Los corsarios españoles que chamuscaron las barbas de ingleses y holandeses
Cuando se cumplen 400 años del golpe más audaz de la Armada de Dunkerque, los datos históricos dan la vuelta al mito de España como víctima de los piratas: más bien fue verdugo
La historia de América como siempre te la había contado la izquierda: violaciones, fuego y destrucción

A Julián Romero, con más de treinta años de experiencia combatiendo en la infantería española, le encomendaron en febrero de 1574 auxiliar el lejano puerto de Middelburg, amenazado por los rebeldes que habían desafiado la autoridad de Felipe II. El maestre de campo de ... los tercios condujo una flota de 62 naves hacia una estrepitosa derrota frente a una escuadra mayor en número y calidad. Tras resistir el ataque de cuatro rivales a la vez, el conquense huyó hasta la orilla para reconocer su derrota al gobernador: «Vuestra excelencia bien sabía que yo no era marinero, sino infante; no me entregue más armadas, porque si ciento me diese, es de temer que las pierda todas». Una cosa era la superioridad en tierra y otra en el mar.
El Imperio español arrastró durante muchas décadas un problema endémico en su intento por sofocar la rebelión en Flandes, donde las provincias del norte, sobre todo Zelanda y Holanda, encabezaron la resistencia contra la autoridad real gracias a las defensas naturales que le otorgaban una costa estrecha y llena de laberínticos bancos de arena. Ni Castilla ni Aragón tenían una flota adaptada a esas características y no dejaron de acumular fracasos hasta la irrupción de una armada tan osada como heterodoxa. «España, en concreto el Conde-duque de Olivares, tuvo en mente un plan muy ambicioso para debilitar el pujante comercio neerlandés, que pasaba por vertebrar un eje de actividades corsarias que debía operar desde las costas del Cantábrico hasta la zona del Canal de la Mancha y luego extenderse hacia el norte hasta el Báltico con la ayuda de Polonia y el Sacro Imperio», asegura el historiador Hugo Cañete, autor de obras de referencia del siglo XVII español, sobre un proyecto que solo prosperó en el frente flamenco.
La reconquista por Alejandro Farnesio de Dunkerque y Nieuwpoort, los puertos más importantes de la costa flamenca, sentó las bases para el surgimiento de este tipo de armada hecha a la guerra sucia. En torno a 1620, España lanzó una ofensiva desde Dunkerque con una escuadra de veinte corsarios propiedad de la Corona y otros sesenta navíos pertenecientes a aventureros particulares también sufragados por los Habsburgo. «El sistema de corso español era muy beneficioso para la Corona porque permitía una actividad auxiliar de apoyo a la Armada que se 'autofinanciaba'. Los corsarios recibían sus patentes y para aprestar sus naves podían recibir ocasionalmente préstamos reales», sostiene Cañete.
Tiempos felices para asaltos
En cuanto expiró la Tregua de los doce años con Holanda, esta flota depredadora se dedicó a cazar por separado o en grupo todos los mercantes que se internaban por estas aguas. Los resultados fueron inmediatos. «La reanudación de la guerra contra las Provincias Unidas coincidió con la Guerra de los Treinta Años y con el despertar de Francia como potencia. Este conjunto de circunstancias hizo que se recrudeciesen las operaciones en el Golfo de Vizcaya y en el Canal de la Mancha, lo que, de forma indirecta, y con el apoyo de una Armada Real todavía numerosa y poderosa, benefició a las grandes bases corsarias del Canal y de Guipúzcoa. Utilizando la terminología de la U-bootwaffe durante la Segunda Guerra Mundial, fueron 'tiempos felices'», explica Cañete.
El coste de los fletes holandeses se duplicó al tiempo que se disparaban los seguros marítimos. La economía de estas provincias, basada en el comercio, se derrumbó y entró en recesión en cuestión de meses. Según cálculos del historiador británico Peter H. Wilson, autor de 'La guerra de los 30 años' (Desperta Ferro Ediciones), si entre 1614 y 1620 hubo 1.005 barcos holandeses efectuando la ruta entre el mar Báltico y el Mediterráneo, muchos de ellos con intención de saquear algún buque o puesto español, solo 54 embarcaciones se atrevieron a cruzar el Canal entre 1620 y 1627.
La efectividad de la armada radicaba en sus métodos expeditivos y en sus capitanes casi indistinguibles de vulgares piratas, pero sobre todo en el uso de un nuevo tipo de embarcación inventada por España: la fragata. Un buque que juntaba la capacidad de largas travesías a vela con la agilidad en el combate que proporcionaban a cortas distancia los remos, es decir, combinando el fuerte casco de los galeones con la movilidad de las galeras. «Las fragatas se idearon para atacar corsarios enemigos, pero luego se convirtieron a su vez en los mejores corsarios. Con los años, crecieron en tamaño y potencia artillera y perdieron los remos con el perfeccionamiento de la vela», afirma el historiador naval Agustín Rodríguez González, autor entre otras obras de 'Corsarios españoles' (EDAF).
Este tipo de barco, combinado con armamento ligero, otorgaba una velocidad y una maniobrabilidad ideal para los asaltos rápidos. Nombres como Gato, Zorro, Liebre y Cuchilla dan fe del tipo de lucha que preferían sus capitanes. «La fragata era al principio una galera pequeña, la 'afracta', sin cubierta, un bote grande de remos y con velas. No hay más que ver como se dice en inglés o francés para saber que nació en España», apunta Rodríguez González.
La armada de Dunkerque no solo colocó contra las cuerdas a la República de Holanda, que ya era un estado por derecho propio, sino que dio la vuelta a la clásica posición española como víctima de la piratería. El cordero se convirtió en lobo, contradiciendo la visión tradicional de los ingleses como grandes patrones de la piratería frente a los indefensos españoles. Los ingleses perdieron a manos de los españoles, también según datos de H. Wilson, 390 navíos entre 1624 y 1628, el equivalente a una quinta parte de su marina mercante. Cualquier barco sospechoso de estar en tratos con los holandeses, o simplemente en el lugar y el momento equivocado, era susceptible de sufrir el aguijonazo de «los argelinos del norte».
La República Holandesa envió en 1622 a la mitad de toda su flota a bloquear Dunkerque en un intento desesperado por reflotar su economía. Capturaron la nave de uno de sus capitanes más disparatados, Jan Jacobsen, que se inmoló antes de ser arrestado, y un puñado de corsarios, aunque gran parte de la armada escapó indemne a esta y otras ofensivas masivas. Resultaba como cazar mosquitos a cañonazos.
El año de los milagros
1625 fue un 'annus mirabilis' para la Monarquía española, que recordó a Europa su posición de potencia hegemónica en Europa a pesar de la crisis demográfica y económica en la que se estaba hundiendo poco a poco. El año de las victorias, del que se cumplen los 400 años, tuvo un gran éxito terrestre, la conquista de Breda tras un largo asedio, pero sobre todo cosechó triunfos navales, empezando por el socorro de una Génova cercada por los franceses y siguiendo con la recuperación de Salvador de Bahía del control holandés. Así y todo, la armada de Dunkerque también exigió su foco con una operación devastadora para el sector pesquero del Canal.
En otoño de ese año, los corsarios se escabulleron del bloqueo combinado de holandeses e ingleses y efectuaron un ataque que dejó en mantilla los cacareados golpes de Hawkins o Drake el siglo anterior. Si lo suyo había sido «quemar las barbas del rey de España», aquello fue hacer una hoguera con los bigotes de todos los marineros británicos. Un ataque contra la flota pesquera en las Islas Shetland se saldó en dos semanas con el hundimiento de 150 embarcaciones, incluidos 20 buques de escolta, y la captura de 1.200 marineros.
Los corsarios mantuvieron el ritmo de destrucción en unos 250 buques asaltados al año durante la década de 1630, lo que estaba muy por encima de los 62 navíos perdidos por la flota española en todas las acciones enemigas ocurridas en el Atlántico a lo largo del siglo pasado. Gracias al complejo sistema de convoyes establecido en la flota de Indias, se calcula que los piratas ingleses, holandeses y franceses no pudieron hundir más que el 1% de los 11.000 barcos españoles que cruzaron el charco entre 1540 y 1650. Mucha propaganda y pocas nueces…
No fue hasta la pérdida de Dunkerque en 1646 que los enemigos de España pudieron lanzar un suspiro de alivio. «Una vez se firmó la paz en la Guerra de los Treinta años la actividad en el Canal disminuyó para derivarse a otros lugares, como por ejemplo el bloqueo de Portugal, que podía haber sido otros 'tiempos felices' para los corsarios gallegos, asturianos y de la Montaña, pero que no llegaron a buen término por estar entonces muy debilitada la Armada Real, lo que permitía a las flotas holandesas e inglesas organizar expediciones de limpieza de corsarios de las aguas de la fachada atlántica», concluye Cañete. Los tiempos estaban cambiando, otra vez.
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