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China, el sueño inalcanzable del Papa Francisco

El Pontífice realizó un ambicioso y polémico acercamiento al régimen, fraguado desde 2018 en un acuerdo para el nombramiento de obispos, pero no logró cumplir su pretensión de visitar el país

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Fotografía de archivo del pasado 20 de noviembre de 2024 que muestra al papa Francisco durante una audiencia general en la Plaza de San Pedro en el Vaticano EFE
Jaime Santirso

Jaime Santirso

Corresponsal en Pekín

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De entre todas las heterodoxias que han marcado el inusual papado de Francisco I concluido hoy, pocas sobresalen como el acercamiento a China. El difunto Pontífice no pudo hacer realidad su «sueño» de acometer una visita oficial que consagrara una normalización plena, pero sí estableció una –muy polémica– base desde la que retomar la comunicación e incluso la coordinación con el régimen.

Francisco logró acabar con décadas de silencio. La Santa Sede y el Partido Comunista rompieron sus relaciones en 1957, un cisma que quebró por la mitad a los –actuales– nueve millones de católicos chinos y generó dos Iglesias en el seno del gigante asiático: una oficial bajo control de las autoridades –la Asociación Patriótica Católica China, nótese el orden de adjetivos– y otra clandestina, leal al Papa. En 2018, el diálogo quedó abierto con el acuerdo para el nombramiento de obispos.

Los términos del tratado constituyen un secreto, pero el mecanismo básico implica que el Papa realiza la elección final de entre los candidatos preseleccionados por el régimen. El texto, por tanto, dota de solución transitoria a una colisión entre dos legitimidades esenciales: el sistema jerárquico del Vaticano –expresión de su autenticidad espiritual, dado que los obispos suponen herederos de los apóstoles– frente al modelo ideológico de China.

Galería. Un joven Francisco corta un trozo de tarta junto a su madre Regina Reuters

Pese a las reiteradas protestas vaticanas por incumplimientos chinos, el pacto ha sido renovado en tres ocasiones. La última extensión se produjo en octubre de 2024 para un plazo de cuatro años en lugar de dos como sucediera en 2020 y 2022. El pasado mes de enero, de hecho, tuvo lugar la consagración de Antonio Ji Weizhong al frente de la diócesis de Luliang, el decimoprimer obispo confirmado desde la entrada en vigor del arreglo.

Esta aquiescencia ha sido muy criticada por voces eclesiásticas como la del cardenal Joseph Zen Ze-kiun de Hong Kong, entre otros, tanto por la falta de críticas a las violaciones de derechos humanos cometidas por el régimen como por obligar a la larga a retirar el reconocimiento diplomático de Taiwán.

«Reinició el diálogo con China», resume por teléfono Michel Chambon, investigador de la Universidad Nacional de Singapur especializado en la cristiandad en Asia. «Parecía que no era posible avanzar, pero Francisco lo consiguió gracias a su liderazgo personal y su persistencia. Esto supuso un gran cambio. Tampoco quiere decir que todo sea perfecto, pero la Santa Sede necesita recuperar el control de los católicos chinos y construir una posible colaboración con China. También por cuestiones que van más allá, como el cambio climático o el desarrollo económico de África», explica el teólogo francés.

«Las relaciones están en su mejor momento desde que el Partido Comunista se hizo con el poder. No solo son cordiales, también hay una relación de Estado a Estado y el reconocimiento de que el Papa tiene autoridad para expresarse sobre cuestiones internas, esto es, los católicos chinos». Por eso, Chambon no teme que el nombramiento de un nuevo Pontífice pueda revertir lo andado. «No creo que el Vaticano dé marcha atrás, salvo por accidente o luchas internas, porque la Santa Sede como actor global tiene la necesidad ineludible de colaborar con la segunda potencia. De otro modo dejaría de ser soberana y se convertiría en una mascota de Occidente».

Cercanía

En una ocasión el Papa estuvo cerca de Xi Jinping. Ocurrió en septiembre de 2022, cuando ambos mandatarios realizaron viajes simultáneos a Kazajistán. El líder chino rehusó entonces la reunión propuesta por Francisco, quien por su parte aseguró «estar siempre preparado para ir a China».

En otra ocasión estuvo cerca de China: durante su visita oficial a Mongolia un año después. Al término de la misa multitudinaria que concluyó su paso por Ulán Bator, este cogió de la mano a los obispos de Hong Kong, el emérito John Tong Hon y el cardenal Stephen Chow Sau-yan, para realizar «un llamamiento especial al pueblo chino». «Sigamos adelante», proclamó, antes de encomendarles que fueran «cristianos y ciudadanos honestos».

Dicha interpelación directa supuso un hito que escenificó de manera indudable la voluntad de profundizar su interacción con el régimen chino sin desafiar su orden político. También la tensión moral de simultanear la observación de los principios cristianos con la aceptación de un marco autoritario que priva al individuo de su libertad.

China se limitó a contestar, por boca de su ministerio de Exteriores, que «los saludos del Vaticano manifestaban amistad y buena voluntad». «China y el Vaticano han mantenido la comunicación en años recientes. China quisiera continuar el diálogo constructivo con el Vaticano, fortaleciendo el entendimiento, construyendo confianza mutua y avanzando el proceso de mejorar las relaciones entre ambas partes».

Esa aproximación, sin embargo, no se produjo lo suficientemente rápido, y el Papa no llegó a pisar suelo chino, siguiendo el camino de misioneros jesuitas como el italiano Matteo Ricci o el español Diego de Pantoja, quienes en el siglo XVI acercaron la fe en el gigante asiático, figuras históricas como desde hoy lo es también él.

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