La fuerza tranquila de 'Leone d'America'
Euforia en la orden agustina, que al fin se sacude el estigma de Lutero con un hermano y antiguo prior en la sede de San Pedro. El último fue Adriano VI
El cardenal Prevost dio la sorpresa y lideró el cónclave desde la primera votación

En el Vaticano te puedes encontrar en cualquier sitio a alguien que conozca al Papa, haya trabajado con él o para él, lo haya saludado alguna vez o se lo haya encontrado en alguna 'trattoria' cercana. Y en su defecto siempre hay gente ... que conoce a su familia de sangre o de congregación, o a uno que tiene una prima cuya cuñada es la tía de un cura que estuvo con él en una misión peruana. Si además el Santo Padre ha visitado media Europa y media América (del Norte y del Sur) como prior de una orden religiosa con fuerte presencia en la enseñanza, y se ha fotografiado con personas de toda condición y raza, su ámbito de proximidad reivindicada adquiere una dimensión cuasi planetaria.
Así que este viernes los cientos de periodistas desplazados al cónclave tenían suficiente material humano para entrevistar en la plaza. Sobre todo frailes agustinos, cuya residencia está justo al lado de la columnata, y que la noche del jueves celebraron la elección durante una jubilosa cena acabada con brindis de champaña. La OSA (Orden de San Agustín) ha pasado cinco siglos tratando de quitarse el estigma de haber acogido en sus filas al fundador de la escisión luterana, y esa impronta histórica ha quedado redimida del todo con la fumata blanca. Aunque tuvieron dos Pontífices –el inglés Adriano IV y el flamenco Adriano VI— en épocas lejanas, ya iba siendo hora de que sus servicios misioneros y su prestigio docente fuesen reconocidos al máximo nivel por la Iglesia contemporánea.
Menos contentos estaban los italianos, que en esta ocasión se veían con seria chance de recuperar la sede de San Pedro al cabo de 47 años. La poderosa estructura transalpina de influencia curial y política llevaban empujando en ese sentido desde que Francisco entró en el hospital y las hipótesis sucesorias se dispararon. Tenían varios y buenos candidatos: Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal, Pizzaballa, obispo de Jerusalén, y sobre todo Parolin, el actual secretario de Estado, que entró en la Sixtina como teórico favorito y cumplió el adagio de que quien llega como Papa 'in pectore' sale descalabrado.
La prensa publicaba este viernes un presunto resultado de las cuatro votaciones sucesivas, en las que Parolin, ganador insuficiente del primer escrutinio, habría terminado apoyando a Prevost para facilitar el acuerdo al verse obstruido por una compacta minoría de bloqueo sin la que era imposible que nadie alcanzara los preceptivos dos tercios. Hay pena de excomunión para quien revele pormenores de una deliberación protegida por riguroso secreto, pero las filtraciones, de ser ciertas –ésta no lo parece–, sugieren que debe de haber algún cardenal excomulgado 'late sententiae' por contar lo que sucedió allí dentro. El relato periodístico insinúa que el estadounidense, prefecto del Dicasterio de los Obispos, tenía el favor de bastantes colegas a los que había tratado en función de este puesto.
Al menos a los vaticanistas locales, esa curiosa especialidad profesional que consiste en especular con decenas de papables en la esperanza de acertar con alguno de ellos, les queda el consuelo de haber incluido al ganador en el amplio abanico de quinielas que manejaban los medios, si bien lo consideraban un recurso poco más que hipotético. Menos suerte tuvo en la pasada década un reputado experto que publicó un libro con cincuenta posibles sucesores de Benedicto XVI y se dejó a cierto purpurado argentino en el tintero. Por cierto, y aunque esté feo presumir a posteriori, el corresponsal de ABC, Javier Martínez-Brocal, sí incluyó al futuro León XIV en sus previsiones preferenciales desde el primer momento. Como dejó constancia por escrito tiene derecho a apuntarse el mérito.
La distancia gestual con su antecesor, expresada ya en el retorno a los ropajes clásicos, se manifiesta también en el anuncio de que vivirá en el Palacio Apostólico, la tradicional residencia pontificia
Ajeno a estos cálculos, el 'Papaleone', como empiezan a llamarlo en Italia, presidió la Misa de los cardenales en su primera mañana como Papa y en el mismo escenario donde recibió la tiara (simbólica, porque fue Pablo VI el último en usarla). Bajo el 'Juicio Final' de Miguel Ángel soltó en varios idiomas una homilía bien construida glosando la metáfora evangélica de la Iglesia como luz del mundo, la ciudad en lo alto de la colina. Habló de un «ateísmo de hecho» en el que muchos católicos nominales militan; llamó a la élite cardenalicia a defender la fe y el mensaje de Cristo como remedio a la frecuente pérdida del sentido de la vida en una sociedad de creciente peso materialista, y citó varias veces a Francisco para dejar clara una cierta voluntad de continuismo que muchos comentaristas matizan. La distancia gestual con su antecesor, expresada ya en el retorno a los ropajes clásicos que lució al aparecer el jueves en la logia de la basílica, se manifiesta también en el anuncio, por confirmar, de que vivirá en el Palacio Apostólico, la tradicional residencia pontificia.
Afuera, en los alrededores, la normalidad volvió con un suave hormigueo de turistas y peregrinos. Las tiendas de 'merchandising' aún no han recibido estampas y recuerdos de León XIV, pese a que las imprentas de Roma trabajan desde la víspera a todo ritmo para servirlos. En la capital, la elección ha sido saludada con cierto alivio; no ha habido sacudida rupturista en ningún sentido, ni un viraje étnico como el que habría supuesto un Santo Padre africano o filipino. En las televisiones, los analistas conjeturan sobre la relación de Prevost con Trump, asunto fundamental en el ámbito geopolítico. 'La Stampa' habla de «la fuerza tranquila» y en el 'Corriere', Massimo Gramellini usa la palabra 'mitezza' (apacibilidad, moderación, humildad, mansedumbre) para definirlo y compara su sonrisa con la del actor Toni Servillo. La mayoría de las interpretaciones subrayan la palabra «puente», muy usada en las congregaciones precónclave, como imagen presentida de una etapa refractaria al conflicto que, salvo alguna invectiva integrista, no parece tener mal principio. Le toca a Leone d'America ('Il Giornale') trazar su propio camino.
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