«Es más fácil culpar a otros de lo que sentimos que analizar lo que nos pasa»
La pedagoga Eva Bach explica en esta entrevista qué las emociones «nos asustan porque ponen al descubierto nuestra vulnerabilidad y fragilidad como personas»
Dos Doctoras en Psicología dan las claves para que tu hijo sepa expresar lo que siente

Eva Bach, pedagoga, maestra y conferenciante, se muestra en su último libro 'Disparates emocionales ¡Basta ya!' preocupada por el caos que impera en el ámbito de las emociones porque considera que actualmente influencers y gurús, a menudo sin titulación o experiencia, propagan todo ... tipo de consignas y recetas muchas veces carentes de fundamento, que distorsionan la visión de las emociones, nos impiden entenderlas y atenderlas sanamente.
Asegura que hemos pasado de una represión, que ha durado siglos, a un gran auge impulsado por la neurociencia, en los años noventa, al caos actual, acrecentado e intensificado por las redes sociales. «La neurociencia demostró que tener una mente privilegiada o un expediente académico brillante no garantiza ser persona ni ser feliz. Las emociones pueden complicarnos mucho la vida cuando no somos conscientes de ellas y nos dominan a su antojo. También pueden causarnos muchos problemas cuando las desoímos, las reprimimos o tenemos que esconderlas por sistema. Pueden acarrear mucho sufrimiento y derivar en patologías varias si no se afrontan de un modo sano. Es natural que nos interesen tanto y que hoy en día se las tenga mucho más en cuenta en diversos ámbitos: educativo, empresarial, sanitario, sociocultural y, por supuesto, en los medios de comunicación y redes sociales. Precisamente estas últimas, propician que cualquiera puede hablar de ellas y mucha gente lo hace sin titulación, experiencia o conocimiento suficiente, por lo que se dicen auténticas barbaridades y disparates, y es cada vez más difícil distinguir lo saludable de lo que no lo es. El caos está servido».
¿Por qué si todos sentimos emociones nos cuesta tanto identificarlas y siguen siendo las grandes desconocidas?
Nos cuesta identificarlas porque no nos han enseñado a hacerlo y porque aprenderlo implica un esfuerzo y una responsabilidad que no queremos asumir. Es más fácil proyectarlas fuera, culpar a otros o al mundo de lo que sentimos. Las emociones son complejas, como la vida y las relaciones, y nosotros buscamos la simplicidad y la rapidez. Nuestro cerebro tiende a ellas por impulso biológico. Para que contemple lo complejo, lo ambiguo, lo contradictorio, hay que educarle y esto requiere tiempo, paciencia, introspección, autoindagación, algo que tampoco nos apetece nada. Además, las emociones dan miedo, nos asustan porque ponen al descubierto nuestra vulnerabilidad, nuestra parte más frágil, nos muestran que no siempre podemos escoger y dominar lo que sentimos, que a veces nos pueden el dolor, la frustración, la angustia, la rabia, la impotencia y otros sentimientos ingratos e indeseables que el hecho de vivir conlleva. Nos conectan con nuestras sombras, heridas y dificultades, nos recuerdan nuestra imperfección y nuestros límites. Nada de todo esto resulta grato ni fácil de asumir, es más cómodo ignorarlo y buscar recetas rápidas o señalar hacia afuera.
Siguen siendo una grandes desconocidas porque a pesar de que se hable tanto de ellas, no hemos comprendido todavía su complejidad. Que sea capaz de identificar la rabia o el miedo, no significa que entienda su función, su sentido, a qué necesidad responden, qué me invitan a escuchar, a cuidar, a tener en cuenta, qué mensaje tienen para mí y mi crecimiento personal. Tenemos una visión muy simple de las emociones. Vemos la rabia, el miedo, la tristeza, como reacciones biológicas que, o bien no podemos controlar, o bien hay que calmar o cambiar cuanto antes con un pensamiento positivo o un razonamiento que invalide su razón de ser. Es cierto que las emociones tienen una base biológica innata, pero no son solo biología. Son educables y están ahí para que de su mano emprendamos un camino de construcción personal que nos lleve a conocernos, comprendernos y humanizarnos, tirando del hilo de lo que nos muestran sobre nosotros y la vida.
¿De qué manera nos condiciona el hecho de reconocerlas?
Reconocer nuestra emociones comporta múltiples beneficios. De entrada, el mero hecho de reconocerlas impide que nos manejen totalmente a ciegas y nos otorga un cierto poder sobre ellas. La diferencia entre tener una emoción y que una emoción te tenga secuestrado es precisamente la consciencia. Dicha consciencia nos permite contener y regular lo que sentimos, así como desarrollar herramientas para aprender a calmarlo y expresarlo adecuadamente; nos invita a asumir nuestra propia responsabilidad en nuestro sentir, en lugar de responsabilizar a otros, con lo cual evitamos autoengaños que nos desconectan de nosotros y pueden poner en riesgo nuestra salud mental. También nos ayuda a rebajar nuestro nivel de impulsividad y estrés, pues al no tener que estar disimulando constantemente lo que sentimos y aparentando lo que no somos, disminuye también el riesgo de cometer errores por precipitaciones derivadas de la inconsciencia y los arrebatos emocionales. Gracias a todo ello, mejoramos nuestra comunicación, nuestra relaciones y nuestro bienestar.
¿Qué hacemos si aún no las conocemos pero queremos aprenderlas? ¿Dónde acudir?
A buenas fuentes, que son las que ofrecen recursos, lecturas, formaciones, propuestas y profesionales fiables, con conocimientos amplios, contenidos sólidos y trayectorias reconocidas. En mi último libro identifico 12 formas de transmisión emocional distorsionada, 30 disparates y malentendidos emocionales y 12 criterios o condiciones para una transmisión emocional sana, precisamente para deshacer ideas erróneas, ayudar a distinguir las buenas de las malas prácticas, y promover un aprendizaje y un crecimiento emocional sano. Muchas veces me preguntan a quién seguir y a quién no, qué contenidos recomiendo y cuáles desaconsejo. Nunca digo nombres concretos para bien ni para mal, pero es obvio que los autores, los libros, los vídeos y los artículos que cito, más de 80, los considero fuentes fiables.
Y una vez que las identificamos, ¿qué hacemos con ellas?
Identificarlas es solo un primer paso. Lo siguiente es validarlas, atenderlas y tratar de entenderlas; es decir, comprender qué hay detrás de ellas, a qué expectativas y necesidades responden. También hay que calmarlas si están desatadas, y aprender a expresarlas adecuadamente, lo cual significa plantearnos el cómo, cuándo, dónde y con quién. Es un largo proceso que requiere tiempo y paciencia. Y no termina aquí, porque lo más importante de la emoción no es reconocerlas, expresarlas ni calmarlas, por muy importante que sea esto. Lo esencial es conocernos a través de ellas, tirar del hilo de lo que nos dicen y nos muestran de nosotros y la vida para humanizarnos, construirnos como personas, orientarnos a la salud y acceder a niveles progresivamente más amplios de consciencia, lucidez, sensibilidad, bondad, serenidad, empatía, sabiduría y otras virtudes similares.
¿De qué manera influyen las redes, para bien o para mal, a poner en valor las emociones? ¿Nos guían o nos despistan?
Hay contenidos buenos en las redes que nos pueden guiar y también los hay muy malos que nos pueden despistar. La clave está en saber discernir entre unos y otros. La charlatanería incesante, el circo abierto 7/24 en que se ha convertido lo que tiene que ver con las emociones nos influye negativamente, puesto que carecemos de criterios para discernir las buenas prácticas de las malas y hay mucho contenido disparatado e, incluso, peligroso. A ninguna persona sensata se le ocurriría matricularse en una autoescuela en la que el profesorado no tuviera el carné de conducir, no conociera el código de circulación y te dijera que conducir un coche es solo cuestión de coger el volante y lanzarse sin miedo, sin límites y gas a fondo por las carreteras de la vida. Pues en el ámbito emocional, proliferan mucho actualmente autoescuelas temerarias de este tipo.
¿Cuáles son los principales disparates emocionales que ha detectado y por los que ha escrito este libro?
Entre los principales disparates emocionales está el de invalidar las emociones y la educación emocional como si fueran pseudociencia, cuando hay constataciones neurocientíficas de sobra de su relevancia; también el hecho de creernos que la educación emocional es una cuestión de programas pedagógicos y aprendizajes académicos, cuando es sobre todo una cuestión de cuidar los vínculos, las relaciones y la comunicación. Los malentendidos que hay que aclarar o matizar son bastantes más, abordo 30, y en cada uno primero destaco la idea errónea, luego la reformulo correctamente y a continuación lo explico y argumento brevemente. Entre esos 30 malentendidos podemos destacar algunos de los siguientes: que podemos escoger siempre lo que queremos sentir; que cambiando los pensamientos se cambian las emociones; que si sonreímos y nos decimos cosas positivas todo el tiempo, nos sentimos mejor; que las emociones son reacciones biológicas innatas y nada más; que nuestras emociones siempre están acertadas y tenemos que obedecerlas siempre; que la felicidad y todo en la vida es solo una cuestión de actitud; que si aprendemos a gestionar las emociones no tendremos crisis emocionales; que educación emocional es igual a cantar, saltar, bailar, reír, llorar, abrazarse, motivarse, ilusionarse, ser feliz todo el tiempo y no hacer más que lo te viene en gana; así hasta 30.
A los padres se les pide que eduquen a sus hijos en emociones, ¿es justo trasladarles esta responsabilidad cuando ellos no han sido educados en ellas?
Volviendo al ejemplo de las autoescuelas, nadie duda de que conducir un coche requiere unos conocimientos y habilidades, y ceñirse a unas normas de circulación. Y supongo que consideramos justo responsabilizar de posibles daños a quien conduce sin carné o de forma negligente. Pues bien, hoy sabemos que «conducir» a un hijo por la vida requiere unas habilidades y capacidades emocionales determinadas. Desde el momento en que lo sabemos, tenemos que asumir también dicha responsabilidad. Somos responsables de nuestra salud emocional porque influye en la de nuestros hijos, así de claro. Eludir dicha responsabilidad es otro gran disparate. Si tenemos alguna influencia sobre niños y adolescentes, y tanto familias como docentes la tenemos, tenemos que cuidar de nuestro propio crecimiento y salud emocional porque repercute en la suya, no hay excusa ni justificación que nos exima de ello, ya no.
¿Cómo se puede mejorar la educación emocional desde el sector educativo?
Hay dos premisas fundamentales. La primera, tener muy claro que la educación emocional no es una cuestión de currículums, programas ni maletas didácticas, no se trata de preguntar cómo te sientes, de pintar y colorear emociones ni de decirte todo el día autoafirmaciones positivas. Es primordialmente una cuestión de actitudes vitales y educativas, de tejer vínculos afectivos sanos, y de establecer formas de relación y estilos de comunicación educativa emocionalmente resonantes. Se hacen muchos programas antibullying y en muchos países, e incluso en alguna comunidad autónoma de nuestro país, ya se ha visto que es más eficaz enfocarse en la promoción de la salud emocional como base del buen trato, que no en la prevención específica del conflicto, puesto que es la falta de salud emocional la que deriva en trastornos, conflictos o violencias diversas. En la mayoría de conflictos o perturbaciones humanas se puede encontrar algún tipo de desorden o carencia emocional de trasfondo. Y solo sanando la guerra interna se puede acabar con la guerra externa, como dice Amenós. La segunda, lo que decía antes, tener igual de claro que si lo que hacemos tiene algún tipo de repercusión sobre niños o adolescentes, no hay excusa que valga para no ocuparnos de nuestras emociones. La clave de la competencia emocional de niños y adolescentes es la de sus familias y profesorado. A partir de ahí, hacen falta políticas valientes que valoren, promuevan y evalúen la educación emocional, y la contemplen formalmente en la formación inicial del profesorado, en el acceso a la profesión docente, etc.
MÁS INFORMACIÓN
¿Hay verdadera constancia de la importancia de las emociones en nuestra sociedad?
No, para nada. A pesar de que se habla cada vez más de ellas, no tenemos ni idea de su verdadero poder, sentido y alcance, para bien y para mal. En el mejor de los casos, nos limitamos a calmarlas porque seguimos pensando que son biología y nada más, nos molestan y cuanto antes nos deshagamos de ellas mejor. Las tenemos asociadas a nuestra parte animal y no vemos su gran riqueza y potencial para acceder a la madurez afectiva, a la humanización, la sabiduría e incluso a la espiritualidad o trascendencia. Y por humanización me refiero a recuperar lo esencialmente humano que hemos desatendido y que es lo que nos invitaría a tratarnos y a tratar a los demás con más compasión, amabilidad, delicadeza, ternura y suavidad.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete