EL ÚLTIMO LIBERAL
El apagón, Juan Roig y el Cecopi
«Recordé a Feargal Quinn, empresario irlandés dueño de supermercados que, ocupando cargos públicos, consiguió mejorar servicios como el de correos. Pero en España los gestionan los amigos del presidente»

No somos conscientes de lo vulnerable que es nuestra forma de vida hasta que ocurren eventos como el apagón de este lunes. A veces no resulta tan evidente darse cuenta de que nuestro cómodo mundo puede tambalearse en cualquier momento, y que no estamos preparados para afrontar una situación anómala.
Volvía a casa tras una reunión en Calpe para preparar uno de los cursos de verano que estamos organizando. Tuve tiempo de tomar un café y de enterarme del procesamiento del hermano del presidente del Gobierno antes de iniciar el viaje de regreso. Durante el trayecto en coche no percibí el apagón, ya que tengo la costumbre de escuchar podcasts de noticias y tertulias que no son tan inmediatos como el boletín horario.
No me sorprendió en exceso que, al llegar a la ciudad, algunos semáforos no funcionaran. Tampoco que no hubiera luz en el garaje y tuviera que subir las escaleras hasta mi piso. No es lo habitual, pero estos cortes de luz suceden, y nos hemos acostumbrado a ellos.
Abrí el ordenador —afortunadamente tenía batería— y empecé a escribir el artículo de opinión de esta semana. Me extrañó que el móvil no tuviera conexión a internet y que algunas llamadas de mi mujer se cortaran sin poder devolverlas. El teléfono pasaba del 5G al 4G, al 3G, y luego a sin cobertura, y viceversa. En uno de esos altibajos llegaron algunos mensajes y, con la cautela correspondiente, empecé a leer que el corte no afectaba sólo a mi barrio, ni siquiera a mi ciudad: era generalizado.
Obviamente no creo que el presidente Sánchez haya organizado algo así para tapar el escándalo de su hermano —aunque en algún momento lo pensé—. En esas, llegó mi mujer y me propuso ir al supermercado, dado que no estábamos preparados para un apagón prolongado. Era uno de esos días en los que se añoran las enormes botellas de butano. También temí que el supermercado hubiera cerrado o que no aceptara pagos con tarjeta. Revisé si tenía suficiente efectivo y lamenté mi costumbre de depender demasiado del pago electrónico, al mismo tiempo que incrementaba mis dudas sobre lo del «euro digital».
Llegué a un supermercado abarrotado. No hemos vivido una guerra, pero sí el inicio de una pandemia, y algo de memoria colectiva queda de los comunicados oficiales al estilo de «serán a lo sumo un par de casos aislados»
Puedo hablar del Mercadona de mi barrio, aunque es probable que en otros supermercados de otras cadenas la situación fuera similar: enormes colas de personas que, de forma ordenada, esperaban su turno. Todas las cajas estaban abiertas y, sorprendentemente, se aceptaban pagos con tarjeta. Mientras esperaba, un ladrón intentó aprovecharse del caos, pero fue reducido y detenido sin mayores altercados.
Al salir del supermercado, dada la eficacia de su gestión, no pude evitar sonreír al pensar en las peregrinas ideas de Yolanda Díaz, Irene Montero y sus acólitos sobre los supermercados públicos, basadas en ensoñaciones no contrastadas, a semejanza del modelo cubano.
Reflexioné sobre la preparación del supermercado ante estos eventos que, aunque poco probables, no son imposibles. Esto se llama gestión de crisis, y obviamente no se improvisa: se planifica mucho antes de que la emergencia ocurra.
Inevitablemente recordé la incompetencia de la consellera que no sabía de emergencias, del secretario autonómico de emergencias que aseguraba no tener competencias en emergencias, del jefe de bomberos que retiró su equipo porque tenían hambre, del presidente de la confederación que no avisó de la riada... y así, una larga lista de despropósitos. Imaginé cómo se habría gestionado aquella riada de octubre si una persona como Juan Roig hubiese estado al mando.
Recordé también a Feargal Quinn, empresario irlandés también dueño de una cadena de supermercados que, ocupando cargos públicos, consiguió mejorar servicios como el de correos. Pero en España esto parece cada vez más imposible: aquí los cargos los gestionan los amigos o compañeros del presidente, y así nos va.
Los medios gubernamentales aprovecharon la comparecencia del presidente Sánchez —por cierto, para no decir nada— para criticar la ausencia de Mazón. Pero lo que necesitamos no son responsables «presentes», sino útiles.
El supermercado no me habría servido de nada si los trabajadores hubieran estado allí sin poder cobrar.
Por mi parte, el apagón me dejó algunos aprendizajes importantes. No duden que, con la «tropa» que tenemos al mando, situaciones como esta volverán a repetirse.
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