UN EPISODIO CLAVE DE NUESTRA HISTORIA
1625, año milagroso de la Monarquía de España
Se impone un balance en la percepción de logros y fracasos. Con motivo de la exposición del Museo Naval sobre el 'Annus Mirabilis' reflexionamos sobre la historia global de España
El mar ya era el corazón de los imperios
'Acción cívica', por Jesús García Calero

Cuando la historia es larga, las alternativas del pasado son muchas. Naciones, imperios y ciudades tienen fijado ciertamente en el lienzo que es la representación de lo acontecido derrotas humillantes, invasiones terribles y revoluciones criminales. De esas que no han dejado piedra sobre piedra. ... Sin embargo, también se perciben en ese lienzo éxitos deslumbrantes, momentos de orgullo, instantes de curiosidad y creatividad.
El fin último, que es la difusión de modelos de ejemplaridad pública y la maquinaria eficaz inherente a un equilibrio social solvente, exige siempre un balance entre la percepción de logros y fracasos, ambos caracterizados por lo efímero de sus efectos en el tiempo. Si todo son aciertos, es mentira. La leyenda impide la acción cívica de la historia y la contemplación asombrada de las opciones de libertad que alumbra. Si fue así, seguro que pudo ser de otra manera. Del mismo modo, si todo fueron errores, no hay explicación solvente para el presente, más allá de la furia iconoclasta, el resentimiento y un enfrentamiento cainita.
En la historiografía modernista sobre el orbe hispano de las últimas décadas, dedicada al estudio de lo ocurrido entre 1500 y 1800, frente al nudo gordiano representado por la obligación negrolegendaria —una ficción— y también de fobias antihispanas, vinculadas a las mitologías republicanas hispanoamericanas, se han abierto paso nuevos enfoques, comparativos y globales.
Como Roma —el modelo— llegó con su presencia e influencia a todos los rincones de la Europa occidental, la monarquía española de Felipe IV fue capaz de hacerse presente en los cinco continentes. Esa geografía global de la monarquía le impuso el sobrenombre de 'Rey Planeta', mas apenas podía disimularse el riesgo inherente a semejante posición.
La leyenda impide la acción cívica de la historia y la contemplación asombrada de las opciones de libertad que alumbra
En este sentido, si una sucesión bienaventurada de victorias debía encajar en una interpretación providencialista de la existencia, con las derrotas ocurría lo mismo. Existía en 1625 un imaginario bélico hispano muy bien organizado, construido por tratadistas políticos, poetas y pintores cortesanos, que libraban las batallas de papel y lienzo de la monarquía, las anunciaban como hechos ineluctables de la superior moral católica y las celebraban a posteriori, si tal era el caso.
Los éxitos encadenados en ese año milagroso, con la rendición de Breda, la recuperación de Bahía, el socorro de Génova, mas las defensas de Cádiz y San Juan de Puerto Rico, constituyeron un alud de acontecimientos positivos, preparados por una novedosa maquinaria monárquica de guerra híbrida y anfibia, en tierra y mar.
No interpretables por tanto como resultado de la casualidad, sino de la consistencia hispana, que en nuestro tiempo podríamos calificar como pura y simple eficacia, institucional, jurídica y logística. Ambas potencias europeas, la monarquía de los Habsburgo españoles y las Provincias unidas de los Países Bajos, llevaban en conflicto casi cincuenta años.
«Decadencia española»
Lejos de las pretensiones deterministas de las historias nacionales decimonónicas, no hubo en ese choque agónico que algunos enmarcan con frivolidad bajo la consabida etiqueta «decadencia española», ni vencedores ni vencidos. O el enfrentamiento duró demasiado para responder a esa denominación, tan propagandística, o tuvo, como parece bajo el prisma de la nueva historia marítima global, múltiples escenarios e impulsos alternativos y, por tanto, no fue tal.
Lo llamativo, desde la perspectiva de la nueva historiografía, representada de manera impecable en la exposición del Museo Naval 'Annus Mirabilis. Salvador de Bahía, 1625: El crédito de España', resultado de la colaboración de la Armada con la Universidad Carlos III y el proyecto AmerMad2 de la Comunidad de Madrid, es la rotundidad de las conclusiones a las que llega.
Fue la gestión de los conflictos, su externalización o atenuación, lo habitual en aquella primera globalización de matriz ibérica, consolidada al modo de un sistema de conexiones permanentes por el mundo, con efectos masivos e impredecibles. Los poderes marítimos europeos, ni los únicos ni los más poderosos del orbe, se limitaban a sobrevivir en Ultramar. Holanda no ganó y España no perdió. No lo habría expresado mejor el gran pensador y humanista flamenco de fines del siglo XVI Justo Lipsio, tan influyente en la Europa barroca y en especial en España: «Los que se encumbran, se desploman».
Mas tampoco desaparecen. No conviene en modo alguno enfatizar las imágenes posteriores—y hasta contemporáneas— de decadencia, deterioro, melancolía y abandono hispano. El repaso a la situación de la monarquía española, incluso con la cautela debida, pasaba por la consolidación de los mejores efectos del reformismo traído desde 1622 por el gobierno del conde-duque de Olivares y el éxito de su influjo.
La monarquía global española, portuguesa también desde 1580, contra lo que señala la imagen ficcional, literaria y quijotesca de pícaros y busconas, magnificada por el romanticismo decimonónico y las diversas historias nacionales y nacionalistas, hasta las delirantes películas y teleseries pseudohistóricas que solo rescatan la mugre y la peste, era la máquina que conectaba el mundo. Es cierto que mucha gente no conoció otra cosa que el conflicto.
A comienzos del reinado de Felipe IV, paces y treguas terminadas, no estaban los asuntos españoles para ser despachados con comedias teatrales, entremeses o novelas, aunque se tratara —nada menos— que del 'Quijote', obra a fin de cuentas de Miguel de Cervantes. Un soldado carente de merced y justicia, que había logrado editar las dos partes de su novela en 1605 y 1615. Lo que encuentra y padece el monarca en junio de 1624, con la sorpresiva toma de Bahía por los holandeses, expone en realidad la crisis de la tradición colonizadora portuguesa, litoral y fluvial, de «descubrimiento y rescate».
Y ello a pesar del sólido apoyo que le había otorgado la integración en la monarquía española, muy original en la gestión del capital-riesgo, en las alianzas público-privadas (no son otra cosa las capitulaciones firmadas con los conquistadores o, para 1620, los contratos con banqueros y señores de minas), o en la integración de las elites multiétnicas en asuntos de gobierno. La pérdida de Bahía en 1624 a manos holandesas, con su recuperación al año siguiente por los españoles, lo que muestra es un evento conectado con la historia global.
Si nuestra obligación radica hoy en explicar aquella victoria en Bahía en 1625, es por la continuidad de sus efectos
En su revisionismo exigente y perspectiva, nos corresponde explicar lo que sus protagonistas contemporáneos llamaron «sitio y empresa», en una proyección atenta a los efectos universales de eventos locales. Desde la perspectiva española, el programa de restauración reformista de Olivares pretendió la unidad monárquica, condición para evitar la ruina interna y, con ella, la disgregación. Como había señalado cuatro décadas atrás otro de los referentes intelectuales hispanos, el pensador y tratadista Giovanni Botero, «la grandeza conduce a la confianza en sí mismo, la confianza al descuido y el descuido al desprecio y a la pérdida del prestigio y la autoridad». La imagen de lo acontecido, su proyección, formó parte de una escenografía.
La conquista holandesa de Bahía se produjo en pocas horas y con resistencia —se dijo— muy escasa por parte de los portugueses, señal inequívoca de deterioro en la lealtad y causa del real disgusto. También causó la colosal reacción al año siguiente. Lo importante, finalmente, fue esta victoria hispana que supuso la recuperación de Salvador de Bahía, la restitución de un orden del mundo virtuoso y en equilibrio, previo a 1624.
Si nuestra obligación radica hoy en explicar los componentes navales, políticos, institucionales, científicos y tecnológicos de aquella victoria, es por la continuidad de sus efectos. Sin ella, ha afirmado un historiador brasileño, «quizás hoy hablaríamos holandés». Quién sabe. Lo que sí sabemos es que aquella monarquía española tan decadente y exánime todavía duraría en la América continental dos siglos más. Hasta 1825: otra fecha para recordar.
Manuel Lucena Giraldo es investigador del CSIC y profesor del IE University
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete