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la BArbitúrica de la semana

Ese dolor del que usted me habla

El duelo venezolano necesita ser enunciado

Teoría del patíbulo

Como a perros

Karina Sainz Borgo

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Es la quinta columna consecutiva que dedico –¿existe otra forma de describirla?– a la tragedia venezolana. Lo hago porque no dispongo de otra opción moral y porque de Primo Levi, Hannah Arendt, Albert Camus, J. M Coetzee y Doris Lessing se aprende a insistir sobre ... aquello que, por monstruoso, no puede olvidarse. Todo autoritarismo, y por tanto cualquier colaboración –por conveniente que pareciera a los socios del Tercer Reich, a la Francia de Vichy, al Partido Comunista de la Primavera de Praga o a la Sudáfrica del Apartheid– debe ser señalada. Tras un mes de las las elecciones fraudulentas de Nicolás Maduro, que la Corte Suprema bajo su poder dio por válidas, con dos mil personas apresadas y torturadas en tres semanas y veinticinco años después del autoritarismo bolivariano que produjo una diáspora de nueve millones de personas, el de los venezolanos sigue siendo un dolor abstracto, incomprensible incluso cuando intenta uno explicarlo como orfandad o desposeimiento. Siendo todo eso junto, el duelo venezolano fatiga e incomoda, como incomodó a muchos que Fidel Castro fuese un sátrapa y el Che Guevara un asesino.

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