En observación
Begoña, 5; David, 30
A la espera de una tercera carta a la ciudadanía y del oportuno informe sociolaboral de Óscar Puente, nos queda la opción de descalificar a los jueces o apuntar al propio Pedro Sánchez como eje de toda esta escandalera
Antes de echarse al monte del prejuicio y adelantar acontecimientos procesales conviene esperar a que Óscar Puente -vara de medir enchufes y catenarias, genealogista especializado en sobrinas y hermanos carnales- evalúe el impacto económico que para contribuyentes y desempleados, especialmente los aspirantes a un cargo ... público como del que disfrutaba el maestro Azagra, pueda tener su fichaje por la Diputación de Badajoz. «La gente no se pega por esos puestos», dijo el otro día el ministro e 'influencer' de la sobrina política de Ábalos. A ver la cuenta que le sale del hermano de Sánchez.
Se acaba de cumplir un año -fiesta móvil, como la Semana Santa que el Papa Francisco quería agendar y desligar de las fases lunares- de aquel último fin de semana de abril que Pedro Sánchez se cogió en 2024 para intoxicar a la opinión pública con el falso berrinche que dice que pilló tras la investigación abierta en Plaza de Castilla sobre las actividades de su esposa. Si por unas pesquisas judiciales se cogió cinco días de baja -al quinto resucitó-, con la imputación formal de su hermano por tráfico de influencias y prevaricación nos podemos ir a junio. Esto es para pensárselo bien.
Pedro Sánchez tiene a su esposa empurada y a su hermano a un paso del banquillo. Alrededor del presidente del Gobierno se mueve, además, un círculo de confianza que ha hecho del Tribunal Supremo una subsede estable. El folio y medio que firmó el presidente del Gobierno tras tener conocimiento de los derroteros que había cogido la carrera académica de su mujer es un simple 'post it' si lo comparamos con las setenta páginas del auto firmado por la juez Beatriz Biedma para imputar al cuñado de Begoña, presunta víctima, como la ciudadana Gómez, de una turbia campaña de acoso y de una espesa ola de fango. «Estos días leerá y escuchará usted mucho ruido y aún más furia en tabloides digitales nacidos para propagar bulos, en platós de tertulias televisivas y radiofónicas al servicio de amplificar esa desinformación», escribía hace ahora un año Pedro Sánchez. A la espera de una tercera carta a la ciudadanía y del oportuno informe sociolaboral de Óscar Puente, nos queda la opción de descalificar a los jueces que forman parte de la ola reaccionaria o, directamente, apuntar al propio Pedro Sánchez como eje de toda esta escandalera.
Si Begoña Gómez no fuese la esposa del jefe del Ejecutivo, y si David Sánchez Pérez-Castejón no fuera su hermano, ni la primera hibiera disfrutado de una cátedra extraordinaria, con menos papeles que una liebre, ni el segundo hubiera llegado a coger batuta alguna en una diputación socialista o en una orquesta de verbena. Es eso lo que se dirime en sendos casos. Dos presuntos inocentes se enfrentan a un juicio que no se deriva de sus propias ambiciones, más que legítimas, como las de todo arribista del sector del enchufe, sino de su vínculo familiar -carnal uno, político el otro; ambos estrechos hasta el roce- con el mismo presidente del Gobierno que se benefició de una regeneradora moción de censura contra la corrupción. Para más inri, los de entonces no se tocaban nada. Ni parientes lejanos eran.
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