diplomático y exdirector del cni
Jorge Dezcallar: «La política exterior no puede cambiar con el inquilino de La Moncloa»
Avisa de que el mundo atraviesa el momento «más complicado» desde la Segunda Guerra Mundial
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Diplomático, fue director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) entre 2001 y 2004 y embajador ante Marruecos, la Santa Sede o Estados Unidos, entre otros destinos. Ahora contempla la actualidad desde su casa en Mallorca, pero no deja de compartir sus reflexiones a través de ... los libros. En el último, 'El fin de una era: Ucrania, la guerra que lo acelera todo'(Ed. La esfera de los libros), pone por escrito sus reflexiones sobre el devenir del mundo tras una invasión rusa que, reconoce, nunca había esperado.
—Después de su larga trayectoria profesional, ¿cómo ve ahora la situación geopolítica?
—Estamos en un momento muy complicado, el más complicado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces no se había vuelto a plantear un peligro nuclear como el de ahora de Rusia. El momento es grave y además la guerra de Ucrania lo que hace es poner un clavo en el ataúd del sistema de geopolítica que se instauró en el año 1945. Estamos en un momento de crisis porque una serie de países quieren que las reglas cambien y Rusia ha dado una patada al sistema. Vamos de un sistema a una falta de sistema, a una incertidumbre, un momento de falta de reglas.
—Usted defiende la tesis de que Ucrania no es solo una guerra fronteriza, sino que su alcance va mucho más allá.
—Admito que yo tenía una cierta ingenuidad y no pensaba que fuera posible una guerra de expansión territorial en el siglo XXI al puro estilo de Napoleón. Esta no es una guerra solo de expansión territorial, es una guerra que acaba con el sistema de seguridad europeo que nos dimos en el 45. Pone en duda todo un sistema que había funcionado con bastante seguridad y que nos había asegurado a todos la paz durante 75 años.
—Con este panorama, ¿cuándo y cómo podrá llegar un fin de la guerra?
—Yo creo que mientras ambos piensen que pueden ganar, y de momento ambos se lo creen, no harán las concesiones necesarias que toda negociación implica. Esta guerra acabará en una negociación, pero las cosas todavía desgraciadamente tendrán que empeorar para que las partes se sienten a negociar.
—El Papa Francisco pidió a Ucrania levantar la bandera blanca, algo que no sentó muy bien en el Gobierno de Zelensky.
—Levantar la bandera blanca en este momento implica reconocer la pérdida de los territorios que ocupa Rusia. Comprendo que el Papa esté horrorizado por el sufrimiento, pero pedir a los ucranianos eso implica decirles que se rindan y acepten las condiciones que impone el agresor. Aceptar que el agresor triunfa de esa manera es animar a futuras agresiones, sería un precedente muy peligroso.
—¿Qué consecuencias tendría una victoria de Donald Trump en Estados Unidos?
—Trump decía en su anterior mandato que sería impredecible, y realmente lo consiguió. Un segundo mandato sería además peor porque, sin posibilidad de un tercero, se sentiría libre para hacer lo que le diera la gana. Supondría endurecer muchísimo la política con China, distanciarse de Europa, poner en duda la permanencia de la OTAN, en el caso de Rusia sacrificar a Ucrania y un apoyo total y acrítico a Israel. Una llegada de Trump crearía una enorme incertidumbre en el mundo y conduciría a un mundo más inseguro, con más barreras comerciales, de competencia entre bloques. Sería un mundo más incómodo.
—¿Cómo valora el papel que está teniendo España respecto a Ucrania?
—España ha adoptado una postura que creo que es digna y correcta. Siempre se puede hacer más, pero hay que tener en cuenta que no somos un país que tenga un presupuesto de defensa particularmente elevado.
—En cuanto a Oriente Próximo, ¿hasta dónde puede llegar la extensión del conflicto?
—La capacidad de extensión es muy grande, sobre todo en dos frentes, en su frontera con Líbano donde está Hezbolá, que tiene un armamento infinitamente más peligroso que el de Hamás; y en la libertad de navegación en el mar Rojo porque ahí está Irán, que está tirando la piedra y escondiendo la mano. Y un tercer lugar donde hay una presión latente es Cisjordania, donde puede haber una revuelta popular del estilo intifada.
—¿Ve una solución posible?
—Israel tiene que decidir qué quiere ser en el futuro, se ha basado durante mucho tiempo en su poderío militar y ha descuidado una solución al problema palestino. Pero no habrá seguridad para Israel mientras no haya justicia para los palestinos.
—¿Y cómo valora la actual relación de España con Marruecos?
—Las relaciones de España con Marruecos siempre han sido un diente de sierra, más pasionales que racionales. Ahora las relaciones están bien, pero a base de ceder a todo sin conseguir nada a cambio, que yo sepa. El Gobierno, sin encomendarse a nadie ni apoyo de ningún partido, cambió la política respecto al Sahara saliendo del paraguas de la ONU y poniéndose del lado de Marruecos en la línea de Donald Trump. Y nos encontramos entonces bajo la lluvia en la pelea entre Marruecos y Argelia. La política exterior tiene que ser de consenso, depende de los intereses del Estado y no cambia cuando cambia el inquilino de La Moncloa. Es como un transatlántico, que gira muy lentamente. Es lícito cambiar, pero hay que explicarlo y sobre todo buscar grandes consensos.
—Y si volvemos a bajar en ese diente de sierra, ¿podríamos volver a situaciones como la crisis de inmigrantes en Ceuta en 2021?
—Eso fue un aviso y consiguió que el Gobierno se asustara. En inmigración Marruecos tiene también un problema porque está recibiendo también muchas personas procedentes del África subsahariana. La relación con España ahora está muy bien pero en cualquier momento por razones de política interna marroquí puede convenir excitar el sentimiento nacionalista y nosotros estamos en primera línea. Muchas veces las crisis estallan sin ninguna culpa por nuestra parte, sino por razones de política interna.
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