SOL Y SOMBRA
AVE... si llegamos
Hay un tren en Perú al que le dicen el macho: «Porque sale cuando quiere y llega cuando le da la gana»
El acrónimo AVE, por Alta Velocidad Española, se debería estudiar en las escuelas de mercadotecnia como un ejemplo de marca exitosa. Ligero como un pájaro surcando la llanura manchega en su viaje de la Meseta al Valle del Guadalquivir, alguna lumbrera halló el nombre perfecto ... para el tren-bala nacional en esos primeros años noventa en los que «estepaís» se reencontró efímeramente con su orgullo, otra vez hecho jirones desde la crisis económica de los dos mil y la territorial que vino después. La cultura popular lo adoptó enseguida en canciones como la de Javier Krahe, con un fondo de instrumentación que imitaba a las locomotoras de vapor, o ésa de nuestros autóctonos The Vagos, siempre juguetones y mucho más cuando terminaban esta estrofa con un dedo apuntando al propio trasero: «No, no, no soy gay, pero me cabe (pausa dramática) el AVE».
Terminando el milenio, del magín de Juan Carlos Aragón brotó 'Las ruinas romanas de Cádiz', una chirigota cuyo estribillo tiraba de la fórmula latina 'Ave Caesar' para rematar: «Ave pisha, ave si convidamos». Burla, burlando, en fin, hemos llegado al punto en el que hablar de AVE y de ruina es cosa unísona. «Ave Óscar, ave si algún día llegamos», cabría cantarle al ministro; aunque es verdad que, siendo de Valladolid, tiene más cara de cabrero vacceo que de emperador romano.
Los dos únicos termómetros de un servicio de transportes, sea público o privado, son la fiabilidad y la puntualidad, justo lo que ofreció el AVE en su primer cuarto de siglo de funcionamiento, cuando devolvía el importe íntegro del billete en caso de retraso superior a diez minutos. Después, comenzó un declive que bajo el mandato de Óscar Puente ha degenerado en lotería. Igual que a ese tren peruano que va de Cuzco al poblado de Aguas Calientes, en las faldas del Machu Picchu, al Madrid-Sevilla se lo podría motejar como el macho: «Porque sale cuando quiere y llega cuando le da la gana», aclaran en la tierra de Vargas Llosa. Ante el cataclismo que suponen diez millares de pasajeros arrumbados a pie de vagón sin cobijo ni agua, máxime para una región que vive del turismo, el ministro del ramo no tiene otra ocurrencia que gritar ¡sabotaje!, a ver si con suerte elude el pago de las indemnizaciones.
Además de este apocalipsis ferroviario ocho veces repetido en menos de dos años, su gestión se ha caracterizado por la guerra ideológica que mantiene frente a los operadores privados, Iryo y Ouigo, llegados de la mano de la liberalización del mercado y su consecuente bajada de precios. A Óscar Puente la parece mal que el consumidor español pueda comprarle un billete a una compañía italiana o francesa por un cuarto de lo que cuestan los de Renfe. Él prefiere, claro, que Pardo de Vera se embolse ciento y pico de pavos que le vienen de perlas para pagar el sueldo de las sobrinas de Ábalos, su antecesor, el que amenazaba con «cortar los huevos» del señor que negociaba los contratos del ministerio. Pero, oye, que dice que ha encargado una auditoría y que está todo bien…
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