Del «fin del mundo» al viaje a oscuras por las vías del metro: Las pequeñas historias que nos dejó el apagón
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«Es el apocalipsis y vamos a morir todos». El gran apagón despertó ayer reacciones de todo tipo en Madrid. Muchos lo vivieron con preocupación y algunos, con ansiedad y hasta angustia, pensando que la falta de electricidad era una señal inequívoca de que el fin del mundo había llegado. Otros, que se vieron atrapados en un vagón del metro durante horas, optaron por el cachondeo ante la tesitura de tener que utilizar el andén como WC. Hubo quien lideró, linterna en mano, a decenas de pasajeros por las vías del suburbano. También quien, a falta de cobertura móvil, fue dejando mensajes por las calles. Otros optaron por esperar en lugar seguro hasta catorce horas para volver a sus casas.
«Ha llegado el fin del mundo»
Laura trabaja para una empresa internacional que opera desde el centro de Madrid. En el momento en el que los empleados supieron que se trataba de un fallo eléctrico generalizado, recogió sus cosas y se fue andando desde la zona de Fuencarral hasta el Ensanche de Vallecas, un recorrido de unas 18 paradas de metro. «Intenté llamar a mi pareja, pero fue imposible. Y tenía que recoger a mi bebé de la guardería» explica. Nada más echarse a la calle se encontró con el caos. Por la calle Fuencarral, un grupo de personas se agrupaba en corro para poder escuchar la radio. «Es la Tercera Guerra Mundial, va a ser cibernética», decía uno de ellos. Había miedo. Otros se lo tomaban con más calma, y casi parecían contentos de no tener que trabajar.
Tras pasar por el caos de Atocha, con una multitud de personas intentando cruzar calles sin semáforos y adentrarse en el barrio de Vallecas, Laura se encontró con un pastor evangelista que pregonaba, Biblia en mano y a voz en grito, el fin de la humanidad. «Ha llegado el fin del mundo. Es el apocalipsis y vamos a morir todos. Arrepentíos», clamaba. Sus palabras parecieron hacer efecto en una joven que caminaba a su lado, que en un momento dado se desvaneció. «En ese momento no sabía qué pensar. Creía que la luz se había ido en toda Europa y veía tanquetas de la UME pasando por las calles. Empecé a agobiarme mucho», recuerda Laura.
Tardó un par de horas en llegar a recoger a su bebé, que estaba bien, y entrar por la puerta de casa. Se hizo fuerte con las luces de Navidad que pudo encontrar en el trastero y llenó todos los recipientes que encontró en la casa de agua, por miedo a que fallase el suministro. No recuperó la luz hasta las 22.45 de la noche.
Tres horas y media atrapados en el metro
Para José Miguel, como para tantos otros, el 28 de abril transcurría con normalidad. A las 12.32 se encontraba en el metro de Madrid, de camino a su trabajo como funcionario del estado. En concreto, en la línea 9, entre las paradas de Concha Espina y Cruz de Rayo. «Estábamos a 150 metros del siguiente andén cuando el tren frenó en seco y se fue la luz y la ventilación», explica. Los momentos siguientes fueron de mucho agobio, el ambiente empezó a cargarse y, pronto, la gente comenzó a pasar calor y a quitarse prendas de ropa. Nadie encontraba una explicación, ni siquiera el maquinista que afirmaba no haber vivido una situación similar en los más de 20 años que llevaba trabajando para Metro de Madrid.
En torno a la hora y media los pasajeros recibieron permiso para salir al andén a hacer sus necesidades. «Algunos se lo tomaban con cachondeo y otros preocupados. Había estados de ansiedad, con gente que no podía respirar y pensaba que se iba a morir», dice José Miguel. Pasaron dos horas más antes de que el jefe de línea, por cuenta propia, decidiese desalojar el tren y conducir a los pasajeros hasta Cruz de Rayo, usando linternas y teléfonos para alumbrar las vías.
Pago «con confianza»
Milton Ramos, taxista de Madrid, dice que anoche estuvo trabajando hasta que se acabó la batería de su coche. Muchos clientes que no tenían efectivo le pagaron «con confianza», con la promesa de que hoy abonarían la carrera. Hoy a primera hora todos le habían hecho bizum.
«Hemos tirado todo el helado»
«Esto es un desastre y una vergüenza, estamos en el Tercer Mundo», se ha lamentado Alex Fratini a raíz del perjuicio que le ha ocasionado el corte de suministro eléctrico. Como el resto de hosteleros al frente de un restaurante, se ha enfrentado al problema de los alimentos perecederos, pero en su caso, al tener también servicio de heladería, no ha habido tiempo material de conservar la mercancía. «Hemos tirado todo el helado, nosotros en un local solo, unos 300 litros, que en valor de compra serían unos 2.000 euros y en venta unos 12.000», es su triste balance de esta jornada. Ahora, le queda tramitar la reclamación al seguro y esperar para conseguir la compensación, según informa José Luis Fernández.
Como portavoz de la asociación de restaurantes comarcal Abreca, Fratini tiene una perspectiva más general del impacto en su entorno, con una tónica generalizada: «Restaurantes cerrados porque no podían cobrar». Una fecha que no olvidarán, porque al ser festivo en varios municipios y ciudades de la Comunidad Valenciana y con un tiempo soleado por encima de los 20 grados, la afluencia potencial de clientes para consumir hacía de este lunes de San Vicente una prolongación de las primeras vacaciones escolares del año, las de Semana Santa.
Un hotel refugio con Wifi
En el Hotel Luze Castellana de Madrid, Sara Martínez, su directora, recibía a todos en la puerta y les ofrecía un refrigerio, así como un sitio para cargar el móvil, pues había varios enchufes que seguían funcionando en el salón. El establecimiento hotelero contaba con la suerte de tener un generador de gasoil y estuvo ofreciendo luz, comida, aunque tuvieron que racionarla para que no se agotara, y algo importante: WIFI. Casi todo el mundo tenía la preocupación de conectar con su familia. Los empleados acompañaban a los clientes a las habitaciones, a oscuras, para que no se cayeran. Hasta el hotel llegó un hombre con un bebé, llorando, al que le facilitaron habitación.

Whatsapp en papel
«Fer: Estamos caminando. Casa Samu o Gevelyn». A falta de cobertura en los teléfonos móviles para llamar o poder enviar un whatsapp, hubo quien ayer dejó su mensaje a la antigua usanza: escrito en un papel, que pegó con un celo a un escaparate en la calle Doctor Esquerdo de Madrid. ¿Lo leería Fer?
Catorce horas de espera en el hospital
Gloria, de 70 años, y Narciso, de 78 y con problemas de movilidad (va en silla de ruedas), tenían cita este lunes en el Hospital 12 de Octubre, de Madrid. Acudieron con su hija Rebeca y a las 12:32 minutos estaban a punto de salir para casa, a punto de coger el taxi... cuando se fue la luz. El novio de Rebeca les llamó inmediatamente y les pidió que se quedaran allí, ya que tenían luz, agua y alimentos, y algo de red telefónica incluso. Aguantaron hasta las 23.00h, cuando por fin les pudieron ir a recoger, después de casi 14 horas.
Sin gasoil en una residencia de ancianos
Once pisos a pie
En la estación de tren de cercanías de Recoletos, el tráfico se reanudaba hoy lentamente. Jennifer Mena, agente de Renfe, indica a AFP que los pasajeros se tomaban «con calma» los anuncios de perturbaciones. «Va con retraso, pero como siempre», bromea sobre el tráfico.
«Hoy, día normal», cuenta por su parte Josefa Luceño, a diferencia de la víspera, que fue «horrible», cuando esta mujer de 76 años tuvo que subir once pisos a pie. «Subí una vez y no volví a bajar», dice,
Como niñas en el patio del colegio
A Berta le resultó «muy curioso» que «todo el mundo estaba al sol o de cañas ayer» en Madrid, aunque lo que más le llamó la atención fue ver a un grupo de prostitutas de su barrio «charlando animadamente en la calle, como niñas en un patio del colegio y con las puertas del chiringuito completamente abiertas. Creo que es la primera vez que lo veo en 20 años». «Y el gastrobar de Cartagena que servía a oscuras cerveza fría y sacó los altavoces a la calle con la radio a tope para que todo el mundo pudiera estar informado» o «una frutería de la calle Cartagena que vendía fruta en penumbra a la luz de dos velas».
Su amiga Elena volvía de Valladolid y recuerda que tardó más de dos horas en atravesar la calle José Abascal. Bajó en una ocasión del vehículo para entrar al baño en un bar. «Estaba hasta arriba y se estaban tomando botellas de vino. Fue muy surrealista. Nos dejaron entrar sin consumir. El dueño era de León», dice. Eva, del mismo grupo, comenta que compró la última radio de pilas que quedaba en El Corte Inglés y que en una heladería de la calle Narváez regalaban las tarrinas con helado medio deshecho a todos los que quisieran. «Toda la gente de esa manzana iba comiendo helado tan contenta».
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