León

León XIV entiende el Misterio y el poder de la liturgia; para él la libertad no es un derecho sino un deber ante la persecución que hoy como siempre sufrimos los católicos: a veces contra nuestras vidas y otras en el escarnio cotidiano. Ahí ha estado siempre León, desde Chicago hasta Perú, contra el linchamiento y contra la injusticia. Todos cabemos en su abrazo y no somos una revancha de los unos contra los otros ni el Papa está en ningún bando. Inútilmente le han querido reducir a una bandera, a una pancarta. Estamos todos incluidos en su esperanza, ha recuperado el apartamento apostólico y no hay nadie que no esté feliz, y aliviado, con su llegada. Las ovejas podemos volver a pastar tranquilas.

Las disputas ideológicas no favorecen la santidad. León XIV cuida de cada palabra para elevarla, y elevarnos con ella, y cuando habla de paz no lo hace como una rendición sino como una victoria del bien sobre el mal, claramente distinguidos. León XIV no alza la voz contra nosotros. Nos alza a nosotros contra el abuso, la crueldad y el populismo, que es el disfraz moderno de los tiranos. El nuevo Papa no quiere que crucifiquemos a nadie sino que le ayudemos en su misión de bajar a los crucificados y sanar sus heridas.

Todo es político en nuestras vidas y 'política' no es una palabra que deba avergonzarnos. Y menos con León porque hemos dejado de hablar de bandos para volver a hablar de hombres; hemos dejado de hablar de parapetos para hablar de espiritualidad como fuente de todas las riquezas, hemos dejado de hablar de derechos que victimizan a unos y culpabilizan a los otros para hablar de deberes que a todos nos comprometen con los más débiles porque ésta es nuestra ternura y la intimidad de nuestra conversación con Cristo.

Si es más o menos sucesor de Francisco es un debate de la prensa paramasónica que jugó a utilizar al Papa anterior como una lanza envenenada contra los católicos. León XIV es agua para una humanidad sedienta de Dios y que ha de volver a confiar en Él y devolverlo a las aulas y a las leyes. Sin religión no puede haber buena fe en los negocios. Claro que los pobres están en el centro pero no los ayudas poniéndolos de a montón alrededor de San Pedro, donde son atacados por las terribles gaviotas; del mismo modo que no ayudamos a los alemanes con ración doble de harina en su humillante racionamiento sino derribando el Muro.