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Una historia de Sevilla

De rodillas y sin corona: la conmovedora muerte del Rey San Fernando en Sevilla

En mayo de 1252, el Alcázar de Sevilla fue testigo del fallecimiento de Fernando III. Su hijo, Alfonso X, narró en la 'Estoria de España' el conmovedor final del monarca que marcó el inicio de su leyenda

Rey San Fernando según los pinceles del pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo ABC
Jesús Pozuelo

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Moría el Rey Santo a finales de mayo de 1252. Así lo recoge la 'Estoria de España', la gran crónica de su tiempo escrita por su propio hijo, Alfonso X el Sabio. Esta fuente excepcional no solo narra con detalle el tránsito de Fernando III hacia la otra vida, sino que nos permite comprender el contexto íntimo y solemne en el que el monarca entregó su alma en el Alcázar de Sevilla, tres años y medio después de la conquista de la ciudad.

Un final real en el corazón de Sevilla: la muerte de San Fernando

En la primavera de 1247, Fernando III llegó a la Sevilla almohade, después de haber conquistado Córdoba en 1236 y de tomar Jaén en 1246. La conquista de Sevilla no fue un episodio más: fue uno de los mayores hitos de la expansión cristiana en al-Ándalus y, sin duda, la operación más ambiciosa y simbólica del reinado del rey santo. Sevilla no era una ciudad cualquiera. Era la capital del valle del Guadalquivir, enclave estratégico del islam andalusí y referente espiritual del sur peninsular. Su toma, tras más de cinco siglos de dominio musulmán —en la misma ciudad que había visto crecer a San Leandro y San Isidoro— marcó un punto de inflexión en la historia de la península y tuvo eco incluso más allá de las fronteras castellanas.

Tras la toma de Jaén y con Granada sometida a vasallaje -nacimiento, de hecho, del futuro reino nazarí-, Fernando III concentró sus esfuerzos en el asedio de Sevilla. Antes de marchar, ya había solicitado desde Jaén la ayuda naval del burgalés Ramón de Bonifaz (aunque algunas fuentes lo sitúan como cántabro), a quien encargó preparar una flota que apoyara el cerco por vía fluvial. Así lo narra su hijo Alfonso X en la 'Estoria de España':

«Desque el rey don Fernando fue llegado a Jahen (…) vino y Remon Bonifaz, vn omne de Burgos, uer al rey. Al rey plogo mucho con el, et desque ouo sus cosas con el fablado, mandol luego tornar apriesa que fuese guisar naues et galeas et la mayor flota que podiese et la meior guisada, et que se veniese con ella para Seuilla, quebranta ese fuerte et alto capitolo del coronamiento real del Andalozia, sobre que el queria yr por tierra et por mar».

Estoria de España - Alfonso X

La flota de Bonifaz, clave en la victoria, lograría quebrar el célebre puente de barcas que unía Triana con Sevilla el 3 de mayo de 1248 —día de la festividad de la Santa Cruz— gracias a sus dos naves principales: la Carceña y la Rosa de Castro. Aquella maniobra aisló completamente a la Sevilla almohade, que quedaba a partir de ese momento cercada por tierra y por río.

Fernando III fue estrechando el cerco desde la zona de Dos Hermanas hacia las murallas, estableciendo su campamento principal en lo que después sería el arrabal de San Bernardo, y con el grueso de sus tropas establecidas entre el campo de Tablada y la puerta de la Barqueta (Bib Ragel). El callejero sevillano aún conserva en el barrio de San Bernardo huellas de aquel episodio en nombres como Santo Rey, Campamento o Cofia.

La ciudad capituló el 23 de noviembre de 1248, en una jornada cargada de simbolismo: ese mismo día cumplía 27 años el infante Alfonso —futuro Alfonso X El Sabio— y se celebraba la festividad de San Clemente, papa mártir arrojado al mar Negro con un ancla al cuello en tiempos del Imperio romano. Fernando III, hombre profundamente piadoso, quiso conmemorar esta efeméride fundando junto a la Barqueta el monasterio de San Clemente, todavía activo hoy.

Días más tarde de la rendición recibiría las llaves de la ciudad del último caudillo almohade de Sevilla: Axataf. Y un mes exacto después de la rendición, el 22 de diciembre de 1248 —fecha en que se conmemoraba el traslado de San Isidoro a León— y tras haber dado rendición honrosa a los sevillanos, incluso custudiando su traslado a Granada, Jerez o el norte de África para que no sufriesen atropellos, el rey entró solemnemente en Sevilla acompañado de su esposa Juana de Ponthieu, sus hijos, las principales órdenes militares y religiosas —dominicos, franciscanos y mercedarios—, dando inicio a una nueva etapa cristiana en la ciudad que, diez siglos antes, había visto nacer, vivir y morir a las santas Justa y Rufina.

Entrega de las llaves de Sevilla a Fernando III. Juan de Espinal - Ayuntamiento de Sevilla

La muerte de Fernando III en el Alcázar de Sevilla

Tres años y medio después de la conquista y entrada de Fernando III en la ciudad, el rey santo encontraría en ella el fin de sus días. El 30 de mayo de 1252, en un cuarto regio del Alcázar de Sevilla, moría Fernando III el Santo, rodeado de su familia y de los hombres que le habían acompañado en las campañas. La ciudad que había conquistado se convertía así en el escenario de su tránsito a la eternidad.

El Alcázar —que aún era un conjunto palatino completamente andalusí— fue testigo de una muerte narrada de forma conmovedora por su hijo, Alfonso X, en la 'Estoria de España'. Allí describe con emoción cómo su padre se despidió de cada uno de los presentes, pidió perdón por sus pecados, tiró la corona, la espada y el cetro real al suelo, se colocó de rodillas implorando al cielo y arrepintiéndose y pidiendo perdón por sus pecados a Dios y a todos los presentes. Poco más tarde, recibiendo la bendición de su confesor Don Remondo, exhalaría su último aliento dentro de las murallas de la ciudad que tantas noches había soñado en conquistar. En sus últimas palabras dejó un testamento de humildad y fe que marcaría profundamente a su heredero. Alfonso escribiría:

«… E a la hora que lo vio asomar, dexósse caer de la cama en tierra, e teniendo los ynojos fincados, tomó vn pedaço de soga que mandara ý aparejar e echóla al su cuello; e demandó primeramente la cruz e parárongela delante, e él omillóse mucho homildosamente contra ella e tomóla en las manos con muy grand deuoçión, e començóla de orar… e llorando muy fuertemente de susojos e culpándose mucho de los sus peccados e manifestándolos muncho a Dios, e pediéndole perdón…».

Estoria de España - Alfonso X

Postrimerías de San Fernando. Cuadro de Virgilio Mattoni - Salón del Almirante del Alcázar de Sevilla

La humildad del Rey Santo

Fernando III había dejado claro a los suyos que no deseaba honores excesivos tras su muerte. Rechazó todo signo de grandeza: ni mausoleos, ni estatuas, ni fastos ni ningún tipo de ostentación. Su última voluntad fue sencilla: morir como un hombre, no como un rey.

Poco después de su muerte, Alfonso ordenó trasladar a Sevilla los restos de su madre, la emperatriz Beatriz de Suabia, para que descansaran junto a los de Fernando y ambos fueron sepultados en la vieja mezquita almohade de Sevilla, que había sido consagrada como Catedral de Santa María de la Sede tras la conquista, aunque siguiese conservando la arquitectura de la mezquita.

Recreación de la primitiva Capilla Real en la Mezquita Catedral de Sevilla con las tumbas de Fernando III, Beatriz de Suabia y Alfonso X (Antonio Almagro - La Mezquita Almohade de Sevilla y su conversión en Catedral, 2009)

Allí, junto al primitivo altar mayor y la Virgen de los Reyes, reposaron los restos de Fernando III y Doña Beatriz de Suabia -primera esposa de Fernando III y madre de Alfonso- y sería precisamente su hijo Alfonso X, nuevo rey de Castilla, quien le erigiese un precioso y cultísimo mausoleo de piedra que -aún hoy- reza en las cuatro lenguas en las hablaban las gentes que habitaban la península ibérica: latín, castellano, árabe y hebreo. Hoy en día esa tumba se encuentra debajo de la urna relicario de plata hiperbarroca que realizase el orfebre gaditano Juan Laureano de Pina en época de Felipe V y cuyo epitafio en castellano, redactado por Alfonso X, reza así:

«Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Ciudad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passo en el postrimero día de Mayo…»

No sabemos exactamente a qué hora expiró el rey Fernando, pero nos dice su hijo que ocurrió «el postrimero» último día mayo, por lo que Sevilla viene celebrando desde su muerte, porque desde ese momento fue venerado por el pueblo como un rey santo. Su cuerpo, a los pies de la Virgen de los Reyes, era visitado por enfermos, pobres y devotos, buscando consuelo y milagros. Solo unos meses después de su muerte, el papa Inocencio IV concedía indulgencias a quienes lo visitaran ese día y rezaran por su alma.

Tumba relicario de Fernando III en la actual Capilla Real de la Catedral de Sevilla sobre el epitafio original de Alfonso X con epígrafe en cuatro idiomas. Señalado en rojo en lengua árabe

Con el paso de los siglos, su figura no hizo sino crecer en la memoria de la ciudad, hasta que en 1671 fue canonizado por el papa Clemente X. Desde entonces, cada 30 de mayo, Sevilla honra al rey que la reconquistó, que murió en ella y que quiso quedarse para siempre. No fue solo un monarca. Fue -y sigue siendo- el alma de la ciudad que lo eligió como patrón, y que nunca ha dejado de llamarlo «el Santo».

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