La misión más peligrosa de los Regulares españoles contra el santón que organizó una yihad en Melilla
La muerte del El Mizzian en mayo a manos de estas unidades supuso el principio del fin de la Campaña del Kert, iniciada diez meses antes como represalia por el ataque contra una Comisión de Estado Mayor dedicada a trabajos topográficos en Melilla
El descendiente del héroe de Annual al que asesinó la República narra sus secretos a ABC

Mohamed Ameziane, más conocido como El Mizzian, ha pasado de puntillas por la historia de España. Y eso que este líder local, demonio para unos, divinidad para otros, fue el enemigo a batir durante la llamada Campaña del Kert, también obviada de la mayoría de los libros. Durante casi diez meses, el que fuera santón de Segangan desangró a las tropas españolas ubicadas en la zona oriental de Melilla. El goteo de bajas solo terminó cuando las recién creadas fuerzas Regulares le dieron muerte en una carga de caballería el 15 de mayo de 1912, durante una operación para conquistar Kaddur. Y ABC, como era habitual en la época, dio buena cuenta de todo en el corazón de sus páginas.
España vivía por entonces unos años turbios a todos los niveles. La sociedad estaba más que revuelta porque, a pesar del envío constante de tropas a Marruecos, las derrotas ensombrecían, jornada tras jornada, las páginas de los diarios. Lógico, que no deseable, pues las tropas carecían de un entrenamiento que les permitiese actuar de forma eficiente sobre un teatro de operaciones alejado de la vieja Europa. Los 'noes', al final, eran demasiados: no se habían estudiado los errores que habían provocado la debacle de las colonias una década antes; no se había instruido a los oficiales para dirigir operaciones en un territorio carente de agua y no se contaba con tropas versadas en el combate contra cabilas locales que apostaban por el sistema de guerrillas. Mal asunto.

Por toda esta extensísima lista de razones, y otras tantas más, se fundaron el 30 de junio de 1911 las Fuerzas Regulares Indígenas; unidades nativas leales a la Corona lideradas por oficiales españoles. Soldados idóneos para combatir sobre un terreno desconocido para el peninsular medio y en el que la relación con las cabilas era básico para no perder hombres a paladas. Sus objetivos prioritarios eran «prestar servicios de armas en unión de las fuerzas del Ejército, así como el de guías, intérpretes, confidentes y demás misiones especiales que se le encomienden cuando sean necesarias». Pero ni su presencia en la zona evitó que El Mizzian, un viejo conocido al que ya había vencido nuestro ejército, se alzara en armas en la zona oriental de Melilla tras aunar bajo su mando varias cabilas.
El Mizzian arrancó su revuelta en los alrededores del río Kert con la agresión, cerca de Ishafen, a una Comisión de Estado Mayor dedicada a trabajos topográficos. Lo hizo allá por agosto y llamando a la yihad a sus hombres. Y España, por su parte, respondió dando el pistoletazo de salida a la Campaña del Kert; una serie de operaciones que sumieron al norte de África en un mar de sangre y cartuchos. A lo largo de los siguientes nueve meses, el caudillo puso en jaque a las renqueantes fuerzas armadas de nuestro país a base de tretas y hostigamientos. Parecía que solo una cosa acabaría con aquello: la decapitación de la hidra.
Bailar con la muerte
ABC dio a conocer el final de El Mizzian en su edición del 16 de mayo de 1912, apenas una jornada después de que los Regulares acabaran con su vida y, de paso, decapitaran la revuelta que había mantenido en jaque a España a lo largo de una serie de interminables semanas. Despuntó la mañana más que tensa en Tauriat Hach, en las inmediaciones de Kaddur (allá por Melilla, vaya). Empezó a tiro limpio, para ser más concretos, por parte de una unidad rifeña que hostigaba a todo español que agitara el mostacho en las cercanías de un barranco local. Un día más en la oficina para los soldados rojigualdos en el norte de África.
Pero las fuerzas españolas no estaban de aguada por la zona; más bien andaban metidas hasta el corvejón en la conquista de Kaddur. Así que el oficial al mando de una de las columnas que actuaban con El Mizzian, el general Navarro, dio órdenes de hacerse con aquella posición antes de que generara más problemas. «A las nueve de la mañana, la Caballería regular indígena que manda el coronel Berenguer recibió órdenes de cargar sobre el enemigo, que, apostado en la parte alta del barranco, hacía sobre nuestras fuerzas un fuego mortífero», explicaba el corresponsal de ABC. Se lo encargó a los soldados del tercer escuadrón, mandado por el capitán Fernández Pérez.

Dicho y hecho. Los militares avanzaron al galope dispuestos a arremeter contra los cabileños. Pero, cuando ganaron altura, se toparon faz a faz con sus equivalentes enemigos: una unidad de jinetes preparada para enfrentarse a ellos. Y el espectáculo no había hecho más que empezar. «En ese momento un moro, que desde luego les llamó la atención por lo arrogante y lo bien vestido, se adelantó a caballo hacia las fuerzas indígenas, llamándolas hermanos y excitándolas en nombre de Dios a que se pasaran a la harca», desvelaba el diario. Era El Mizzian, y su objetivo consistía en que los Regulares se cambiasen de bando. Algo nada descabellado, pues ya había ocurrido en otras tantas ocasiones en las jornadas pasadas.
Esta vez no tuvo tanta suerte. De hecho, lo que consiguió con su gesto fue llamar a la Parca a voces. «Un cabo español se echó el fusil a la cara y le disparó un balazo que le hirió en el pecho. El jinete cayó al suelo y el caballo salió al galope», sentenciaba ABC. Esta es la versión más extendida, aunque hay para dar y tomar. Lo que está claro es que que el soldado del disparo afortunado fue Gonzalo Zanca; el más rápido de nuestro castizo 'far west'. Aunque, tras él, asieron el fusil otros tantos. «Los soldados que iban con el cabo hicieron casi simultáneamente una descarga sobre el grupo de moros que acompañaban al que acababa de caer y que, por su manera de vestir, parecían también jefes, con tal acierto que cayeron muertos otros cinco», completaba este diario.
Fin de todo
Perder a su líder supuso una cuchillada en el vientre para los cabileños. El resultado: una desbandada total que «dejó abandonados sobre el campo cadáveres y heridos». Y, con el campo libre, tan solo quedó reconocer lo que quedaba de El Mizzian. «El cadáver estaba tendido en decúbito supino. Vestía albornoz azul con chilaba parda y dos camisas de seda», incidía ABC. Colgado del cuello llevaba además un sello con su nombre y un rosario. Y, como pertenencias más íntimas, un Corán y un pañuelo. Por descontado, también portaba armas: una tercerola –un fusil más pequeño de lo habitual pensado para ser portado por jinetes– y una pistola Browning. Ambos, con sendas cartucheras cargadas hasta los topes.
Las fuerzas españolas movieron ficha a la velocidad del rayo. Berenguer dispuso que que cadáver fuese llevado al poblado de Ulad Ganen para ser examinado. «El intérprete, Sr. Marin, un pariente del Mizzian, que militaba en las filas españolas, y que es uno de los más leales amigos de España, y algunos moros de los poblados próximos y de la Policía indígena, que le conocieron mucho en vida, examinaron detenidamente el cadáver y afirmaron sin vacilar que, en efecto, se trataba del famoso morabito», incidía el diario. También se despojó al cadáver de la camisa para ver si contaba con una serie de marcas que, se sabía, tenía el líder rifeño. La noticia quedó confirmada.
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Y de un disparo afortunado, al fin de la revuelta. Ya por entonces, ABC informaba de que «estimamos que la muerte del famoso agitador influirá grandemente en la terminación de la guerra». Acertó de plano. A pesar de que el jefe superior de la harca, el caid Amar de Metalza, asió el poder al vuelo tras la caída de su superior, las luchas intestinas en el grupo llevaron a la desintegración de la revuelta y al punto y final del conflicto. Al girar todo alrededor del liderazgo y el prestigio de El Mizzian, su muerte disolvió la cohesión de las tribus locales. España, por su parte, prefirió enterrar el conflicto, olvidarse de cualquier posibilidad de conquista y dejó el río Kert como frontera natural.
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