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ABC Cultural

El famoso monumento norteamericano con pasado español: esta es su relación con la Monarquía hispánica

El islote sobre el que se levantó la prisión de Alcatraz fue cartografiado y bautizado por el explorador Juan Manuel de Ayala en el siglo XVIII

Ni Barcelona ni Madrid, esta fue la rica ciudad que enorgulleció a la Monarquía hispánica dos siglos

Bahía de San Francisco, California (EE.UU.), años 70. Vista aérea de la cárcel de máxima seguridad de Alcatraz ABC
Manuel P. Villatoro

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Dispara decretos en ráfaga Donald Trump; tantos, como para llenar secciones enteras de periódicos. ¡Hasta las de Historia! El pasado 4 de mayo, el presidente de los Estados Unidos anunció, a través de la plataforma 'Truth Social', su nueva ocurrencia: reabrir la famosa prisión de Alcatraz. Sí, la misma que alojó a criminales de la talla de Al Capone y que era conocida como una de las más violentas y peligrosas del país. Desconocemos si conoce los gastos que supone mantenerla –tantos, como para que fuera clausurada en los sesenta– y datos tan llamativos como el pasado rojigualdo de la isla –descubierta y bautizada por el marino Juan Manuel de Ayala en 1775–. Pero, por si los desconoce, aquí tiene este artículo, Mr. Trump.

Fue un tipo como don Juan Manuel el artífice del nombre de la isla de Alcatraz. Y vaya si está documentada su historia. Nació de Miguel de Ayala y de Teresa Aguirre en 1745 allá por Osuna, en Sevilla, y, desde los primeros momentos, demostró su amor por los mares. Según explica el historiador José Ramón Barroso Rosendo en la biografía de este personaje elaborada para la Real Academia de la Historia, nuestro protagonista ingresó muy joven en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz. «Sus primeras misiones tuvieron lugar en el Mediterráneo y en el Atlántico, y ya en 1767 tuvo lugar su primer viaje a América. Fue destinado al puerto de El Callao y regresó a Cádiz en 1772 para ser más tarde enviado a El Ferrol, siendo ya alférez de navío», sentencia.

A las treinta primaveras era don Juan Manuel un marino bregado y, como tal, se convirtió en uno de los muchos engranajes de la exploración de la costa noroeste americana fomentada por la Monarquía hispánica en la segunda mitad del siglo XVIII. Esas expediciones que partían desde el puerto de San Blas, en México, y cuyo objetivo era, en palabras del historiador, «elaborar mapas y planos de zonas vagamente conocidas» como las que iban desde la baja California hasta Alaska. Nuestro marino arribó a este muelle en noviembre de 1773. Poco después, y como era costumbre en la época, dictó un testamento en el que dejó, negro sobre blanco, sus intenciones:

«Sea notorio como yo, Don Juan Manuel de Aiala, Teniente de Fragata de la Real Armada, natural de la villa de Osuna y residente en esta de Puerto Real, hijo legítimo de Don Miguel de Ayala, difunto y de Doña Teresa de Aguirre, […] estando de próximo para hacer viaje a las Californias en uno de los reales bajeles...».

La conclusión es que lo suyo no fue por casualidad, diantre, sino que fue un plan orquestado desde la cúpula de la Monarquía hispánica. Y de los documentos, a la acción y al estrellato. A finales de agosto de 1774, bajo autorización del virrey, De Ayala arribó al puerto de San Blas justo a tiempo para unirse a una de las muchas expediciones que se planteaban. El explorador dio con sus huesos en el paquebote 'San Carlos' después de que su capitán tuviese un ataque de locura. Sus órdenes fueron claras: conducir víveres y armas al presidio de Monterrey, en California, y explorar por mar el puerto de San Francisco. Este último era ya conocido, pero no había sido cartografiado. Era una gran responsabilidad, la enésima de su carrera.

No le fue mal al de Sevilla. Levó anclas el 21 de marzo de 1775 y llegó a su destino en junio. «Después de llevar la carga al presidio allí situado, el San Carlos partió el 27 de julio y se adentró en la bahía de San Francisco el 5 de agosto, no sin dificultades en la entrada», explica el historiador en su dossier. El marino cartografió entonces aquella bahía de forma minuciosa. En diferentes mapas y cartas náuticas, De Ayala reflejó los islotes, los canales y la infinidad de accidentes geográficos. Como resultado de las exploraciones se levantó un mapa general del puerto de San Francisco.

Pasado español

La bahía se llenó entonces de topónimos españoles. Desde la Isla de los Ángeles hasta la Isla del Carmen. Pero de entre todas ellas hubo una que, dos siglos después, se ganaría un hueco en los libros de historia. «Era un islote cubierto de gran cantidad de pelícanos», explica Gregory L. Wellman en 'A history of Alcatraz'. Aquella porción de tierra fue conocida desde ese mismo momento como la Isla de los Alcatraces en honor las aves marinas que la poblaban. Animales de grandes dimensiones que solo acudían a la costa para anidar y cuidar de sus crías. Huelga decir que, poco a poco, este concepto evolucionó hasta convertirse en Alcatraz.

Con todo, Wellman señala que no sería justo atribuir el descubrimiento del islote a De Ayala. Aunque está de acuerdo en que fue este marino quien la cartografió y la bautizó, también desvela que fue hallada algunos años antes «por un grupo de soldados liderados por el capitán Gaspar de Portola», también español. El que fuera gobernador de California desde 1767 se topó con ella «cuando se creía que aquella gran masa de agua no tenía salida al mar». En todo caso, sea por uno o por otro, Alcatraz cuenta con su particular pasado rojigualdo.

Durante el siguiente medio siglo, España mantuvo el control de California y de la Bahía de San Francisco. Tiempo en el que respetó los mapas elaborados por el sevillano. Sin embargo, en 1827, años después de la independencia de México, el capitán de la 'Royal Navy' Frederick Beechey exploró de nuevo la zona para actualizar los datos. La sorpresa es que el inglés mantuvo el nombre de Alcatraz; una victoria póstuma para don Francisco. El resto es historia. En 1850, los Estados Unidos construyeron una fortaleza en aquel islote que, en la práctica, se utilizó como cárcel. Más de medio siglo después, en 1933, el gobierno federal se hizo con el control del enclave y lo convirtió en un centro de reclusión.

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