el contrapunto
El dóberman era Álvaro García Ortiz
La Fiscalía depende directamente de Sánchez, por mediación de un peón siempre dispuesto a atacar al servicio de sus intereses
Ya solo falta un pucherazo
¿Cuánto paga Maduro a Zapatero?
Tantos años retratando a la derecha como un perro de presa criado para lanzar dentelladas y resulta que quien encaja en la metáfora como en un traje hecho a medida es Álvaro García Ortiz, fiscal general del Estado o, mejor dicho, del Gobierno. «Su» ... fiscal general, como el propio presidente se ha encargado de subrayar, utilizando elocuentemente el posesivo para referirse a él. Si la oposición no hiciera gala de una falta de garra tan opuesta a la imagen que pinta de ella la izquierda y tan dramáticamente contraria a la inaplazable necesidad de defender nuestra nación, ya tendría a un ejército de creativos haciendo chistes y memes e inundando con ellos las redes.
La información que vamos conociendo sobre este personaje resulta cada día más escandalosa, incluso en el contexto de escándalos superpuestos que caracteriza el mandato de Pedro Sánchez, único en la historia de España que puede presumir de tener a su esposa, su hermano y su mano derecha imputados por la Justicia. Su actuación al frente de una institución cuyo prestigio ha arrastrado por el fango, filtrando presuntamente información secreta de un particular con el ánimo de dañar a una dirigente política rival, carece de precedentes. Su desahogo al aferrarse al cargo con uñas y dientes, a pesar de estar investigado por el Supremo, constituye un insulto a sus compañeros de carrera, además de un daño irreparable a la confianza de los ciudadanos en el Ministerio Público, ya gravemente mermada tras oír al entonces candidato socialista pronunciar una frase lapidaria: «¿De quién depende la Fiscalía? Pues ya está». Por cierto, aquella manifestación chulesca de control absoluto sobre los fiscales venía a cuento de su promesa de traer de regreso al fugado Puigdemont para obligarle a rendir cuentas. Hoy es él quien se dispone a viajar a Waterloo con el propósito de contentar al golpista regalándole una foto, a ver si así compra algún tiempo de permanencia en la Moncloa y lo aprovecha para eternizarse sometiendo a jueces y periodistas, últimos pilares que sostienen nuestra democracia acorralada. Ellos y algunos valientes reacios obedecer órdenes inaceptables. Porque el culebrón que protagoniza Álvaro García Ortiz es la demostración palmaria de que, tal como asegura el caudillo sanchista, la Fiscalía depende directamente de él, por mediación de un peón siempre dispuesto a atacar al servicio de sus intereses, sin detenerse en sutilezas como el respeto a la legalidad. El testimonio de la fiscal superior de Madrid, Almudena Lastra, lo señala prácticamente como autor confeso de la filtración fraudulenta, al revelar que no negó una acusación directa. Y por si quedara alguna duda, el borrado de sus mensajes, antes de cambiar de teléfono, denota un temor fundado a que la UCO encontrara en él pruebas que apuntaran al entorno inmediato de Sánchez y su disposición a inmolarse con tal de salvar al amo.
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