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El último liberal

Enchufismo, purgas y un apagón con aroma soviético

«Pedro Sánchez no inventó el clientelismo, pero sí ha perfeccionado su aplicación en las instituciones públicas»

Imagen de archivo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez JAIME GARCÍA
Fernando Llopis

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«A diferencia de la guerra anterior, la aviación de guerra y los tanques dejarán de ser un auxiliar de los infantes para ser protagonistas clave del combate.»

Estas palabras fueron escritas por el mariscal soviético Mijaíl Tujachevski en el periodo de entreguerras. Mientras él anticipaba el futuro de la guerra moderna, otro mariscal, Semión Budionni, defendía que el Ejército Rojo debía seguir confiando en las unidades de caballería. Su visión, arcaica pero políticamente conveniente, contaba con el respaldo de Stalin. Cuando Budionni ridiculizó públicamente el uso de tanques y aviones, Tujachevski solo pudo exclamar: «Creo que estoy soñando».

He recordado aquella escena histórica tras escuchar al director de Red Eléctrica, Eduardo Prieto, afirmar que no se había producido ninguna intrusión en sus sistemas y que las agencias de inteligencia españolas descartaban el ciberataque como causa del reciente apagón. A pesar de ello, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, insistía en esa hipótesis. Cuestionarlo, hoy, parece tener consecuencias. No como las de Tujachevski, claro —que fue juzgado y ejecutado en una de las purgas estalinistas—, pero sí lo suficiente como para desalentar cualquier disidencia interna.

Budionni fue un militar mediocre cuya única ventaja era su fidelidad ciega a Stalin. Pese a sus desastrosos errores estratégicos, que costaron la vida a miles de soldados, fue premiado con honores y una jubilación como héroe de la Unión Soviética. Mientras tanto, las tácticas desarrolladas por Tujachevski serían adoptadas más tarde por los propios generales de Hitler.

El paralelismo con el actual Gobierno español es inquietante. Pedro Sánchez no inventó el clientelismo, pero sí ha perfeccionado su aplicación en las instituciones públicas. El caso de Beatriz Corredor, presidenta de Red Eléctrica, es emblemático. Su nombramiento, más político que técnico, ya generaba dudas. Su reciente intervención tras el apagón, tardía y confusa, no ha hecho más que confirmarlas. Su continuidad en el cargo dependerá, una vez más, de si las justificaciones de La Moncloa logran calar en una ciudadanía cada vez más harta de las mentiras.

Lo ocurrido no es un hecho aislado, sino un síntoma más de un sistema que desprecia la competencia en favor de la obediencia. Recordemos al jefe de Prevención de la Policía, José Antonio Nieto, autor de un plan contra la COVID-19 elaborado dos meses antes del confinamiento. Fue cesado por no alinearse con la narrativa oficial. O los informes técnicos desoídos sobre el riesgo de inundaciones en zonas como la Vega Baja o Valencia, ignorados por la entonces ministra Teresa Ribera. Es probable también que algún técnico espabilado tratase de avisar al presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar de que su modelo, con escasos sensores, no era el adecuado. O el caso del asesor Koldo García, cuyo ascenso desde portero de discoteca a asesor en Renfe eclipsó a cualquier perfil mínimamente cualificado. O la gestión de Correos, cuya deriva bajo la dirección de un hombre de confianza del presidente habla por sí sola.

En las purgas de Stalin, la eliminación de los más preparados debilitó estructuralmente al Ejército Rojo. En la España de Sánchez, los puestos de responsabilidad caen en manos de los más leales, no de los más capaces. En este contexto, no es difícil imaginar un Consejo de Ministros dispuesto a negar incluso la ley de la gravedad si así lo ordenara el presidente. Parece que, el día del apagón, Beatriz Corredor planteó incorporar al consejo de administración de Red Eléctrica a la exministra de Exteriores del gobierno socialista, Arancha González Laya, de quien no estamos seguros de que sepa la diferencia entre vatios y voltios. Sánchez no nombra héroes de la Unión Soviética a sus exministros, pero sí parece asegurarles buenos sueldos. En la España de Sánchez, cada vez hay más Budionnis en los puestos de toma de decisiones, y parece obvio que, si se continúa con esa política, para España y los españoles todo irá a peor.

Coda

Hace cinco años publiqué en este mismo diario el artículo «Sánchez y el enchufado de Stalin», donde alertaba sobre el rumbo que tomaban los nombramientos en las empresas públicas. Entonces me acusaron de alarmista y antisanchista. A la vista de lo sucedido desde entonces, creo sinceramente que me quedé corto.

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