ARTES 6 LETRAS / LIBROS
'Cartografía de nadie', de Juan Herrero Diéguez: Odiseo revisitado y actualizado
La poesía realista del autor vallisoletano, que busca ensanchar la tradición, ha merecido el Adonáis
'El vuelo del hombre', de Benjamín G. Rosado: el fin de mis sofocos

El Adonáis es el decano de los premios poéticos, creo que literarios, en España. No he resistido la tentación de encomendarme a san Google y cotillear su historial. Creado en 1943, alcanzó su apogeo una década después, cuando lo recibieron Claudio Rodríguez con su asombroso 'Don de la ebriedad' o, en la siguiente edición, José Ángel Valente. Por esas fechas, José Manuel Caballero Bonald, Ángel González o José Agustín Goytisolo se quedaron en accésit, como más tarde Antonio Colinas o Raquel Lanseros, y Antonio Gamoneda sólo llegó a finalista. En la Transición, con la competencia del Hiperión, las mismas bases y una idea como más renovadora, cayó en cierto ostracismo, si bien por aquel entonces lo ganaron Blanca Andreu, Luis García Montero (a quienes se les hace un guiño alusivo en el poema que remata el libro a comentar) o Juan Carlos Mestre. Siempre ha mantenido su baremo de calidad a ultranza y sigue siendo el galardón más representativo de la poesía española para menores de treinta y cinco años.
En virtud del jurado casi fijo, en las últimas convocatorias suele apostar por una poesía clara y emotiva, lejos de galimatías, del cursilismo ñoño o del batido narcisista de cacao mental preponderantes, como es la del reciente ganador, el vallisoletano (también creo que es el primero, su paisano Francisco Javier Burguillo obtuvo en 2010 un accésit) Juan Herrero Diéguez (1993), dueño de una poética bien asentada y con fundamento, en la que la sencillez formal no sólo no muestra, sino que esclarece, sus honduras. Su poesía es realista, busca ensanchar la tradición, a la que se acoge ya desde la prosodia, en general de silva blanca con preponderancia de ritmo endecasilábico, si bien en el libro premiado, 'Cartografía de Nadie' hay pasajes con tendencia al versículo, pautado con acentuación rítmica latina. Es la tercera entrega de este poeta que se estrenó con 'Un verano en la orilla del teatro', una declaración de amor pasional con aires dramáticos, que se abría con una cita de Álvaro Tato e incluía un soneto blanco y un jaiku insólito («Por ver a dios/hago pan de tu sexo/y mis pecados»). Y hace cuatro años vio la luz 'A pesar de la lluvia', donde coqueteaba con el romance, una visión magnífica de la Guatemala de los patojos y los volcanes, «esfinges de la tragedia griega», desde Santa Apolonia, Tecpán, Chimaltenango.
'Cartografía de Nadie' se abre, como mandan los cánones, con una poética liminar que, en consonancia con el manejo juguetón de la herencia recibida, no lo es al modo tradicional de timbrar formalmente hacia dónde se va a inclinar su estilística, sino que más bien se trata de una declaración de intenciones conductuales, sobre cómo comportarse, autoconsejos en infinitivo del tipo: «Aprender a observar, no levantar la voz/abrazar el encuentro/que sorprende en mitad de cada búsqueda». Así principia el poema, que más adelante habla de señalizar los mapas desde los extravíos, en relación directa con el núcleo del sintagma nominal del título.
La idea general que guía el libro es traer al presente el sentido de 'La Odisea' y aplicar a nuestro tiempo diversos episodios, que Herrero Diéguez se conoce al dedillo, de este maravilloso ejemplo, insuperable, de libro de aventuras. La trasposición a la actualidad opera en todos los órdenes: las atrayentes sirenas «se anuncian radiantes en su LinkedIn», del ojo de Polifemo abrasado por la estaca ardiente emana el dolor y la muerte en las ciudades, la peripecia de los lotófagos colgateras se trasmuta a la del anciano de una residencia que vuelve al hogar por Navidad, pero debido al alzheimer galopante, su casa ya no es su casa. El poeta aplica la leyenda mitológica de Ulises a su experiencia personal, hasta a su familia, de forma nostálgica, en poemas como «Mamá ante el televisor» o «Telemaquia».
La estructura, sin perder nunca de vista el periplo odiseico, es tripartita. El primer apartado da voz a personajes del poema épico presuntamente homérico. Empieza, a partir de los cuatro cantos del comienzo, con la semblanza del padre del autor desde el punto de vista del hijo, trasunto de Telémaco, el del héroe griego. Luego, habla la fiel madre, Penélope, confrontada con la provocativa hechicera Circe; la hija de Alcínoo, Nausícaa, en el momento en que descubre «al tiempo el mar y la poesía»; la posesiva Calipso «en una playa de espejismos» o el propio Ulises, que se autoproclamó como Nadie para engañar al mencionado cíclope.
Rialp
Cartografía de Nadie

- Juan Herrero Diéguez 76 páginas 10 euros
La segunda sección, «El otro lado», tiene como marco de referencia el descenso al Hades, al inframundo, representado hoy por las pateras flotando como ataúdes sobre el caldo infernal del Mediterráneo o en la esquela del colega, que vivió deprisa, muerto prematuramente. Cabe aquí la exploración de los límites de la niñez o la imposibilidad de conquistar el primer amor adolescente. En «Cuanto he tomado por victoria» verso de arranque del poema 'Fracaso' del Cervantes venezolano Rafael Cadenas, las dos últimas estrofas se miran de manera intertextual en el memorable ´Ítaca' de Konstantin Kavafis, una de las lecturas sintéticas esenciales de 'La Odisea'. Igual que en la apertura de la parte final, «El regreso», teñida de melancolía por la pérdida de la juventud, el estupor ante las cicatrices que no cura la edad y el sabor agridulce de los retornos a la capital de provincias natal, se conversa con los nóbeles Louise Glück y Peter Handke, con éste en torno al concepto, clave para desentrañar la poética de fondo del libro, de 'duración'; y en el poema de cierre, 'Penélope y celeste`, desde el encabezamiento, y en gran parte de su desarrollo, con Jaime Gil de Biedma.
A este respecto, de su amplio recorrido lector y de la pluralidad de sus intereses dan buena cuenta los paratextos que jalonan el libro, ya de entrada de Emily Dickinson y de Daniel Mendelshon. Balizan después los textos el distante, magmático John Ashbery o la cercana, pudorosa Circe Maia, la arraigada Idea Vilariño o el visionario Dylan Thomas, la descarnada, esquinada Anne Carson; así como escritores contemporáneos, el caudaloso Derek Walcott, o clásicos grecolatinos, Eurípides, o del canon español: Luis Rosales o Francisco Brines. Incluso dialoga con poetas actuales muy disímiles, del elegetebeísta Ángelo Nestore al bobiniano Jesús Montiel, de la airada Mayte Gómez Molina a los eclécticos Alejandro Céspedes y Ben Clark.
Lejos queda, en la dedicatoria a su pareja en su debut poético, el marchamo veneciano del Gimferrer más brillante y novísimo «ante el mar de los teatros». Libro a libro la expresión de Herrero Diéguez, a la vez que ganaba en concentración e intensidad, se ha ido ajustando, ahondando, de tal manera que lo que era una firme promesa de escritor en ciernes se ha convertido en una realidad, en plena madurez creativa, refrendada por el premio poético en español por antonomasia.
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