Perdigones de plata
Trastos duros
Vencidos por la mansedumbre que se avecinaba, optamos por comprar y recomprar
El asombro
Encontrar empleo
Los trastos de antaño rezumaban músculo coriáceo y aguantaban los baches, las tormentas, las sequías y las trampas de la vida. Se fabricaban con orgullo y fundamento, quizá ahí residía la clave de su larga duración, de ese halo irrompible digno de un superhéroe pero ... sin lucir los calzoncillos por fuera. El viejo SEAT 600, conglomerado de ferralla enjuta, soportó la gota fría y el agua embarrada superó la altura de sus ruedas. Nadie creía en su resurrección. Nadie salvo su dueño. Lo extirparon del pantano en el que se había convertido el garaje. El propietario encajó la llave con mimo, giró su muñeca y el motor arrancó a la primera sin titubeos, sin una tos seca que despertase ciertas dudas. A la primera. Eso es poderío.
Frente a ese prodigio fruto de una mecánica tosca elaborada para favorecer la longevidad, prescindiendo de diseños chorras y de zalamerías tontinas para conductores empalagosos, aterrizó la milonga de la obsolescencia programada destinada a esquilmar nuestros bolsillos. Frente a los trastos que duraban toda una vida, compramos la mercancía que se averiaba cada lustro. ¿Reparar? Claro que no. Nos enchufaron la frase ganadora de «cuesta más reparar la lavadora que comprar una nueva…» Y, vencidos por la mansedumbre que se avecinaba, sin discutir, optamos por comprar y recomprar y consumir y reconsumir y tragar y ceder y conceder. Los nuevos tiempos exigían su peaje y nos encantó porque nos sentimos modernos, ricos o nuevos ricos abonados al usar y tirar. Y nos acuchillaron con las pantallitas y las alquimias tecnológicas que borraban nuestro pasado de álbum fotográfico (qué bien lo ha visto el director Quirós con su poemario 'Antes de que Google nos alcance') mientras hipotecaban nuestro futuro hacia la nada de la nube y sus negras simas de vacío sideral. Pero hay más poesía y verdad en un venerable 600, duro como Clint Eastwood en 'El sargento de hierro', capaz de arrancar sin balbuceos tras la catástrofe, que en cualquier cachivache pirulero de múltiples conexiones desalmadas.
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