tribuna abierta
Las portadas más famosas de Sevilla
Portadas como la que mañana se alumbrará conviven, por qué no, con esas otras portadas librescas que nos hicieron famosos ayer

¿Quién va a la Feria de abril de Sevilla con un libro? Y, al mismo tiempo, ¿hay algo más libresco que la existencia de una portada en el Real? Todos conocemos las invariantes de estas estructuras efímeras: el fondo claro, el cromatismo alegre, la ... inspiración en un edificio señero de la ciudad. Este año es el Pabellón de Chile; recuerdo la de 2003, basada en la Antigua Fábrica de Tabacos, hoy sede de la Universidad de Sevilla. Hay un estilo compartido en todas ellas que las hace semejantes aunque cada año sean distintas y no sepamos ubicar bien cuál ha sido la inspiración subyacente. Por fortuna, nadie ha salido a decir que a las portadas les falta modernidad y a exigir que se les añada cristal, pizarra o impronta de Copenhague. Cuando algo es reconocible, cuando tiene una imagen distintiva y es capaz de cambiar con el paso del tiempo sin que se pierda personalidad, decimos que tiene «identidad de marca». Las portadas de Feria la tienen.
Pero Sevilla tuvo, antes que todas estas portadas, otras portadas con una fuerte identidad de marca. Demos un paseo desde el Real hasta la calle Pajaritos, junto a la iglesia de San Alberto. Allí estuvo la imprenta de los Cromberger, impresores de ascendencia alemana que empezaron a ejercer en Sevilla a finales del siglo XV. El taller sevillano de los Cromberger imprimió obras muy distintas, pero un grupo de ellas adquirió valor de clase: eran las novelas de caballerías. Los «libros de caballerías» que enloquecieron a don Quijote tenían unas características textuales parecidas. Eran en general novelas larguísimas, con un caballero andante como protagonista, cuya ascendencia era regia, pero de naturaleza ilegítima y que, en una geografía fantástica y en un tiempo remoto, pasaba por distintas pruebas para desencantar el palacio de su dama u honrarla de alguna forma.
La singularidad de las novelas que empezaron a imprimir los Cromberger en Sevilla estaba en sus portadas, todas ellas con unos elementos similares: un caballero provisto de armadura, las riendas del caballo sujetas con una mano, la espada en la otra y, en el segundo plano, un paisaje con un castillo o un bosque llenos de idealización. Eran portadas con poco espacio para el blanco, la xilografía estaba bien elaborada y la misma portada incluía el título de la obra escondido bajo ese grabado que acaparaba unas dos terceras partes de la superficie. A los Cromberger pertenece también la difusión de otros elementos del interior: el texto dispuesto a dos columnas, el volumen grandón del libro (tamaño folio) y la letra de tipo gótico que daba aire vetusto a la obra. Todos eran rasgos reconocibles que se convirtieron en distintivos de estas novelas. Y esto no es menor: las novelas de caballerías fueron un género literario, pero también un género editorial, con características propias, y en la determinación de estos rasgos la labor de la imprenta sevillana fue fundamental.
Sevilla fue el lugar donde más libros de caballerías se editaron. Era muy sevillano publicar caballerías y los talleres hispalenses (de Cromberger y de otros) solían además reimprimir títulos queridos por el público, apuestas seguras que el lector demandaba. También fueron relevantes Toledo y Zaragoza, pero las cifras son claras: se imprimen dos centenares de ediciones de libros de caballerías en España en los Siglos de Oro, y 80 de esas ediciones son sevillanas. Así que, puestos a imaginar, quizá las novelas que volvieron loco a don Quijote se imprimieron aquí.
Cuando se canta a Sevilla como puerto y puerta de Indias se piensa en el comercio de mercancías que iban y venían. Cuando hablamos de los recursos históricos de este lugar en que vivimos, se nos vienen a la cabeza materias primas derivadas de nuestro fértil entorno. Pero no pensamos en la capital de producción de libros que fue Sevilla en el siglo XVI, refrendada con lo que ahora llamamos imagen de marca, con identidad propia y reconocible. Y yo quiero reivindicarla hoy, sin excluir ni cancelar otras identidades. Porque si digo las palabras «iconografía sevillana», quizá pensemos en los pasos de misterio que procesionan en Semana Santa, pero hubo una «iconografía literaria» sevillana. Y portadas como la que mañana se alumbrará conviven, por qué no, con esas otras portadas librescas que nos hicieron famosos ayer. Pero esto importa poco a nuestro cuento. El caso es que, como enloquecida yo también por las historias de caballerías que quitaron la cordura a don Quijote, me pregunto si algún año podríamos aunar ambas tradiciones y lograr que la portada de la Feria se inspirase en esas imprentas sevillanas que fueron marca de la ciudad.
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