entrevista
Gabriela Delord, tercera mejor profesora de España: «Hoy en educación lo innovador es lo manual, no lo digital»
Esta docente originaria de Porto Alegre (Brasil) trabajó en una escuela situada en una favela de Río de Janeiro donde niños de 11 años traficaban con drogas y portaban pistolas: «Los profesores en España están estresados, amargados, pero podrían salir de clase felices y relajados»
«Si un médico te diera una pastillas de los años 80 en lugar de otra más actual y mejor, nadie lo entendería. Pues eso es lo que está pasando con la educación»
«Los jóvenes de hoy quieren ser millonarios y no les importa cómo aunque, si es sin trabajar, mejor»

Gabriela Delord, profesora del departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales de la Universidad de Sevilla, es la tercera mejor profesora universitaria de España, según el ranking de los Premios Educa Abanca, considerados los 'Goya de la Educación'. Delord, de 40 años, ... nació en la ciudad brasileña de Porto Alegre y vino a la Universidad de Sevilla en 2014 a cursar el doctorado en Educación. De formación bióloga, ha sido maestra de Primaria en una favela de Río de Janeiro, donde chicos de sólo 11 años traficaban con drogas y portaban pistolas-
-¿Cómo recuerda esa primera experiencia como docente?
-Esta experiencia me ha impactado bastante y me ha servido para no tener agobios hoy, cuando entro en un aula en España llena de jóvenes. En los colegios donde trabajaba había detectores de metales en la entrada. A partir de los 11 años muchos de esos alumnos estaban metidos en el tráfico de drogas. A las familias les daban dinero porque sus hijos fueran a clase y nosotros no podíamos expulsarlos ni hacer prácticamente nada. Al principio, algunos niños nos amenazaban con pistolas y cuchillos. Yo decidí no pelearme con ellos y preguntarles cuáles eran sus expectativas porque quería que dejaran trabajar al menos a los otros estudiantes. Traté de llegar a un acuerdo y esa estrategia de conversación, ellos acabaron pensando que una formación, en la que en principio no estaban interesados, podría llegar a ser un plan b y lo vieron quizá como una oportunidad. Los evalué con más benevolencia que a los otros estudiantes que gozaban de mejores condiciones y de una familia más estructurada. Poco a poco, empezaron a participar en las clases, aunque el colegio no estaba dentro de sus intereses y muy distante de su realidad. El profesor tiene que ser humano, tener empatía y poner las gafas de la desigualdad social para ver que lo que este tipo de alumnos necesita menos es aprender el ciclo del carbono, la fotosíntesis o las características de los planetas del universo. No sé cómo algunos profesores no se mueren de vergüenza tratando de enseñar estas cosas en un mundo de ansiedad, depresión, miseria, desigualdad social y colapso climático. Yo, por supuesto, tenía mucha vergüenza y sentimiento de culpabilidad.
-¿Qué pasó después con estos alumnos de las favelas?
-La mayoría de estos alumnos no terminan el colegio. Algunos mueren o son encarcelados.
-Llegó con 29 años a Sevilla, sin conocer a nadie y sin saber hablar ni escribir el castellano.
-Sí, pero me adapté. Cuando terminé el doctorado, fui seleccionada a través de concurso de méritos como profesora sustituta de la Universidad de Sevilla con un contrato de media jornada. También trabajé durante cuatro años en la Universidad de Osuna. A lo largo de estos casi 8 años de docencia universitaria en Sevilla, he sido sustituta interina, ahora con una jornada a tiempo completo, y estoy a la espera del resultado de una plaza de profesor ayudante que salió a concurso en el mes de marzo.
-A pesar de ser interina, es la segunda vez que es reconocida entre los mejores docentes universitarios de España. ¿Cuál es su secreto para que la sigan votando sus compañeros?
-Estoy muy contenta y agradecida. Siempre he pensado que con valentía y profesionalidad la educación de todos los niveles puede cambiar. Yo creo que esto es la suma de muchas cosas. La primera es mi actitud con los alumnos. Yo no los siento como mis enemigos ni los juzgo como rebeldes. Entro en clase sabiendo que son adolescentes e intento normalizar que ellos tienen cosas en su vida que son más interesantes que mi asignatura y que, en principio, no van a estar demasiado interesados en ella ni en lo que yo les puedo decir. Ellos tienen una vida mucho más interesante que la vida que yo puedo presentar en mis clases, pero intento competir con esa vida de fuera.
-¿Y lo consigue?
-A veces, sí. Mi reto es ganar su atención. Nosotros, los profesores, queremos que los alumnos estén pendientes de nosotros y yo hago al revés: estoy pendiente de ellos. Los trato siempre con muchísima amabilidad, cariño y respeto. Y ellos se sienten amados y con la sensación de que yo estoy allí para ayudarles. Siempre pregunto si tienen alguna duda, a veces no lo dicen porque están delante de los compañeros, pero cuando empiezan a trabajar yo suelo pasar por todos los grupos para preguntar en qué puedo ayudar. Y siempre cojo una silla y me siento al lado de ellos para que se sientan al mismo nivel que yo.
¿Es una estrategia para que confíen en usted?
-Es la forma de construir poco a poco esa confianza. Después de la confianza viene el respeto y así nos convertimos en un colectivo de trabajo. Trabajamos juntos, trabajamos bien, trabajamos a gusto y cada vez que yo voy a hablar, ellos ya saben que yo tengo cosas interesantes que decirles. Entonces se hace un silencio en la clase.
-El silencio en una clase es algo muy codiciado por cualquier profesor en este momento.
-En mis clases no existe esa tensión entre el profesor que quiere hablar y los alumnos que no se lo permiten, algo que frustra a los profesores y los va desmotivando. El segundo ítem es que yo no transmito el contenido de todo lo que he aprendido a lo largo de los años, ni mi grado en Biología, ni lo que aprendí en mi máster y en mi doctorado. El conocimiento no se transfiere, se construye, y es individual, de modo que es muy ingenuo pensar que nosotros con un powerpoint vamos a poder explicar todo nuestro conocimiento. Por otra parte, eso está demostrado por la neurociencia y por los mejores pedagogos con la famosa teoría del constructivismo. Yo lo que intento hacer es no utilizar power point y no transmitir el conocimiento de esa manera, sino poner un reto a mis alumnos. Y a partir de este reto, de este problema, ellos tienen que buscar una solución y después tienen que exponerla. De esa exposición saldrán muchas ideas y no todas serán iguales y algunas tendrán equívocos. Pero no hay problema con esto porque se trabaja también con el error. Lo correcto enseña, pero lo que no es correcto también enseña. Cuando ellos van exponiendo sus soluciones, yo voy poniendo mis píldoras de teoría y herramientas. Siempre trabajamos con investigación.
-¿De qué elementos se vale en estas clases tan «diferentes»?
-A veces de un portfolio, a veces de un blog, a veces de una maqueta o una exposición. O también de un periódico, un vídeo o un documental. Y así trabajamos. Entonces casi todos los días tienen un reto nuevo.
-¿Esos retos enganchan?
-Sí. El ser humano ama los retos, ama superarlos. Cuanto más difícil es ese reto, más nos enganchamos. Es por eso que cuando un amor es difícil, más lo queremos. Y todo esto podemos usarlo para la educación. Estamos construyendo el conocimiento en el aula y cada clase es diferente. Lo nuevo, la novedad, también nos engancha.
-No debe de ser fácil captar la atención de los alumnos con tantas distracciones en Internet y las redes sociales. ¿Se desenganchan muchos al principio?
-Al principio es difícil porque uso una metodología a la que ellos no están acostumbrados. Hay que partir de la base de que los alumnos, tanto los de Brasil como los de España, están todos desinteresados. Mi metodología es como los «bracket» de los dentistas, funcionan igual en la boca de un rico o en la boca de un pobre, funcionan en cualquier sitio y en todas las clases sociales.
-¿Cuál cree que es la causa principal de ese desinterés general de los alumnos?
-Muchas personas de mi generación solo buscaban un grado universitario porque sus padres, abuelos, etcétera, no habían podido tenerlo. En mi familia yo soy la única que tiene un máster y un doctorado. La población ha crecido mucho y no hay trabajo para todo el mundo y las personas han tenido que especializarse. Decidir una carrera siendo tan joven, con 17 ó 18 años, es muy difícil, entre otras cosas, porque en el colegio no se trabaja eso, ni los dones ni las habilidades de cada uno. El alumno elige un curso a oscuras y a veces va a lo más fácil. Muchas veces lo hacen para cumplir el sueño de su padre o de su madre, no su sueño.
-¿Así es el el perfil de los adolescentes actuales?
-Sí. Además, tenemos las redes sociales. Ellos se quedan horas y horas viendo informaciones que son cortas y el conocimiento no es corto, no es rápido, necesita un tiempo, necesita un proceso.
-¿Y cómo se cambia esa dinámica?
-Yo fragmento las clases de quince en quince minutos para que mis alumnos sientan que estamos avanzando. Al principio, son alumnos pasivos, están acostumbrados a que en el colegio sólo vale lo que se considera correcto y que ellos tienen que estar sentados escuchando, copiando y memorizando. Cuando yo les pongo un reto que ellos tienen que resolver en lugar de que yo les dé la respuesta, se quedan un poco desconcertados, pero después se vuelven activos, ven que están creciendo, que la clase interesante y se acostumbran. Y acaban muy agradecidos y me escriben cartas. He traído algunas (las saca de una carpeta y las enseña). Me dan las gracias, me dicen que han aprendido mucho, que se acordarán toda la vida de este curso y que me van a echar de menos. También me dicen que esperan que todo me vaya genial.
-Y esos agradecimientos se los escriben a mano. Pensaba que los adolescentes habían abandonado ese hábito por completo.
-Es que yo trabajo mucho la caligrafía en clase con cuadernillos escritos a mano. Cada etapa del proyecto que les encargo tiene que ser registrado. Aunque en Internet podrían copiar la respuesta y algunos lo hagan, ya sólo el acto de mirarla en el portátil y tener que escribirla a mano en ese cuaderno les hace aprender. Empiezan sin saber investigar pero con el tiempo van aprendiendo. Trabajamos mucho con cartas y con muchas manualidades.
-Trabajar con manualidades y sin dispostivios electrónicos suena revolucionario en este momento?
-Sí, ahora lo innovador no es tanto lo digital como lo manual. Y he visto que les encanta trabajar con las manualidades. Y algunos incluso quieren colorear, mira estos dibujtos (los enseña).
-¿Cómo son sus exámenes?
-Yo no les llamo exámenes sino preguntas de reflexión. Y todas esas «preguntas de reflexión» están muy bien decoradas y coloreadas para que ellos no sientan la tensión de un examen o la tensión de un trabajo. Quiero que se relajen y que en cierta manera vuelvan a la infancia.
-Imagino que cuando empezó a hacer este tipo de exámenes o «preguntas de reflexión», algunos de sus compañeros de la Facultad de Ciencias de la Educación se llevarían las manos a la cabeza.
-Sí, choca. Y es verdad que aún no he logrado todavía vencer esas resistencias. Lo que pasa es que los alumnos salen diciendo que quieren mucho a Gabriela y que mis clases son muy divertidas. Y algunos compañeros imaginarán quizá que yo no doy clase, que yo no enseño, que solo juego y bailo con mis alumnos y que vamos a pasarlo bien en clase, mientras ellos se hinchan de poner power points.
-¿Ha recibido muchas críticas por su forma de dar sus clases?
-Sí. Me han dicho que estoy loca, que lo que hago sólo funciona en Europa y que no funciona con todos los alumnos sino con alumnos muy especiales. Pero los mismos alumnos que tengo yo, los tienen los otros docentes. Y yo intento siempre dar clases en colegios para no dejar de conocer la realidad. Yo no tengo tiempo de ir al despacho de cada profesor para decirles que trabajamos mucho más en una clase innovadora que una clase tradicional. En la clase tradicional, el profesor está haciendo todo el trabajo y el alumno está grabando todo lo que dice el profesor, pero sin prestar atención y viendo quizá las rebajas de Zara en el móvil, como me dijo una vez una alumna. En mis clases no da tiempo a que mis alumnos miren el móvil porque cada quince minutos tienen que terminar una tarea. La estrategia de control de tiempo es importante y también el trabajo en equipo. A mis alumnos los divido en equipos con nombres de animales. Aprenden en clase pero también se divierten. Nos divertimos.
-O sea, que usted no sale estresada de sus clases.
-No, al contrario. Salgo feliz y relajada. Y no solo los compañeros de aquí sino casi ningún profesor de ningún sitio puede entender que una profesora hoy día esté feliz, a gusto y relajada y amando ir a su trabajo. Eso es muy raro, casi no existe. Los profesores están estresados, amargados, tristes. La educación está enferma.
-Si su método se extendiera, ¿cree que los profesores serían más felices y los alumnos aprenderían más?
-Seguro, porque a partir del momento que los alumnos responden, el profesor puede sentir la importancia de su trabajo. Yo no paso firmas, solo pasé en las clases prácticas porque son viernes. Vienen porque quieren, porque están interesados. He ganado un regalo de una de una madre en mi último día de clase. Y tengo madres que me siguen en Instagram y que están muy agradecidas porque nunca ha visto a sus hijos tan interesados en una asignatura y que no pueden faltar. Ellos saben que van a salir de allí con un aprendizaje útil.
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