tiempo recobrado
La incómoda verdad del marqués de Sade
En algunos momentos de aburrimiento, cojo los tomos de Sade y los abro al azar. Siempre me sorprende su sinceridad inconfesable
Contra la 'realpolitik'
Estulticia
Donatien Alphonse François de Sade murió en 1814 en el manicomio de Charenton, donde había sido confinado por su familia. Tenía 74 años y había pasado más de la tercera parte de su existencia en prisión. Fue encarcelado por el Antiguo Régimen, la Revolución, ... el Consulado y Napoleón, lo que le obligó a permanecer 27 años entre rejas.
Algunas de sus novelas y sus reflexiones fueron publicadas en vida bajo seudónimo, pero la mayoría tuvo que aguardar a muy avanzado el siglo XIX para ver la luz. Su obra más escándalosa, 'Los 120 días de Sodoma', apareció en 1904. En 1975, fue llevada al cine por Pasolini y hoy sigue prohibida en muchos países.
Hubo que esperar a 1990 para que La Pléiade, la biblioteca de los clásicos, editara en tres volúmenes su obra completa. Habían transcurrido 176 años desde su muerte en Charenton, donde creó una compañía de teatro con los locos. «Su audaz inmoralidad y su libertad excesiva son un peligro», escribió el médico del establecimiento al jefe de la Policía.
El marqués de Sade tuvo que responder en numerosos procesos por libertinaje de acusaciones de sodomía, torturas, violaciones y sacrilegios. Estuvo un largo periodo preso en Vincennes y en la Bastilla, donde fue liberado por los revolucionarios en 1790. Obeso y casi ciego, sus hijos le recluyeron por demencia para evitar males mayores.
La obra de Sade sigue siendo para muchos un catálogo de aberraciones. Es una visión muy simplista, rechazada por Simone de Beauvoir, que vio en sus libros una rebeldía contra la hipocresía y el poder feudal. El erotismo fue su refugio, según la compañera de Sartre. Maurice Blanchot cuestionó esa interpretación, subrayando que el pensamiento de Sade es impenetrable. Soy de la misma opinión: su claridad cartesiana encierra un enigma. Su ateísmo y su rechazo visceral de Dios son una reivindicación involuntaria de la trascendencia.
En algunos momentos de aburrimiento, cojo los tomos de Sade y los abro al azar. Siempre me sorprende su irreverencia y su valor, su sinceridad inconfesable. Y pienso al hojearlos que hay en su obra una verdad difícil de negar: que los deseos sobrepasan la racionalidad, que entran en pugna con nuestra educación y que todo ser humano tiene un fondo oscuro y complejo. Freud lo llamaba de forma impersonal «el ello».
Sade eleva a normal la anormalidad y rompe con todos los tabúes sociales. Nos guste o no, cuestiona esa visión políticamente correcta de las relaciones humanas y sentimentales, regidas por la pasión y por pulsiones inconscientes. Cualquier intento de codificar el impulso sexual, topa siempre con ese fondo oscuro y profundo que ignoramos de dónde surge. Hay una hipocresía en esa visión idealizada y angelical de los discursos dominantes que ignoran la naturaleza inaprensible del deseo.
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