en clave de tron
Más 'vaticanólogos' que botellines
Yo me fío, faltaría más, de Martínez Brocal, de Eva Fernández, de Antonio Pelayo, de Paloma García Ovejero...
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A las pocas horas de la noticia salimos pitando hacia Roma en el primer vuelo que pudimos. A medida que pasaba el lunes (y el martes, miércoles, jueves...) el número de expertos, analistas, 'vaticanólogos' y teólogos (de pacotilla) crecían como la espuma. Dabas una ... patada en el suelo de la plaza de San Pedro y de cada adoquín te salía uno. En la prensa escrita, en cualquier web, en las radios, televisiones; en las redes ni te cuento. Ante la inmensidad del evento, la profundidad de la liturgia y el carisma del personaje, allí estábamos cientos de plumillas y otros tantos tertulianos dictando doctrina (con perdón), como si fuéramos capaces de meternos y entender la cabeza y la hondura del Padre Jorge. Han aparecido más 'vaticanólogos' que botellines.
Lo mismo opinamos del relevo de Ancelotti en el banquillo del Real Madrid que del pontificado de Francisco. Igual 'tertulianeamos' sobre el hermanito de Sánchez y las Artes Escénicas en Badajoz que profundizamos en las conspiraciones del cónclave de los cardenales.
Yo me fío, faltaría más, de Martínez Brocal, de Eva Fernández, de Antonio Pelayo o de Paloma García Ovejero pero, sin ningún lugar a dudas, no me siento capaz de examinar (y mucho menos de poner nota) a la importancia de Jorge Mario Bergoglio. O de quien le suceda.
Y es que esa es otra. Hace unos días recorrimos la vida de Bergoglio en el barrio de Flores en Buenos Aires. Y visitamos algunas de las Villas Miseria y la Ciudad Oculta y la Casa de Dios para drogadictos en el mismísimo barrio de La Recoleta. Y a partir de ahí entendimos (y aprendimos) muchas cosas. Salvo en el color de la piel, no encontré ninguna diferencia entre esas infraviviendas del corazón de Argentina y los suburbios del Chad. Ninguna diferencia entre las enormes colas de 'sin techo' y los enfermos mentales de las calles de Kinshasha. Aquellas revoluciones en su Argentina natal confirman muchas cosas y muchos viajes que hemos visto estos doce últimos años. Por eso allí le siguen llamando Padre Jorge y les cuesta tanto Santidad o Sumo Pontífice. Su secreto ha sido su propia vida. Su vejez, una repetición de su etapa como párroco, solo que con destino Roma. Casi de vuelta a la casa desde donde emigraron sus padres.
Y de aquellos éxodos desde Europa hacia América a los movimientos migratorios como gran tema para este siglo XXI. Así cabe entender sus viajes, sus nombramientos y los aldabonazos a nuestras conciencias. Sin dobleces y sin los sesudos análisis de presuntos expertos.
PD. No soy capaz de sopesar la responsabilidad de los electores (y elegibles) del cónclave. He tenido la suerte de preguntar a los cardenales Ángel Fernández Artime y Cristóbal López Romero y me sobrecoge su normalidad ante el tamaño de su misión. Y he hecho una suma muy sencilla: diecisiete de Suramérica, cuatro de América Central y seis votos españoles. En total, veintisiete hispanohablantes.
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