lado Joaquín, ¿te acuerdas? ¿Que vino el alcalde de entonces? Ensayamos dos meses seguidos, Joaquín se lo sabía todo de memoria, ¿no te acuerdas? También lo que decía entre canción y canción.



Esta vez el concierto es 'unplugged' porque no hay corriente, y el público son los trabajadores que reforman el local, tres rumanos y un polaco que, ajenos a la trascendencia del momento, nos observan con indiferencia. Para ellos, para mis cámaras y, sin saberlo, para el adolescente que fui, Joaquín Sabina y Viceversa tocan otra vez en ese espacio hoy ruinoso 'Cuando era más joven'. Y así, como si nada, o mejor dicho, como si todo, este oficio bendito me concede la oportunidad de asistir a aquel concierto que tantas veces había escuchado.
Una canción y una secuencia
Llevábamos ya al menos diez años haciendo una película. Me lo propuso él un jueves, ¿te vienes conmigo?, y contesté que sí. El viernes saltaba en la glorieta de Atocha a un coche que conducía el poeta Benjamín Prado, con quien Joaquín escribía un disco. En el trayecto inventaron una canción. Cinco horas de carretera en las que los versos, las imágenes, las rimas, volaban de lado al lado del coche.
«Elige para tu documental a alguien que esté más preocupado por lo que esté haciendo que porque tú le estés filmando», dijo una vez el cineasta Robert Drew, y no se equivocaba: no habíamos salido aún de la M-30 y los dos habían olvidado ya por completo mi presencia en el asiento de atrás. Yo registraba desde allí la discusión, entre la excitación y el mareo que me producía grabar desde el centro de la densa nube de humo que los cigarrillos que Joaquín encadenaba iban formando.
Llevaba conmigo apenas una cámara doméstica y un set de micrófonos que había aprendido a manejar para la ocasión la tarde anterior. Cuanto menor el equipo, pensaba, mayor naturalidad, más verdad llegará hasta la pantalla.
Luego una parada técnica para respirar, en el restaurante de carretera equivocado: se celebraba en él una boda de trescientos invitados, de la que tuvimos que escapar como si hubiéramos asaltado la caja registradora. Acababan de incorporarse las cámaras a los teléfonos móviles y todos los asistentes sin excepción consideraban imprescindible hacerse una foto con Joaquín. Cuando llegamos al fin a Rota, ellos tenían su canción y yo mi secuencia, que hoy está en el documental.
'Like a Rolling Stone'
El rodaje de esta película comenzó así a la deriva, 'like a Rolling Stone'. Pronto comprendí que con Joaquín ese debía ser el plan: que no hubiera plan. Que lo que tenía que hacer era estar. Estar en los momentos que cuentan. Estar en ese coche, en el centro de esa nube de humo, en las entrañas mismas del proceso de fabricación de las canciones. Estar después de gira a su lado, en Latinoamérica. Estar en el último concierto que habría de dar en Las Ventas, con su carga añadida de emoción y responsabilidad.
Y regresar con él a los lugares donde las cosas sucedieron por primera vez. Al primer escenario que pisó con catorce años, en su Úbeda natal. A la pequeña estación de provincias que fue la puerta por la que salió al mundo. Al teatro de Madrid, hoy cerrado, en el que grabó un doble directo que cambió el curso de su carrera y a mí me prestó un hombro un verano.
Acompañarle también en los momentos difíciles. En las horas previas a un concierto, cuando se desvive de angustia y de preocupación, y canta canciones de José Alfredo para calentar la voz y el corazón. Cuando lo que escucha no está a la altura de su exigencia, en el estudio de grabación. Acompañarle en la tragedia, la tarde que José Tomás casi pierde la vida en Aguascalientes. Estar a su lado esa misma noche, en concierto, con la emoción en la voz, los pies en el escenario y la cabeza en el hospital en el que operan a un amigo a vida o muerte.
Estar, claro, en las horas altas de la celebración, en el brindis, en las rosas; en el abrazo tierno de las admiradoras, en las cartas que aterrizan a sus pies, sobre el escenario. En Tenampa, disputándole la noche a los mariachis; estar en la fiesta y en la borrachería desafinada de las cantinas, que el fin del mundo te pille bailando.
'Sintiéndolo mucho'
Cuando ya creía que habíamos terminado, esta película me ha hecho un regalo inesperado, otro. Comienza con la incorporación de Leiva, al que propuse hacer la banda sonora original. Suya es la música que atraviesa con delicadeza el relato, acompañando con talento y emoción las palabras de su amigo, sus tribulaciones; las canciones que va dejando a medias por camerinos, furgonetas, hoteles, habitaciones. Después de ver la película, los dos se propusieron devolverle una canción: el documental asiste, en sus últimos metros al milagro de su nacimiento.
Ponerle título fue sencillo. Durante estos años he visto emoción en cada gesto de Joaquín, en cada reflexión, en cada instante compartido. Y el deseo de sacarle el máximo partido a todo lo vivido, convertirlo después en una forma de arte y compartirlo con el público. En el fracaso y en la celebración, en la lectura de la carta de un admirador, en el hallazgo de una rima afortunada, siempre, hay emoción. 'Sintiéndolo mucho' define al fin una forma de vivir, de experimentarlo todo con intensidad, de que nada te sea indiferente.
La película responde al deseo de compartir con el público un inesperado privilegio
Sintiéndolo mucho' expresa también la razón y el modo en el que se ha hecho esta película. Responde, como cineasta, al deseo de compartir con el público un inesperado privilegio: el de pasar un rato a solas con Joaquín, cuando no es Sabina.
Para eso la película tenía que parecerse a él. Tener sentido del humor, el suyo. Y evitar, como sólo él sabe, la solemnidad, la trascendencia impostada. Tenía que tener calle y chulería, profundidad y ligereza. Pero sobre todo tenía que transmitir belleza, la que yo veo en él, la que escucho en su música.
Hoy, 36 años después, presentamos 'Sintiéndolo mucho' en el festival de cine de San Sebastián, otro de los escenarios de mi adolescencia. Decimos en el cine que las películas no se terminan, se abandonan. Con esta ha sido así. En algún momento he llegado a pensar que su sentido era precisamente ese, seguir grabando, no acabarla. Habrá más. Y largas conversaciones por terminar que ni siquiera hemos comenzado aún, y muchas canciones suyas, y muchas películas mías.
Los destrozos del tiempo
Hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte. Pero algunas noches pierdo el apetito, y no puedo dormir.
El teatro Salamanca, donde se grabaron aquellas veintiuna canciones, se habría de llenar luego de maniquíes, convirtiéndose en un C&A; me dicen que pronto será un Primark. En el local de la Gran Vía donde compré aquellos discos hay hoy un Bershka, y en el cine donde estrené mis primeras películas, un HyM.
¿En qué momento la ropa nos ha ganado la batalla a los que contamos historias? Carolina dijo sí en aquel viaje a otro con el que fundó una familia feliz; yo le invito puntualmente a mis estrenos, pero nunca viene, y ya no quedan tiendas de discos en las que encontrar consuelo. Unos años más tarde viajé a Italia, al menos la Capilla Sixtina seguía allí.
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Los espacios que conocemos cambian sin que lo advirtamos, como forillos en los oscuros de una obra de teatro. Se llenan de probadores y escaleras mecánicas, se vacían de historias, de canciones, de películas, se vacían de emoción y de vivencias.
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Pero lo que una vez nos pasó en ellos permanece, la conmoción que sentimos, lo que nos hizo dudar o nos dio aliento; lo que alguna vez abrigó nuestro corazón vuelve a hacerlo, cuando regresamos algunos años después, de puntillas, sin avisar, un martes cualquiera de otoño, por la puerta de atrás de nuestros recuerdos.
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