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Más allá de liberales o conservadores: corrientes políticas en el Colegio de cardenales

Los conservadores se dividen en «estabilizadores» y «exploradores». Las diferencias existen, pero no se corresponden con los partidos políticos y no impiden alianzas entre partidarios de una u otra vertiente

El cardenal decano abre el cónclave solicitando un Papa que supere las divisiones en la Iglesia

Nuevo Papa y fumata blanca o negro, en directo: resultado de la votación y última hora de la elección en el Vaticano hoy

El cardenal Matteo Zuppi asiste a la misa celebrada con motivo de la elección del nuevo Papa, presidida por el decano del Colegio Cardenalicio, el cardenal Giovanni Battista Re, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano Reuters
Javier Martínez-Brocal

Javier Martínez-Brocal

Corresponsal en el Vaticano

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La clasificación de cardenales como conservadores o liberales, o como moderados y reformistas no ayuda a comprender las dinámicas internas al cónclave sino lo que votarían en unas elecciones políticas. Esas diferencias existen, pero no se corresponden con los partidos que hay en el Congreso de Diputados, y sobre todo, no impiden alianzas entre partidarios de una u otra corriente. La norma de que el futuro Papa reciba dos tercios de los votos obliga a construir amplios consensos, a buscar puntos en común y a hacer de la necesidad, virtud.

Con todas las cautelas, ya que «definir es empobrecer» y, como decía Francisco, poner etiquetas positivas o negativas «es siempre una agresión», también es posible distribuir a los purpurados entre algunas corrientes dentro de la Capilla Sixtina.

En su libro «Conclave», el vaticanista John Allen Jr. identifica tres líneas entre los cardenales. La primera es la de quienes consideran prioritario velar por la claridad moral y la ortodoxia de la fe. Allen los llama el «Partido de la Policía de fronteras» pues tienen claros los límites más allá de los cuales se deja de ser católico. Sería un sector preocupado de que la identidad cristiana se diluya entre las presiones de la sociedad secularizada. Su apuesta es cuidar mucho las prácticas, la liturgia, y definir muy bien la doctrina. Los cardenales Raymond Burke y Robert Sarah son de esta corriente. También un poco Gerhard Muller, quien tiene una visión menos ligada al tradicionalismo que los anteriores.

Sus prioridades son elementos que también valoran positivamente las otras corrientes, pero que fundamentalmente les dan menos peso. Según John Allen habría una segunda corriente en el cónclave que llama «La Sal de la tierra», y de la que forman parte los que piensan que los valores cristianos deben impregnar ámbitos de la sociedad para darles sabor. En este partido habría dos líneas: una sensible a cuestiones como la defensa de la vida (aborto y eutanasia), la protección de la familia y la educación; y otra que considera fundamental implicarse en la protección de los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente y la justicia social. Aunque no hay una diferencia neta entre ambos, en la primera podrían incluirse los cardenales Peter Erdö, arzobispo de Budapest, o Fridolin Ambongo, arzobispo de Kinshasa. En la segunda, los cardenales Michael Czerny o Fabio Baggio, que han dirigido el departamento del Vaticano para la pastoral con migrantes, o Pablo David, presidente de los obispos filipinos. Evidentemente, ver sus diferencias como oposición, sería bastante osado.

Según el vaticanista John Allen Jr.

Las corrientes

  • «Partido de la Policía de fronteras». Tienen claros los límites más allá de los cuales se deja de ser católico. Sería un sector preocupado de que la identidad cristiana se diluya entre las presiones de la sociedad secularizada.

  • «La Sal de la tierra». Y tendría dos líneas: una sensible a cuestiones como la defensa de la vida (aborto y eutanasia), la protección de la familia y la educación; y otra que considera fundamental implicarse en la protección de los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente y la justicia social.

  • Una tercera corriente propugna cambiar las estructuras actuales de la Iglesia. Su idea es que la Iglesia católica tenga un gobierno más «colegial», más «sinodal» o más «democrático» sin debilitar el papel central del Papa.

Una tercera corriente propugna cambiar las estructuras actuales de la Iglesia. Su idea es que la Iglesia católica tenga un gobierno más «colegial», más «sinodal» o más «democrático» sin debilitar el papel central del Papa. Actualmente podría corresponder a quienes defienden que se plantee el diaconado femenino o excepciones a la disciplina del celibato sacerdotal en áreas remotas donde es difícil que haya establemente un sacerdote. Es el caso de los cardenales Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, o Leonardo Steiner, arzobispo de Manaos (Brasil).

Otro modo de observar las corrientes dentro del cónclave es partir de la idea de que los cardenales están de acuerdo en que la prioridad del futuro pontífice es la evangelización, pero se debaten entre la estrategia para llevarla a cabo.

Unos piensan que para evangelizar la sociedad se debe comenzar gobernando mejor la Iglesia de puertas adentro. Ven prioritario cuidar la liturgia para que transmita un sentido de Trascendencia, impulsar procesos de canonización para mostrar el rostro actual del cristianismo, denunciar la situación de los cristianos perseguidos, aligerar los mecanismos del Derecho Canónico para poder resolver la crisis de los abusos, o defender la presencia y la identidad cristiana en ámbitos en los que tradicionalmente trabajan instituciones católicas, como la enseñanza o la sanidad. Los cardenales Malcolm Ranjith, de Colombo (Sri Lanka), o Gerald Lacroix, de Québec (Canadá) podrían incluirse en esta corriente.

Otros aconsejan que para impulsar la presencia de la Iglesia en la sociedad ésta se enfoque sobre todo de puertas afuera, con la actitud del «misionero». Dicen que la Iglesia no puede ignorar las dificultades del tiempo actual

Otros aconsejan que para impulsar la presencia de la Iglesia en la sociedad ésta se enfoque sobre todo de puertas afuera, con la actitud del «misionero» que dialoga con la situación que se encuentra. Dicen que la Iglesia no puede ignorar las dificultades del tiempo actual, debe dar una respuesta concreta a situaciones críticas del mundo contemporáneo y aportar una solución a las injusticias sociales. Por ejemplo, invertir energías y recursos en combatir el hambre, la pobreza y la miseria, ser conciencia ante el drama de las migraciones, mediar en conflictos en curso, denunciar las injusticias, etc. Ahí podría encajar la visión de Jean Marc Aveline, arzobispo de Marsella (Francia) y un poco la del filipino Luis Antonio Tagle.

Ninguna de estas dos visiones considera que la otra está equivocada y por lo tanto, no se oponen entre ellas. Sencillamente, considera que se está ocupando de cuestiones «secundarias».

Hay otros dos polos compatibles con ambas posiciones, que oscilan entre la intervención y la movilización. Hay cardenales que apuestan por una presencia institucional de la Iglesia en organismos que trabajan para encarnar sus intereses, como por ejemplo asociaciones de abogados católicos, partidos políticos que se definan oficialmente cristianos, fundaciones católicas de ayuda social o medios de comunicación confesionales. La idea es intervenir directamente para hacer realidad sus prioridades. Es una estrategia propia de la sociedad italiana, donde la Iglesia católica tiene mayor presencia en las instituciones, como hizo en el pasado Tarcisio Bertone o podría compartir el cardenal Angelo Bagnasco.

Los «estabilizadores» desean que la reforma que ha emprendido Francisco sea estructurada para que no se pierda con el tiempo y los «exploradores» prefieren aprovechar la velocidad que ha tomado para continuar las reformas

El segundo polo considera que la misión y la fuerza de la Iglesia es su capacidad de inspirar, para movilizar la libre iniciativa personal de los católicos en cuestiones sociales. Es un modo menos presencial, imprevisible y concreto. Quizá fue la línea del Papa Francisco, poco dada a crear estructuras. El cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia, podría encarnar esta posición.

Respecto al Pontificado de Francisco, los cardenales se dividen en general entre «estabilizadores», que desean que la reforma que ha emprendido sea estructurada para que no se pierda con el tiempo, como es el caso de Pietro Parolin; y los «exploradores», que prefieren aprovechar la velocidad que ha tomado para continuar las reformas, como podría ser el maltés Prosper Grech, secretario general del Sínodo.

Con este panorama, más que hacer malabarismos para encontrar un Papa que guste a todos, la idea es buscar el perfil adecuado para lo que hoy necesita la Iglesia y la sociedad actual. La fumata blanca tendrá la respuesta.

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